sábado, 18 de abril de 2015

Herencia de Amor Parte 2: Capítulo 8

Una rápida mirada al reloj de la mesilla de noche le indicó que eran casi las doce de la noche. ¡La pastilla, realmente, le había hecho efecto! Se sentó en la cama y miró a su alrededor. La luz del cuarto de baño le permitió ver siluetas, incluida la cama donde estaba. Supuso que se trataba de la habitación de invitados, advirtiendo que la cama no era enorme y el mobiliario, en vez de ser masculino, era neutro. Una pena. No le habría importado despertar en la cama de Pedro… con él.
Sonriendo, se miró a sí misma y vio que, a excepción de los zapatos, estaba completamente vestida. Pedro se había portado como un caballero. ¿Por qué tenía tan mala suerte?
Paula suspiró. Había algo en Pedro que la inducía al descaro. Quizá fuera porque, en el fondo, se sentía a salvo con él. Era como si supiera que, junto a Pedro, no podía pasarle nada malo, él la protegería.
Nunca se había sentido segura con nadie.
Se levantó de la cama y se puso en pie con cuidado. Aunque el tobillo aún le molestaba, había mejorado mucho. Casi podía caminar con normalidad.
Después de ir al cuarto de baño, fue en busca de su anfitrión.
Pedro  estaba en el cuarto de estar, leyendo. Al entrar ella, él levantó la cabeza y la miró.
—Lo siento —dijo Paula—. Las pastillas me han dejado grogui.
—Ya lo he notado.
—Veo que me has llevado a la cama.
—Sí.
—Y que no me he despertado.
—Eso parece.
—No me has quitado la ropa.
—Me ha parecido lo más correcto.
—Está bien.
—¿Debería haberte desnudado y haberme aprovechado de ti mientras dormías? —preguntó Pedro con una sonrisa irónica en los labios.
—No, claro que no. Es sólo que…
Pedro la había besado ya. ¿No le había gustado?
Pedro se levantó y se acercó a ella. En menos de un segundo, el humor había desaparecido de su mirada, que ahora era depredadora.
—Tu juego es muy peligroso —la informó Pedro—. No me conoces.
Era verdad. El sentido común le dictaba contención, le dictaba volver a la habitación de invitados y cerrar la puerta con llave. Pero… Pedro la había deseado antes. Su sentido común debía recordar lo poco que eso le ocurría.
Pedro alzó la mano y le acarició una hebra de cabello.
—Como la seda —murmuró él. Volvió a ver pasión en los ojos de Pedro. Sintió fuego, tentación…

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