— ¿Demasiado femenino? —sonrió ella.
—No entiendo de flores. Están bien.
Beatrice sacó un ramo más puntiagudo.
—Aquí tenemos bromelias, jengibre y anturio. Tampoco es tradicional, pero los colores son perfectos y quedan muy bien sobre una mesa —le dio a María una bola de flores de un tono verde amarillento—, bolas de crisantemos. Muy elegantes. Pueden colgarse del respaldo de las sillas —dio a Pedro un manojo de bayas verdes—. Bayas de hipérico. Un verde perfecto.
Sacó más y más flores, hasta que a Paula y a Pedro no les cupieron más en los brazos. Después se centró en los libros.
—Tengo fotos de varias bodas. Se las enseñaré.
Les mostró docenas de fotos, explicando las distintas posibilidades.
— ¿La ceremonia va a celebrarse en otra habitación? —preguntó Beatrice.
—Sí —asintió Paula—. Hay una habitación perfecta a un lado del salón de baile. Pondremos filas de asientos y allí también harán falta flores.
Beatrice empezó a hablar de lo que podían hacer, pero Paula no conseguía concentrarse. Se sentía acalorada y al mismo tiempo tenía escalofríos. Empezaba a molestarle el estómago. Sentía unos retortijones extraños y náuseas. Dejó las flores en la mesa. Nunca había sido alérgica a nada, pero quizá el polen le estuviera afectando.
— ¿Te encuentras bien? —preguntó Pedro.
Su estómago se contrajo de nuevo y ella tuvo la sensación de que estaba a punto de vomitar.
—En realidad no. ¿Hay algún baño cerca?
—Desde luego —él también dejó las flores y guió a Paula fuera de la habitación— Volveré enseguida —le dijo a la florista.
Al final de un corredor había un espacioso cuarto de baño de invitados.
—Es el estómago —dijo ella—. No sé qué me ocurre
—No te preocupes. Yo manejaré a Beatrice.
—No creo que nadie pueda manejar a Beatrice—dijo ella, consiguiendo esbozar una sonrisa—, pero puedes intentarlo.
—Sal cuando te encuentres mejor.
—Seguro. Sólo tardaré un minuto.
Cerró la puerta y dos segundos después corrió hacia el retrete.
Paula no tenía ni idea de cuánto tiempo había pasado. Ya había vomitado dos veces y tenía la desagradable sospecha de que volvería a hacerlo. Se sentía temblorosa y débil, tenía escalofríos y no recordaba haberse sentido tan mal en su vida.
Estaba sentada en el suelo de mármol con los ojos cerrados, preguntándose si tendría fuerzas para conducir de vuelta a casa. La tarea le parecía imposible en dos sentidos. Primero, dudaba poder llegar sin vomitar de nuevo; segundo, no parecía capaz de concentrarse en otra cosa que su malestar.
Oyó un golpecito en la puerta.
— ¿Paula?
Reconoció la voz de Pedro y se preguntó por qué tenía que haberle pasado eso precisamente allí. Con él presente.
— ¿Sí?
— ¿Cómo está tu estómago?
—Fatal. No entiendo qué me ocurre.
—Yo sí. Intoxicación alimentaria. Todas esas salsas con nata.
Ella recordó lo que habían comido y gimió.
— ¿Tú también?
—Puedes apostar. Me he librado de Beatrice. Vamos. Te llevaré a una de las habitaciones de invitados de arriba. Los baños son más cómodos y puedes tumbarte en una cama, entre episodios.
Ella dudó un segundo y después se levantó. Tumbarse en una cama le parecía muy buena idea en ese momento. Abrió la puerta del baño y comprobó que Pedro tenía un aspecto horrible. Estaba pálido, verdoso y tenía sombras bajo los ojos.
—Hacemos una pareja muy atractiva —murmuró, mientras él la agarraba de la mano y la llevaba hacia la escalera.
—Sacaremos una foto. Tenemos que darnos prisa. No sé cuánto tiempo aguantaré.
A pesar de lo mal que se sentía, ella se echó a reír.
—Tú sí que sabes hacer que una chica lo pase bien.
—No me digas. Por lo menos es viernes. No tienes clases durante el fin de semana, ¿no?
—No.
—Bien. Entonces puedes quedarte aquí el tiempo que quieras. Hay un teléfono en tu habitación si quieres llamar a alguien. Un albornoz en el armario. He puesto un par de camisetas mías sobre tu cama, para que puedas dormir más cómoda que con tu ropa.
Llegaron al descansillo de la segunda planta Ella lo miró. Si había pensado en todo eso mientras se sentía tan mal como ella, era un tipo extraordinario.
—Gracias. Eso es más de lo que exige la cortesía.
—Van a ser unas cuantas horas horribles —se llevo la mano al estómago—. Nuestro cuerpo va a deshacerse de toda esa comida.
—Deberíamos...
Pedro la cortó con un movimiento de cabeza.
—Tercera puerta a la derecha. Camisetas en la cama. Agua en la mesilla.
Después se dio la vuelta y corrió en dirección opuesta, hasta la puerta que había al final del pasillo.
Paula lo vio marchar y sintió el principio de una oleada en el estómago. Tampoco tenía mucho tiempo.
Fue a la habitación de invitados y lo encontró todo como él había descrito. Corrió al baño preguntándose si sobreviviría a ese día.
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