domingo, 3 de mayo de 2015

Herencia de Amor Parte 3: Capítulo 30

La cena de ensayo se celebraba el jueves antes de la boda. Paula pasó la mayor parte de la tarde con rulos puestos, intentando que su largo pelo no pareciese tan liso.
Normalmente no se molestaba, pero ese día se sentía obligada. Tal vez porque iba a tener que pasar varias horas en compañía de Pedro, y sentía la suficiente amargura como para querer estar guapa y hacérselo pasar mal. No se sentía orgullosa de ello.
También tenía miedo de verlo. En la floristería la reunión había sido breve y había podido mantener el control. El ensayo de la boda no la preocupaba, pero la cena era otra cuestión. Sólo estaría la familia: Julia, Felipe, Sofía, Manuel, Pedro, ella, su madre, Ruth y los padres de Pedro y de Felipe.
Eso implicaba una mesa pequeña y mucha conversación. Todos lo notarían si estaba demasiado callada o si Pedro y ella no se hablaban. Podía ser incómodo y émbarazoso. Además, su madre no sabía nada de su relación con Pedro..., a no ser que Ruth hubiera compartido esa información con ella. Paula gimió al pensarlo.
Se puso el vestido y subió la cremallera. El tejido azul oscuro resaltaba el color de sus ojos y el corte entallado hacía que se sintiera muy delgada. Ya se había maquillado y sólo le faltaba peinarse.
Se quitó los rulos, dobló la cintura y empezó a peinar los rizos con los dedos. Cuando quedaron sueltos y, esperaba, seductores, estiró el brazo hacia la laca, pero se encontró con una mano.
Dio un grito, se enderezó y saltó hacia atrás.
Pedro estaba junto a la cómoda, en su dormitorio. Su desordenado dormitorio, con la cama sin hacer y ropa tirada por todas partes. Supuso que eso no importaba mucho si lo comparaba con cómo se le había desbocado el corazón.
Tuvo una breve percepción de lo guapo que estaba con pantalones sueltos y camisa de seda. Después recordó su pelo y se llevó las manos a la cabeza.
—¿Qué haces aquí? —exigió saber—. ¿Cómo has entrado? ¿No podías haber llamado a la puerta?
Pensó que, al menos, estaba vestida.
—Llamé varias veces y luego probé la puerta. Estaba abierta. ¿Estás bien?
Ella no lo estaba. Se arriesgó a mirarse en el espejo, comprobó que no tenía el pelo demasiado mal y bajó los brazos.
—No deberías dejar la puerta abierta —dijo él.
—¿Has venido hasta aquí para decirme eso? De acuerdo. No debería. No suelo hacerlo. No sé por qué lo hice hoy.
Por distracción. Había estado absorta con la idea de verlo. Y teniéndolo delante entendía por qué.
Aún lo quería. A pesar de todo lo que había dicho y de todo lo ocurrido, lo amaba. En ese momento deseaba lanzarse a sus brazos y oírlo decir que todo había sido un malentendido.
—¿Por qué estás aquí? —preguntó.
—Quería hablar contigo —dijo él—. Tenemos que aclarar algunas cosas.
Ella pensó que se refería a la cena familiar.
—Yo no tengo problema —dijo—. Será incómodo con toda la familia allí. Pero lo he pensado y creo que podemos manejar la situación. No es como si lleváramos años saliendo juntos. Nadie lo sabe. Bueno, mis hermanas y Ruth, pero no dirán nada. Organizamos la boda juntos, nada más.
—¿Es eso todo lo que ocurrió? —él la miró a los ojos.
—Es cuanto estoy dispuesta a admitir.
—Voy a hacer un brindis esta noche. En la cena. Me gustaría que lo escucharas y me dijeras si se puede mejorar.
Quería su consejo y, lo que era aún peor, ella era lo bastante patética como para dárselo.
—Bien. Lee.
El sacó un papel del bolsillo y lo desdobló.
—La Biblia dice que el amor es bueno. Los académicos, que puede cambiar el curso de la historia. Los científicos, que es algo químico. Lós poetas, que es eterno. Pero el amor verdadero es mucho más que eso. Implica creer y arriesgarse. Es comprometerse a estar siempre disponible para una persona y a creer que esa persona lo estará para uno. Es aferrarse a algo en la montaña rusa que es la vida. Amor es tener fe, en uno mismo y en la persona a quien se ama. Brindemos por Julia y Felipe, ellos son amor.
Sus palabras la rodearon como un abrazo. Deseó reír y llorar pero, sobre todo, deseó ir hacia él y decirle que, pasara lo que pasara, lo amaría siempre. Que eso era el amor para ella. Pero no lo hizo.
—Es precioso. Los emocionará mucho.
—Lo digo de corazón —dio un paso hacia ella—. Durante mucho tiempo no supe qué decir de la boda. Pensé que Felipe era tonto por confiar en Julia. Al final, creí en ella y me alegré por él. Pero no sentí envidia. Nunca deseé lo que él tenía... hasta ahora —sonrió irónico—. No a Julia... sino estar enamorado.
—Es bueno saberlo —consiguió decir ella, aunque tenía un nudo en la garganta. Se preguntó si estaba diciéndole que ella le importaba.
—Conoces mi pasado —dijo él—. Sabes por qué me retraigo y nunca me involucro emocionalmente. Sabes lo que me asusta —movió la cabeza—. Me parece increíble haber admitido que tengo miedo.
—Sé por qué lo tienes.
—Cuando dijiste que estabas embarazada pensé que eras como las demás —la miró a los ojos—. Me enfadé, pero más conmigo que contigo. Me airó desear que fueras distinta. Desear creer que no me habías engañado. Dije un montón de cosas que no debería haber dicho. Me equivoqué. Porque no eres como ellas.
Los ojos de ella se llenaron de lágrimas, pero parpadeó para evitarlas. Él se acercó más.
—Paula, cuando me dijiste que no había bebé, me sentí devastado. Quiero tener hijos contigo. Te quiero. Quiero casarme contigo y que envejezcamos juntos. Quiero que vivas conmigo en esa enorme casa y cambies mi mundo. Quiero creer en «para siempre».
Ella ya estaba al límite de la emoción, oyéndole decir esas cosas. Él la sorprendió aún más, poniendo una rodilla en el suelo y agarrando su mano.
—¿Puedes perdonarme? ¿Puedes darme otra oportunidad? ¿Darás ese paso de fe y confiarás en mí? ¿Quieres casarte conmigo?
Paula no pretendía estallar en lágrimas, pero lo hizo. También consiguió asentir con la cabeza. Debió de ser suficiente porque Pedro se puso en pie de un salto y la rodeó con sus brazos. Ella supo que siempre se sentiría segura estando con él.
—Te quiero —le susurró él al oído, apretándola contra sí—. Creo que te quiero desde el primer día. Era seguro ser amigos, así que bajé la guardia. Un día me desperté y eras parte de mí. Siento mucho lo que dije, cómo reaccioné.
—Está bien. Lo entiendo —lo miró y sonrió entre lágrimas—. Yo también te quiero.
Él le secó las lágrimas con los dedos. Después la besó. Con el primer roce de sus labios, el mundo de ella volvió a ponerse en su lugar.
—Tenemos que ir al ensayo —dijo él, cuando pararon para tomar aire—. Pero antes...
Sacó una cajita del bolsillo del pantalón.
—Esto pertenecía a mi abuela. Si no te gusta, podemos elegir otra cosa.
Abrió la caja y ella soltó un gritito. Sobre el terciopelo azul había un anillo de diamantes. Una enorme piedra central rodeada de otras más pequeñas. La luz que reflejaban las facetas casi la cegó.
—Es precioso —susurró—, pero es muy...
—¿Grande? —él sonrió—. Los Alfonso no hacemos nada a medias. Son unos ocho quilates en total.
—Vaya.
—¿Demasiado?
—Podré adaptarme.
Él le puso el anillo. Le quedaba perfecto.
—Estaba hecho para ti —dijo, antes de volver a besarla—. Te quiero, Paula.
—Yo también te quiero —se rindió a su abrazo y luego lo miró—. ¿Significa esto que habrá un Pedro Alfonso Cuarto?
—Probablemente.
—Me gusta la idea —miró el anillo y se lo quitó.
—¿Después de la boda? —preguntó él, perceptivo.
—Si no te importa. No quiero quitarles protagonismo a Julia y a Felipe.
—Me parece bien. Tenemos toda la vida por delante para celebrarlo.
Ella metió el anillo en la caja y la dejó sobre la cómoda. Luego salieron juntos.
—Tengo ideas muy específicas sobre nuestra boda —dijo él—. Colores, decoración de las mesas...
Paula se echó a reír.
—Entonces, ¿crees que deberíamos organizarla juntos?
—Hicimos un buen trabajo con ésta. Somos un gran equipo.
—Sí que lo somos.

FIN

3 comentarios:

  1. WOOOOOOOOOOOOOOOOW ame esta historia .. muy buena Naty

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  2. Qué hermosa historia Naty. Pero fue duro de roer Pedro jajajaja.

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  3. Hermoso final!!! Me encantó esta tercera parte!!!! Hermosa Novela naty!

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