Si Paula hubiera sabido que era Angela la que llamaba, tal vez no habría estado tan dispuesta a contestar. Sin embargo, la asaltó la urgencia de alejarse del doctor García antes de confesarle su amor en la cocina.
Angela se oía muy molesta.
- Angela:¡ ¿Qué demonios crees que estás haciendo?! ¡Tienes un amorío con tu psicólogo!
Al principio estaba demasiado estupefacta para responder.
- Paula: ¿De qué hablas? -. Preguntó por fin.
- Angela: Felipe me dijo que García está en tu apartamento. No vas a decirme que esa relación es puramente profesional.
- Paula: no sé a que te refieres con eso de profesional.
- Angela: ¡Oh, Paula, eres una niña! -. El tono de Angela era de repugnancia -. Él podría perder su licencia por esto.
- Paula: ¿Qué quieres decir?
- Angela: me refiero a que esto va en contra de todo código de ética profesional de los psicólogos. No deben tener romances con sus pacientes. Está violando el código de ética y podría perder su licencia -. Luego añadió con desprecio-. ¡Y yo voy a encargarme de que así sea!.
- Paula: ¡¿Qué vas a hacer?!
- Angela: ¡no es lo que voy a hacer, sino lo que ya he hecho. He contratado a un investigador! -. Angela escupió aquellas palabras como balas-. ¡Y te diré algo más: tiene problemas más importantes que este efímero coqueteo contigo!.
- Paula: ¿Dé qué estás hablando?
- Angela: no tiene importancia. ¡Sólo prepárate. Voy a encargarme de que García reciba su merecido!.
Entonces Paula colgó en forma abrupta. Habló consigo misma con tanta calma como pudo para recordar lo que sabía. Angela siempre amenazaba con demandar a alguien y muy rara vez lo hacía, pero Paula sintió de nuevo el apretado nudo que había tenido en el pecho desde que Angela la llamó por primera vez para expresarle sus dudas acerca de la manera en la que el doctor García la estaba ayudando.
En realidad Paula no veía por qué tendría que ser un problema, pero cada vez le quedaba más claro, incluso a ella, que Angela podía tener razón. Y Pedro, el doctor García, se corrigió, debía saberlo. Sabía que tenía que acostumbrarse a llamarlo otra vez doctor García. Tenía que prepararse para que todo terminara.
La mañana del lunes fue sombría para Paula Chaves. Realizó a duras penas las rutinas diarias, pero todo el tiempo, mientras escribía las minutas de las reuniones del comité de préstamos y llenaba y hacía circular los memorandos, el rostro del doctor García, amable y preocupado, surgía ante ella acompañado de la voz de Angela que decía, como sólo ella sabía hacerlo, que era una sabandija embaucadora y tramposa.
Esa noche, después de cenar, Paula y Felipe se enfrascaron en el inevitable juego de ¡Hi Ho! Cherry-O. Luego le leyó el acostumbrado repertorio de cuentos y por fin lo llevó a la cama. Se preparaba también para dormir, cuando apareció Angela. El desencanto de Paula debió reflejarse en su rostro cuando abrió la puerta, porque ella la miró con furia y espetó:
- Angela: ¡Bueno, ¿vas a dejarme pasar o no!
Paula dió un paso atrás y le indicó con un ademán que pasara, pero esta vez no trató de ocultar su irritación.
- Paula: Angela, es tarde. Estoy cansada, no quiero hablar contigo.
El rostro de Angela se puso pálido y luego rojo.
- Angela: ¡Querrás hablar conmigo cuando termine de decirte lo que he descubierto sobre tu querido doctor García!.
- Paula: ¿Qué? -. Preguntó con voz llana.
Angela se sentó y dejó que la chaqueta se deslizara y cayera de sus hombros. Paula se quedó al lado de la puerta.
- Angela: Iré directo al grano, ese investigador que contraté para vigilar al doctor García encontró algunas cosas.
Paula no respondió, sólo se cruzó de brazos.
- Angela: Podrías sentarte -. Observó muy molesta.
- Paula: así estoy bien.
- Angela: sé que esto no te agrada, pero me siento responsable.
Paula pensó que a ella no parecía impulsarla la preocupación. Se veía enfadada.
- Angela: me refiero a que fui yo la que pagó por esto. Yo soy la consumidora en este caso.
Paula siguió sin decir palabra.
- Angela (encogiéndose de hombros): Bueno, resulta que el tipo es un pillo.
- Paula: ¿Qué pruebas tienes, Angela?
- Angela: mi detective empezó con los tratos de negocios de García. Encontró que está un poco adeudado, pero nada más.
- Paula: ¿Y entonces?
- Angela (que comenzaba a verse más feliz): Hay más querida, este año se enfrentó a una demanda por plagio. García le robó la idea de su último libro a uno de sus colegas. El tipo se la contó en una fiesta y luego se enteró de que él llegó con ella a la lista de superventas. Lo arreglaron fuera del tribunal, pero García tuvo que pagar mucho dinero.
Paula movía la cabeza de un lado a otro. Nada de lo que oía tenía sentido.
- Angela: Además, está defraudando a la oficina de impuestos. Tiene todos los derechos de autor registrados a nombre de una fundación que administra su esposa, así que los derechos de los libros aparentan no dejar ganancias, pero se está haciendo rico y engañando a los de los impuestos. Así que ahí tienes, tu querido doctor García es un mentiroso, un tramposo y evade impuestos.
Una sola de las palabras que dijo Angela sobresalió y alcanzó a Paula. Caminó hasta el sillón reclinable y se sentó.
- Paula: ¿Su esposa?
Angela guardó silencio y miró a Paula con una expresión mezcla de incredulidad y piedad.
- Angela: Sí, Paula. Su esposa. Si te hubieras tomado la molestia de leer su libro, lo sabrías. Dice: "Dedicado a mi esposa, Malena"
Paula ya no escuchó el resto de lo que Angela relató. Ni siquiera esperó a que se marchara. Bajó la cabeza hacia las rodillas tal y como lo hizo el primer día en que fue al consultorio del doctor García y lloró.
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