—¿Perdiste? —preguntó—. ¿Quieres decir que no ganaste?
—Eso es. Ya sabes cómo es. El perdedor tiene que hacer la parte desagradable. Eso sería la cita contigo. Algo desagradable.
—¿Perdiste?
—Si hace que te sientas mejor —dijo ella antes de dar un sorbo a su copa—, me alegro de haber perdido.
—No sabes lo mucho que me afecta esa confesión.
—No deberías tomártelo tan mal. Mira la situación desde nuestra perspectiva. Tu propia tía abuela, que te conoce de toda la vida, está dispuesta a pagarle a una, mujer para que se case contigo. Imaginamos que tenías chepa y quizá una enfermedad extraña que te hubiese deformado la cara. Como el hombre elegante.
—¿Pensabas que era como el hombre elefante?
—Fue una consideración. Y, aun así, me he presentado aquí.
—Perdiste y yo soy una cita de compasión. Genial.
—No puedo creer que Ruth te ofreciera un millón de dólares.
—No por la cita. ¿Recuerdas? La cita es gratis. Tengo una solución muy sencilla al problema; no me propongas matrimonio.
—Oh, claro. Es fácil para ti decirlo, pero ahora ya no tengo nada con qué entretenerme durante el postre.
Mientras Paula se reía, se admitió a sí misma que Fernando no era en absoluto como se había imaginado. Cualquiera con un número detrás de su nombre tenía que ser estirado, pero él no lo era. Le gustaba... mucho.
—Deberías haber conseguido algo por la cita —dijo él—. Cincuenta mil, al menos.
—¿Sabes? Ni siquiera había pensado en eso. Pero, si la abuela Ruth vuelve a mencionarlo, le pediré un cheque.
—Yo también me alegro de que perdieras —dijo él, mirándola a los ojos.
—Gracias. Aunque no era difícil de predecir. Me encantan las tijeras y mis hermanas lo saben. Así que alguien siempre saca la piedra.
—Una manera interesante de determinar tu destino.
—¿Destino? —preguntó ella, arqueando las cejas—. ¿Estás diciendo que tú eres mi destino?
—Ninguno de los dos pensábamos que las cosas iban a ir tan bien —dijo él, encogiéndose de hombros—. Tal vez el destino haya metido baza esta noche.
—No me hables del destino ni del universo, por favor. Mi hermana Sofía siempre me dice que todos tenemos un destino al que no podemos escapar. Es muy dulce y la quiero mucho, pero a veces me dan ganas de estrangularla. Además, si vieras las cosas que come... repollo y tofu, y bebidas adelgazantes —Paula se estremeció.
—¿Vegetariana?
—Casi siempre. Aunque tiene una lista de comida que no está considerada como carne. Como las hamburguesas en un picnic o los perritos calientes en un partido de los Dodger.
—Interesante.
—Es genial. Mariana también. Es la pequeña de la familia. Imagínate, podrías haber salido con cualquiera de ellas.
—Estoy contento con la hermana que tengo.
—Pero no me tienes—aunque pensó que podría tenerla, recordando cómo se había sentido en sus brazos.
—Dame tiempo.
Paula miró por el retrovisor por enésima vez en los últimos siete minutos. La cena había sido fabulosa. No recordaba nada de la comida, aunque estaba segura de que había sido fantástica. Era la conversación lo que recordaba. Las palabras sexys, las risas... la conexión.
No recordaba la última vez que un hombre le había atraído tanto. Fernando era increíble. Divertido, listo, y entendía su sentido del humor, cosa que no siempre ocurría. Y la química entre ambos... Fernando podía hacer que se derritiese con sólo mirarla.
Todo eso estaba muy bien, ¿pero estaba preparada para llevar las cosas hacia donde evidentemente se dirigían? Su oferta de seguirla a casa para asegurarse de que llegaba bien era una excusa muy pobre para lo que verdaderamente estaba ofreciendo: Fernando desnudo en su cama.
La pregunta no era si lo deseaba; porque lo deseaba intensamente. No se trataba del deseo, sino de ser sensata. No había tenido un hombre en su vida desde Garrett.. Aunque no iba a pensar en ese bastardo mentiroso en ese momento. El tema era que hacía mucho tiempo que no tenía una cita. Estaba desentrenada. La noche había ido bien, ¿pero significaba eso que debía invitar a Fernando a entrar para acostarse con él?
Aún no lo había decidido cuando llegaron a su casa. Aparcó frente al garaje y salió del coche. La noche estaba tranquila y no era demasiado fría pues, aun estando en otoño, aquello seguía siendo Los Angeles, donde el tiempo real no servía.
Estaba nerviosa. Todas las células de su cuerpo le rogaban que aceptase la oferta de aquel hombre. Su piel ansiaba ser tocada, y a sus hormonas no les vendría mal un poco de acción. Pero su cerebro le advertía que tuviera cuidado. Fernando era encantador, ¿pero qué sabía realmente de él? Además, el sexo en la primera cita no era algo bueno.
El aparcó en la calle y salió, luego miró a su alrededor.
—No es lo que esperaba—dijo mientras se aproximaba a ella—. Pensé que vivirías en un lugar nuevo y brillante.
El vecindario era antiguo, con muchas casas que habían sido convertidas en dúplex. A Paula le gustaban la atmósfera tranquila y los detalles rústicos.
—Estoy cerca del trabajo e incluso tengo un pedazo de césped—dijo ella—. No soy de vivir en apartamentos.
Fernando le dirigió una sonrisa y le acarició la mejilla con el pulgar.
—Menos mal que no hemos ido a mi casa —dijo.
—Déjame averiguar. Todo es cristal y acero.
—Eso también, pero principalmente porque está más lejos.
Y, sin más, la besó.
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