sábado, 25 de abril de 2015

Herencia de Amor Parte 3: Capítulo 1

— ¿Lo harás si te lo suplico?
Paula Chaves tuvo cuidado de no sonreír ante la dramática petición de Julia. Por supuesto que iba a ayudar a su hermana, pero se haría de rogar. Tras llevar veinticuatro años siendo la bebé de la familia, era agradable tener un poco de poder.
—Sabes que estoy ocupada —dijo lentamente—. Empieza el trimestre y tengo el horario completo.
—Sí, y tu trabajo es muy importante —Julia suspiró—. Pero esto también. No te lo pediría si no lo fuese. Necesito que alguien se quede al mando mientras estoy en ese viaje de negocios. Tenemos gustos similares y eres organizada, pensé... —Julia se colocó el pelo rubio detrás de las orejas con tristeza—. ¿Es pedir demasiado? Sí. Sé que es una locura. Soy yo quien va a casarse, no tú. Yo debería ocuparme de los preparativos. Pero este viaje a China es una oportunidad única. Felipe y yo trabajando juntos seis semanas antes de convertirnos en matrimonio y padres.
Paula echó un vistazo al vientre de su hermana. Julia sólo estaba de tres meses y no se le notaba nada. Pensó, con humor, que una de las ventajas de ser alta era que el bulto se disimulaba más tiempo.
—Entiendo que un viaje a China sea más interesante que el jaleo de elegir el menú y las flores —dijo, aún sin permitirse sonreír—. Por no hablar del vestido de novia. ¿Y si no te gusta lo que elija?
Tenían la misma talla, así que eso no sería problema. Harían cualquier arreglo necesario antes de la boda, cuando Julia regresara.
—Me gustará, te lo juro —prometió Julia— Además, me enviarás fotos, ¿no? Ya hemos hablado de eso. Puedes enviarlas por correo electrónico y yo te daré mi opinión —sus ojos azules se ensancharon—. Paula, por favor, dí que sí.
Paula soltó un largo suspiro.
—No. No puedo. Pero gracias por pedírmelo.
Julia la miró boquiabierta. Después, agarró un cojín del sofá y la golpeó con él.
— ¡Eres horrible! ¿Cómo has podido dejar que siguiera y siguiera? Estaba casi suplicando.
Paula  soltó una risa y agarró el cojín.
—Nada de «casi», Julia. Suplicaste. Gemiste. La verdad, casi he sentido vergüenza ajena.
—Entonces, ¿lo harás?
—Claro que sí. Eres mi hermana. Dame una lista y me encargaré de todo.
—No tienes ni idea de la gran ayuda que es. Entre la boda, el viaje y preparar la nueva casa, mi vida es una pesadilla.
Estaban en el estudio de Felipe , un moderno apartamento situado en la zona oeste de Los Ángeles. Tenía una vista fantástica y todo era electrónico, pero carecía de color y alma, excepto por los cojines de colores que Julia había aportado. En vez de intentar que pareciera hogareño, Julia y Felipe habían decidido comprar algo que les gustara a los dos. Paula sabía que Sofía, su hermana mediana, iba a supervisar las reformas que necesitaba la casa; por eso la boda quedaba en sus manos.
—Me tomaré el proyecto como prácticas —dijo Paula con una sonrisa—. Así sabré lo que quiero y lo que no si alguna vez decido dar el gran paso.
—Claro que te casarás —aseguró Julia—. El tipo ademado está ahí fuera, en algún sitio. Lo encontrarás.
Paula no estaba buscando, pero sería fantástico si ocurría. Suponiendo que fuera capaz de enamorarse sin perder el alma en el proceso.
—Hasta entonces, seré la planificadora de bodas dijo Paula—. A ver, ¿dónde está esa lista?
 Julia metió la mano en el bolso y luego se estiró, sin sacar nada de él.
—Sólo hay una cosa más.
— ¿Y es...?
—Verás, también es la boda de Felipe  y le pone nervioso que sea demasiado femenina —Julia tragó aire—. Quiere poder dar su voto.
—Bien —Paula no veía el problema—. Ustedes pueden  discutir hasta hartarse, después me envían  la decisión conjunta. A mí me da igual.
—Bueno, ése no es el plan exactamente. Felipe quiere que un representante suyo te acompañe en todas las decisiones importantes. La comida, la tarta, la música, la decoración y los planes.
— ¿Un representante? ¿Alguien como su madre?
Paula no la conocía. Seguro que era encantadora, pero otra opinión aceleraría  todo el proceso.
—La verdad es que no —Julia  intentó sonreír, sin éxito—. Alguien más bien como Pedro.
— ¿Pedro? ¿Te refieres a Pedro Alfonso Tercero, un tipo rico e imbécil? —Paula no podía creerlo—. Cualquiera menos él —masculló.
—Es el primo de Felipe  y se quieren como hermanos. Ya lo sabes. Pedro es el padrino y se ha ofrecido a ayudar. ¿Me odias ahora?
—No, pero debería —suspiró—. ¿Pedro? ¡Puaj!
Hacía casi seis meses, las tres hermanas habían sido presentadas a su abuela materna por primera vez en su vida. La abuela Ruth se había distanciado de su única hija, Alejandra, cuando se escapó para casarse.
Ruth había vuelto a reincorporarse a la familia y quería mantener una relación con su hija y sus nietas. Además, deseaba vincular a su familia con la de su segundo esposo mediante una alianza matrimonial.
En una cena, que Paula estaba segura quedaría registrada en los anales de la historia familiar, había ofrecido un millón de dólares a cada una de sus nietas si alguna de ellas se casaba con Pedro Alfonso Tercero, su sobrino político.
Julia  se había enamorado  de Felipe y Sofia de Manuel  Dennison, y eso sólo dejaba a Paula para el sapo Pedro. Pura mala suerte.
Por razones que aún no conseguía entender, tal vez un colapso cerebral momentáneo, Paula había accedido a tener una cita con el horroroso Pedro.
No se trataba de que el tipo no fuera guapo, la gente decía que lo era, pero ella aún no lo había visto. Además era rico y había alcanzado el éxito por méritos propios, en vez de limitarse a heredar de sus papás. Era amigo de Felipe  y a Paula le caía bien Felipe; sobre todo desde que había tenido el buen gusto de colarse por su hermana. Pero... ¿Pedro?
Su idea de una relación seria era verse con la misma mujer dos veces en una semana. Salía con modelos. Ella se preguntaba si podría mantener una conversación seria con un hombre que salía con mujeres que recibían dinero por matarse de hambre. Iba en contra del código de ética femenino.
Además, inicialmente había intentado que Julia y Felipe  rompieran. A Paula eso le parecía fatal.
—No te estoy pidiendo que tengas un hijo suyo —dijo Julia—. Sólo que organices la boda con él. Además, no será tan terrible. Es un hombre. Se aburrirá después de la primera reunión con la florista y desaparecerá del mapa. Sólo tendrás que verlo una vez. Dos como mucho.
—No quiero tratar con él en absoluto —gimió Paula— Representa todo lo que no me gusta en un hombre —suponía que él era emocionalmente inútil.
Se oyó un sonido en el umbral. Alguien aclarándose la garganta. Cuando Paula alzó la vista vio a un tipo bastante guapo apoyado en la puerta.
Parecía más divertido que enfadado, pero el gritito y el súbito rubor de Julia  indicaron a Paula que debía de ser el infame Pedro Alfonso.
—Señoras —saludó con la cabeza—. Felipe me dejó entrar y me dijo que estaban aquí. He venido a cumplir con mi función de organizador de boda. También voy a recibir un premio humanitario a final de mes. Quizá vosotras podríais escribir mi biografía para el evento. No dudo que resultaría muy entretenida.
—Oh, cielos —masculló Julia—. Lo siento. Eso ha debido de sonar mucho peor de lo que pretendía.
Paula  lo estudió. Era la viva definición de alto, moreno y guapo. Un rostro interesante con ojos intensos y la clase de boca que hacía a una mujer soñar con que la sedujeran en contra de su voluntad. Espalda ancha, pecho musculoso, vaqueros ajustados a caderas estrechas y muslos de muerte. En conjunto, un fenómeno. Una pena que acogiera la personalidad de Pedro en su interior.

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