martes, 21 de abril de 2015

Herencia de Amor Parte 2: Capítulo 20

Hincó los talones en el colchón y se arqueó. Más y más cerca. La lengua de Pedro la estaba llevando al momento anhelado.
—Ya casi —dijo Paula jadeante, moviéndose con más rapidez—. Casi…
El orgasmo la hizo temblar de pies a cabeza. Era maravilloso. Era prácticamente un milagro.
Paula abrió los ojos y le sorprendió mirándola.
—Se te da verdaderamente bien —murmuró ella.
—Estoy inspirado.
Mientras Paula se relajaba, Pedro se había puesto el condón. Le agarró el miembro y lo guió a su interior; entonces, contuvo el aliento al sentir, una vez más, un placentero cosquilleo.
Lo rodeó con las piernas, empujándolo hacia sí. Pedro, apoyándose en los codos, la miró fijamente mientras la llenaba; entonces, se retiró. Lo hizo una y otra vez, sin apartar los ojos de los de ella.
Paula no rompió el contacto visual. Vio pasión en los ojos de Pedro y algo más. Algo oscuro y roto que pedía su auxilio. ¿Era su corazón? ¿Era su alma?
Tembló al pensar en ese hombre solitario compartiendo tanto con ella. ¿Había logrado alguien más acercarse tanto a Pedro?
No lo sabía y al poco dejó de pensar, cuando la fuerza del cuerpo de Pedro volvió a conducirla al borde del orgasmo.
Cada empellón de Pedro la llenaba… hasta hacerla gritar de placer cuando alcanzó el clímax. Involuntariamente, cerró los ojos, y fue cuando Pedro se dejó llevar a la cima del placer, perdiéndose en ella.

Pedro  estaba sentado en el cuarto de estar con una copa en la mano. Era pasada la medianoche y la casa estaba en silencio. Incluso los gatos dormían.
Sólo una pequeña lámpara en un rincón proyectaba más sombras que luz, haciéndose eco de su estado de ánimo.
Había roto las reglas que se había impuesto a sí mismo. Reglas fijadas después de que una mujer hubiera estado a punto de causar su muerte. ¿No era suficiente lección un disparo en el vientre? ¿Por qué arriesgarse otra vez? La dependencia emocional sólo podría hacerlo más débil. Tenía que ser fuerte, era la única forma de mantenerse vivo.
Algo lógico. El problema era que no podía comportarse de forma lógica al lado de Paula.
No sabía por qué. ¿Por qué ella y no otras? ¿Qué tenía Paula que le hacía desear olvidar las lecciones que le había enseñado la vida? ¿Por qué, a pesar de haber estado tan lejos, no había podido olvidarla?
Se quedó mirando el paquete que tenía en la mesa de centro. En Nueva York, una vez zanjados los asuntos que lo habían llevado allí y con unas horas libres antes de tomar el avión de regreso, había hecho algo que jamás había hecho… se había ido de compras.
Le había comprado un bolso grande cubierto de plantas. Era colorido y ridículamente caro; sin embargo, en el momento en que lo vio, se dio cuenta de que era el regalo para ella. Lo había comprado, lo había llevado a casa y ahí lo tenía ahora.
¿Y qué debía hacer? ¿Dárselo? Sabía lo que Paula pensaría y lo que significaría para ella. Pensaría que él sentía algo por ella, pero no era así. No podía ser así. No podía arriesgarse a que una persona lo destruyera.

Paula troceó las verduras para la ensalada. Mariana abrió el horno una vez más y se quedó mirando el pan.
—¿Está dorándose? No me parece que se esté dorando —dijo Mariana.
Julia miró a Paula y luego alzó la mirada al techo.
—Eres la científica de la familia —dijo Julia—. Por lo tanto, deberías saber que el calor se escapa cuando se abre la puerta del horno. Si sigues así, el pan no se va a dorar nunca. Cierra la puerta y no vuelvas a acercarte al horno.
—Sí, ya lo sé —Mariana obedeció a su hermana—. Pero es que es la primera vez que hago pan y quiero que me salga bien.
Era sábado y Paula y sus hermanas estaban en casa de su madre. Alejandra se había ido a trabajar con el doctor Greenberg a una clínica de bajo coste y sus hijas habían decidido preparar una cena.
Paula dejó el cuchillo y se limpió las manos con el trapo de cocina. Entonces, miró a sus hermanas.
—Tengo que decirles una cosa.
Julia y Mariana la miraron.
—Me han despedido de la revista.
—Oh, no —Mariana se apartó del horno y se acercó a ella—. Qué pena. ¿Por qué te han despedido? ¿Cuándo? ¿Cómo estás?
Julia también se le acercó y le puso un brazo sobre los hombros.
—¿Quieres que los denuncie?
Paula negó con la cabeza.
—Estoy bien. Al principio, me deprimí bastante, pero ahora estoy bien. Ha servido para darme cuenta de lo que realmente quiero hacer con mi vida.
—¿Y qué es? —preguntó Mariana algo preocupada.
—Para empezar, voy a trabajar en un invernadero; luego, quiero abrir mi propio negocio. Empiezo el trabajo el lunes y es un sitio estupendo. Es enorme. Venden plantas a muchos diseñadores de jardines. Beverly quiere que la ayude a preparar plantas híbridas. También voy a empezar un curso de negocios en enero. Eso me ayudará a montar mi propio invernadero con el tiempo.
Mariana y Julia se la quedaron mirando.
—Vaya, lo tienes todo pensado —dijo Mariana con admiración—. Estoy realmente impresionada.
—Y yo —dijo Julia—. Es estupendo.
—Sí, lo es. Y esta vez sé lo que tengo que hacer.
—Me alegro —dijo Julia—. ¿A qué se debe este cambio?
—Perder el trabajo en la revista es lo que me ha hecho recapacitar sobre lo que realmente quiero hacer —contestó Paula.
Pedro  había ayudado, claro. Pero, por extraño que pareciera, no quería hablar de él. Quizá fuera porque no estaba segura de si tenían una relación o no.
—Sólo hay una cosa que quiero pedirte —dijo Paula dando una palmada a Mariana en el brazo.
—Pídeme lo que quieras —le contestó su hermana con una sonrisa.
—Estupendo. Bueno, voy a necesitar que te cases con Fernando. No me vendría mal un millón de dólares para montar el negocio.

2 comentarios:

  1. Muy buenos capítulos! Paula es lo más! Me encanta la personalidad q tiene, menos mal q se sacó al pesado de Juan!

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  2. Espectaculares los 2 caps naty. Ayyyy, mi vida le compró un bolso, me encanta que esté aflojando jajaja

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