—Gracias. Y no se trata de tí, está todo lo demás. Hace un par de días fui a comer con mis hermanas. Me dijeron que evitaba a los hombres normales porque tenía miedo de enamorarme, y creo que tenían razón. Soy una fracasada.
—No eres una fracasada, estás pasando por un mal momento.
Eso casi la hizo reír.
—¿Un mal momento? Mi vida profesional está acabada. ¿Sabías que mi hermana Julie ha sacado su licenciatura en derecho a la primera? Ahora trabaja para una empresa jurídica internacional y pronto la harán socia de la empresa. Mariana, mi hermana pequeña, también es muy lista; terminó el bachillerato a los quince años y le dieron una beca para estudiar en la universidad. Está licenciada en química y en física. ¿Qué te parece? ¿Y sabes qué está haciendo ahora?
Paula lo miró. Lo veía algo borroso por las lágrimas.
—¿Lo sabes? —insistió.
Pedro negó con la cabeza.
—Ahora está aprendiendo lenguaje por señas, para sordos. Quiere compensar y dar algo a la comunidad por haber hecho los estudios gratis. Es una buena persona. Y yo ni siquiera puedo vender una viñeta sobre calabazas. Mis dos hermanas son listas y guapas, yo no soy nada.
Pedro se sintió como si hubiera descendido a los infiernos. El sufrimiento de Paula lo hacía sentirse incómodo y no tenía idea de qué decirle. Lo único que se le ocurrió fue:
—Eres guapa.
—Vamos, por favor.
—Lo digo en serio. Eres muy atractiva. Te deseaba, ¿o ya no te acuerdas?
Paula volvió su hinchado rostro a él, los ojos rojos.
—Me deseabas, en pasado. Una noche. Dijiste que eso era todo lo que habría entre los dos y tenías razón. Sólo valgo para una noche, pero no para volver a hacer que me desees.
¿No habría sido mejor que Paula le hubiera pegado un tiro? Le habría dolido menos, pensó Pedro.
—No te preocupes, yo ya no quiero nada de tí—declaró Paula—. No me interesa el sexo por compasión.
—Yo… tú…
Más lágrimas resbalaron por las mejillas de Paula.
—Maldita sea, Pedro. Podrías haberte insinuado para que yo hubiera podido rechazarte. Es una cuestión de educación.
Entonces, Paula empezó a llorar realmente, con profundos sollozos. Él se sintió como si estuviera en un país extraño, en otra galaxia. No sabía qué hacer. Quizá hubiera palabras de consuelo, pero él no las conocía.
Las mujeres pasaban por su vida sin dejar huella. Conocía sus cuerpos, pero no sus almas ni sus corazones. Paula estaba dolida, realmente dolida. Aunque lo comprendía, no sabía cómo arreglarlo.
Despacio, sintiéndose *beep*, la rodeó con un brazo. Paula se volvió hacia él y apoyó la cabeza en su hombro. Él la estrechó contra sí, sintiendo los pequeños huesos de su espalda. Era muy frágil, pensó. Sin embargo, en otros aspectos, era una mujer fuerte y con poder.
Las lágrimas de Paula le empañaron la camisa. Le acarició la espalda. Quizá debiera decirle algo, pero como no sabía qué, se quedó callado. Por fin, las lágrimas cesaron y la oyó respirar profundamente.
—Voy a tener una discusión con mi hermana —dijo Paula con voz queda.
—¿Por qué lo tienes apuntado en el calendario?
—No, porque mi padre vuelve a casa. Mi madre me llamó anoche para decírmelo. Julia siempre se enfada y se pone a criticar cuando mi padre aparece. No es como otros padres. No está mucho en casa. A mi madre no le importa. Están enamorados o, al menos, mi madre lo está de él y dice que con eso es suficiente. Yo la creo, pero Julia no. Julia dice que mamá necesita algo más que un marido que sólo la visita una o dos veces al año, se queda algún mes que otro y luego desaparece.
—¿Adónde va?
—No lo sé. Ninguna lo sabemos. Lo ha hecho siempre. Mariana lo acepta, pero Julia jamás lo perdonará. Son dos personas con opiniones muy firmes. Las personas deberían tener opiniones firmes.
Pedro le acarició el rubio cabello, suave y condenadamente erótico.
—¿Por qué?
—Porque eso pone orden en la vida de uno. Yo soy la mediana, maldecida con la capacidad para ver las dos caras de la moneda. Me molesta y también a los que me rodean.
Pedro le alzó la barbilla, obligándola a mirarlo. Los ojos de Paula eran del color del mar caribeño. Incluso enrojecidos eran bonitos. Esa boca lo incitaba. De repente, el deseo se apoderó de él.
—Pedro, ¿te pasa algo?
—No, estoy bien.
¿Qué le ocurría? La había poseído una noche y eso era suficiente. Siempre había sido suficiente. Necesitaba una distracción.
—¿Te gustaba dibujar la viñeta? —preguntó Pedro.
Los ojos de ella se ensombrecieron instantáneamente.
—Claro. Era divertido y creativo. Aunque algunas veces no me gustaba el estrés de tener una fecha de entrega. Solía retrasarme en la entrega, lo que no era bueno.
—¿Era tu sueño? ¿Era lo que querías hacer desde pequeña?
Los ojos de Paula se despejaron y sonrió.
—No. No era mi sueño de niña.
—¿Cuál era tu sueño de niña?
Paula se apartó ligeramente de él y se secó la cara con una mano.
—Siento haberme puesto en evidencia de esta manera. Tú sólo querías que te ayudara a encontrar la gata y te he mojado la camisa.
Paula tocó el húmedo tejido. Pedro ignoró el ardor que el roce le había provocado.
—No has contestado a mi pregunta.
—Lo sé. Es sólo que… es tan insignificante. Julia hace grandes cosas y Mariana quizá salve vidas, es posible que hasta el planeta. Yo no soy así.
—¿Por qué ibas a tener que ser así?
—No lo sé. Pero si no soy igual que ellas, ¿no me sentiré marginada?
—Siempre serás parte de tu familia —le dijo Pedro—. A lo mejor, si hicieras lo que quieres hacer en vez de lo que crees que deberías hacer, no te molestaría ser diferente.
Paula parpadeó.
—Eso está bien. ¿Lees libros de autoayuda?
—No.
—Eso me parecía. Lo que yo quiero… —Paula respiró profundamente antes de continuar—. Me encantan las plantas. Me encanta que todas sean diferentes. Me encanta verlas crecer; sobre todo, las duras. Me encanta su aspecto, su tacto, su olor y sus diferentes personalidades.
¿Personalidades? ¿Las plantas? Bueno, se trataba de Paula.
—A veces, cuando cambian en una noche, es como magia —dijo ella—. Me gustaría abrir un invernadero.
Paula se interrumpió y pareció encogerse, como si estuviera dispuesta a recibir un ataque.
—Una tontería, ¿verdad?
—No, no es ninguna tontería —le dijo él—. ¿Por qué no lo haces?
—No sé nada respecto al negocio en sí. No he estudiado horticultura ni he trabajado en un invernadero. Además, montar un negocio cuesta dinero.
—Podrías casarte con Fernando. Un millón de dólares es dinero suficiente para montar un negocio.
Paula sonrió.
—Muy gracioso.
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