domingo, 12 de abril de 2015

Herencia de Amor: Capítulo 21

Aquel era el fin de semana de las comidas divertidas, pensó Paula mientras aparcaba frente a una inmensa finca de Beverly Hills. El día anterior había estado comiendo con Pedro una comida deliciosa y compartiendo una agradable charla. Al regresar a casa había escuchado un mensaje de Ruth invitándola a comer al día siguiente a su casa. La invitación había sonado más como una orden.
Paula había considerado la opción de negarse durante tres segundos, pero luego había llamado para confirmar. Quería llegar a conocer a su abuela. Pedro había descrito a una mujer muy distinta a la que ella había conocido. Tal vez esa visita le demostrara qué Ruth era la real.
Se acercó a las enormes puertas y llamó al timbre. Abrió una sirvienta. Cuando Paula le dio su nombre, fue acompañada por un vestíbulo tan grande como su casa hasta un inmenso salón.
Había varios sofás, unas doce sillas, mesas, armarios, obras de arte más típicas de una galería y un hombre de pie junto a la chimenea.
El corazón comenzó a acelerársele incluso antes de que el hombre se diera la vuelta, de modo que no se sorprendió tanto al encontrar a Pedro allí.
Obviamente él no había sido informado de su llegada, pues arqueó las cejas al verla y sonrió.
—¿Paula?
El placer en su voz le produjo un escalofrío. El día anterior había tenido la oportunidad de conocerlo mejor. A pesar de todo, estaba empezando a causarle una buena impresión. Pero ver que se alegraba de su presencia hacía que ganase puntos.
—Ruth me invitó a comer —dijo ella.
—A mí también —dijo él, bajando la voz—. Era una orden.
—¿Los dos juntos? ¿Debería preocuparme?
—No creo —Pedro se acercó y le agarró una mano antes de darle un beso en la mejilla—. Sin importar por qué estés aquí, me alegro de verte. La comida ayer fue excelente.
El también lo era, pensó Paula, mirándolo a los ojos y sintiendo cómo se le erizaba el vello. Sus dedos eran cálidos y la mejilla le ardía por el leve roce de sus labios.
—Me lo pasé bien —admitió ella, deseando de pronto que no los interrumpiera nadie.
Había salido antes con hombres, incluso había estado prometida, pero nunca había tenido una relación tan visceral con nadie.
—Oh, bien. Los dos están aquí.
Ruth Jamison entró en el salón con los brazos abiertos y una sonrisa en los labios.
—Pedro, cariño, qué bien que hayas venido —dijo, abrazándolo antes de girarse hacia Paula—. Sigo sin creer que tenga unas nietas tan adorables.
Paula recibió el abrazo de su abuela y luego Ruth los condujo del brazo a uno de los sofás. Cuando estuvieron sentados, ella ocupó la silla de enfrente.
—Sé que esto ha sido muy precipitado —les dijo , así que muchas gracias por concederle este placer a una anciana.
—Una anciana muy astuta —dijo Pedro— ¿De que va todo esto, Ruth?
—¿Es que tiene que ir de algo?
—Conociéndote, sí.
Ruth le dirigió una sonrisa y luego miró a Paula.
—No le hagas caso —dijo—. Hará que pienses que soy una persona horrible, y no es verdad. Soy muy dulce. Y también estoy preocupada. He oído que saliste con Pedro en vez de con Fernando. ¿Es cierto?
La pregunta fue tan inesperada, que Paula  no supo qué decir. ¿Cómo diablos se había enterado? ¿Se lo habría dicho Pedro? Ruth continuó hablando.
—Mientras que Pedro es un hombre maravilloso y estoy deseando que siente la cabeza, Fernando es el mayor. Debería casarse primero.
—Es sólo dos meses mayor —dijo Pedro—. No te importarán ese tipo de cosas, ¿verdad?
—Generalmente no, pero esto es diferente. Se trata de la familia. Tu tío abuelo tenía unas ideas muy particulares y yo quiero que se cumplan. Que Fernando se casase primero era una de esas ideas. ¿Qué ocurrió?
—Ruth, esto no es asunto tuyo —dijo Pedro  amablemente, contestando a la pregunta de Paula sobre si habría sido él la fuente informadora de Ruth. Pero, si no lo era, ¿quién entonces?
—Claro que sí.
Paula sintió el peligro. No quería que Pedro admitiera la verdad sobre su primer encuentro por muchas razones. Tenía la sensación de que estaba dividido entre querer contestar a su tía y querer protegerla a ella. En vez de esperar a ver lo que pasaba, decidió Intervenir.
—Yo organicé la cita con Fernando como tú sugeriste dijo Paula— Entonces le surgió un asunto y Pedro  apareció para decirme que iba a llegar tarde. Se quedó a tomar una copa y acabamos cenando juntos.
Pedro le dirigió una mirada de agradecimiento.
—Eso es. Fernando no pudo llegar a tiempo.
—Entiendo —dijo Ruth con un suspiro—. ¿Y ahora qué? ¿Saldrás con Fernando?
—No —contestó ella.
Ruth se quedó mirándola.
—Es un millón de dólares, Paula. ¿Sabes lo que podrías hacer con ese dinero?
—Me hago una idea, pero estoy bien. Gracias por preguntar.
Más tarde, cuando terminaron de comer, Paula y Pedro se marcharon juntos. Cuando salieron a la calle, Paula se giró hacia él.
—No sé si sólo es una vieja loca o el diablo en persona —dijo.
—Normalmente me pondría de su lado, pero está actuando de forma extraña. ¿A qué venía ese interrogatorio? ¿Y cómo se ha enterado de que cenaste conmigo en vez de con Fernando?
—No tengo ni idea. Aunque yo pensé que habías sido tú.
—Yo no fui.
—Ya lo sé.
—Normalmente no se comporta así. Quizá lo de tener nietas se le ha subido a la cabeza.
—Mis hermanas y yo no tenemos poderes especiales. Parecía triste cuando le he dicho que no iba a salir con Fernando. Tendré que advertir a Mariana y a Sofía de que irá a por ellas después. Aunque no tendrá suerte con Sofía. Mi hermana se muestra muy protectora conmigo estos días. Lo único que quiere de Fernando es la oportunidad para gritarle.
Pedro se detuvo junto al coche de Paula.
—Tenemos un gran lío.
—Oh, sí. Y la culpa es tuya, por cierto.
—¿Por qué? —preguntó él, riéndose.
—Tienes unos nadadores muy buenos. De lo contrario, no estaría embarazada.
—Creo que la culpa es tuya.
—¿De verdad? Muy típico de los hombres.
—Soy un hombre. Es culpa tuya porque eres inteligente, sexy y divertida, y olías muy bien.
—El tóner de la fotocopiadora.
—Lo que sea. No tenía posibilidad de escapar.
—¿Acaso querías escapar?
Sus ojos se oscurecieron con algo parecido al deseo.
Paula  se estremeció. Era un juego peligroso. Pedro y ella debían estar conociéndose. Algunas personas llegaban a conocerse antes de tener un bebé, ¿pero por qué ser convencionales?
Aun así, lo más sensato era echar el freno. Mantenerse alejada de aquel hombre tan sexy y marcharse a casa. Pero no podía moverse. En parte porque ese hombre sexy era intrigante, pero también porque estaba empezando a gustarle.
—Fue una noche fantástica —dijo él—. Estuviste alucinante.
—Tú tampoco estuviste mal.
—Gracias.
—De nada —contestó ella con una sonrisa.
Pedro le colocó una mano en el hombro. Se dijo , a sí misma que era un roce casual. No significaba nada. ¿Entonces por qué le costaba tanto respirar?

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