-Cambiar de opinión es prerrogativa de las mujeres.
-Y de los hombres. Pero, ¿por qué no quieres cenar conmigo? -preguntó él.
Ella arqueó una ceja con escepticismo.
-¿Cenar? Pensaba que la invitación se refería realmente a otra cosa.
-¿A qué otra cosa?
-A los postres, tal vez -respondió.
-Yo no he dicho nada de los postres -dijo, siguiéndole el juego.
Ella se ruborizó levemente. Pedro pensó que Paula no era del tipo de persona que se ruborizaba con facilidad y el repentino tono de su piel le pareció encantador.
Dejó que se sintiera incómoda durante unos segundos. Y después, incapaz de mentir por más tiempo, dijo:
-No lo he dicho, pero lo habría hecho más tarde.
La intervención de Paula fue igualmente sincera:
Y hace cinco minutos, mi respuesta habría sido positiva.
-¿Y ahora?
-No, ahora no.
-¿Por qué?
Ella negó con la cabeza como única respuesta; no podía o no quería darle una contestación. Pero Pedro no estaba dispuesto a rendirse sin luchar.
-¿Me das una oportunidad para intentar convencerte de que cambies de opinión?
Paula lo miró con incertidumbre, pero su respuesta no fue negativa. Entonces, él sonrió, se acercó un poco más a ella y aspiró su aroma. Se siguió acercando poco a poco, hasta notar su pulso en su cuello, hasta que sus labios se encontraron a apenas unos centímetros de distancia.
-¿Crees que cambiaría de opinión con un beso? -preguntó ella. Él asintió.
-Sí.
Ella se estremeció ante su enorme confianza en sí mismo.
-¿Crees que no cambiarías de opinión? -preguntó él.
-Puedes intentarlo -respondió ella, mirándolo a modo de reto.
Pedro pasó las manos por su pelo y la acarició. Después, la besó suavemente al principio, saboreando sus labios y su boca. Solo al sentir su leve gemido, se dejó llevar y la besó de un modo más apasionado, introduciendo la lengua entre sus labios y fundiéndose con ella en una cálida e intoxicadora danza que lo estremeció de los pies a la cabeza.
Paula sabía dulce y madura, como una fruta veraniega. Pero también era cálida como el whisky.
La mujer gimió de nuevo y lo besó a su vez de un modo igualmente apasionado, como si aquello fuera inevitable.
Pedro la atrajo hacia sí y, en cuestión de segundos, Paula se encontró sentada en su regazo, pasándole los brazos alrededor del cuello. Entonces, él introdujo las manos por debajo de su camiseta y acarició la piel desnuda de su cintura.
Por fin, se apartó de su boca y comenzó a besar la comisura de sus labios, sus mejillas, su mandíbula y su cuello.
-¿Has cambiado ya de opinión? -preguntó él.
-Mmm...
-Bien. En ese caso, dime a qué hora podemos quedar mañana por la noche. Si es que estás realmente ocupada hoy...
Ella gimió, frustrada.
-Sí, estoy realmente ocupada. Antes de que él pudiera tentarla, Paula se apartó y dijo:
-Creo que he oído voces. Paula se incorporó tan deprisa, que Pedro la impresión de que todo había sido un sueño, de que nunca se habían besado.
-¿Estás segura? No oigo nada... Deseaba abrazarla otra vez, así que se puso de pie y se situó a su lado.
Pero antes de que Paula pudiera responder a la pregunta, una puerta se abrió a sus espaldas. Max y Facundo salieron a la terraza. Max estaba tenso y Pedro pensó que por una vez parecía tener la edad que realmente tenía, setenta y cuatro años. En cambio, Facundo parecía eufórico.
Max miró a Pedro durante una fracción de segundo, pero su mirada se clavó en Paula.
-¿Es, cierto? -preguntó.
Pedro notó el nerviosismo de Paula. Le temblaban las manos y las apretó con fuerza, por delante de su cuerpo, para que no se notara. La mujer abrió la boca para decir algo, pero no pudo.
-¿A qué te refieres? -preguntó Pedro.
-Claro que es cierto -intervino Facundo. Max hizo caso omiso de los dos hombres y se acercó más a Paula.
-¿Es posible? ¿Eres realmente Paulina? Confundido, Pedro dijo:
-Se llama...
-Sí, ya te he dicho que es cierto -lo interrumpió Facundo, interponiéndose entre Pedro y Max.
Entonces, Facundo tomó a Paula de la mano, la instó a dar un paso hacia Max y añadió con una sonrisa:
-Tío Max, te presento a la nieta que habías perdido.
Paula deseó estrangular a Facundo Pieres por afirmar que ella era, a ciencia cierta, la nieta de Max. Le había asegurado una y mil veces que aquello solo sería una visita para averiguar si cabía la posibilidad de que realmente lo fuera, pero acababa de presentar el hecho como si estuviera totalmente demostrado.
Sin embargo, no era así. Y aunque le hubiera pagado cinco mil dólares por acompañarlo a Atlanta, no estaba dispuesta a mentir.
-De hecho, me llamo Paula -dijo, mirando a Facundo con enfado-. Paula Chaves.
Max Longotti, un hombre de cabello plateado y ojos intensos y grises, la observó con detenimiento.
-Chaves... comprendo. ¿Cuántos años tienes, Paula Chaves?
-Bonita manera de empezar una conversación con una mujer -declaró Paula, todavía molesta por haber sido manipulada-. Ahora qué vas a preguntar... ¿cuál es mi talla de sostén?
Leo frunció el ceño y se estremeció, sorprendido. Le había pedido que actuara con recato y estaba haciendo todo lo contrario.
Paula se dijo que no había empezado con buen pie. Pero también pensó que podía haber empezado aún peor si no hubiera oído sus voces y la hubieran descubierto besándose con Pedro.
-No soy tan viejo como para no poder adivinar tu talla -comentó Max, divertido. Paula rió. Aquel hombre comenzaba a caerle bien.
Junto a Facundo, Pedro observó la escena con detenimiento. Se apoyó en la barandilla de la terraza, con los brazos cruzados, prestando suma atención a todas y cada una de las palabras que oía. El sol iluminaba su cabello oscuro, y Paula volvió a sorprenderse por el enorme atractivo de aquel hombre. Además, besaba mucho mejor de lo que había imaginado. Aún sentía la huella de sus besos en los labios.
Como si hubiera podido leer sus pensamientos, Pedro la miró y sonrió. Ahora compartían un secreto.
Paula se preguntó qué pensaría él de todo aquello. Para ella, desde luego, era como una escena salida de una película de ciencia ficción.
-Y ahora, ¿podrías decirme cuando naciste exactamente, jovencita? -preguntó Max.
Paula respondió aunque no le agradaba tener que admitir, delante de Pedro, que estaba a punto de cumplir los treinta. Poco antes de que se besaran, había decidido que aquel hombre estaba fuera de su alcance; pero después de besarlo, estaba deseando hacerlo otra vez.
Max asintió.
-¿Y dices que tu padre era mi hijo? -preguntó Max.
-Yo no he dicho eso -explicó Paula-. No llegué a conocer a mi padre, así que, por lo que sé, podría haber sido Jimmy Hendrix. Pero tu sobrino cree que puede ser posible.
Facundo frunció el ceño. Las cosas no estaban saliendo como él esperaba.
-Creo que será mejor que me marche-intervino Pedro-. Es una conversación familiar y no me gustaría molestar.
-Sí, márchate -dijo Leo.
-No, quédate -dijo Max Longotti-. El punto de vista de alguien ajeno a la familia me puede ser de gran utilidad. En cuanto a ti, Paula ya sé lo que cree mi sobrino Facundo. Pero quiero saber qué piensas tú.
Paula intentó ser lo más sincera posible. Resultaba evidente que su respuesta era importante para aquel hombre.
-Supongo que podría ser posible, puesto que, a fin de cuentas, suceden cosas aún más extrañas. Por ejemplo, ¿quién habría pensado que las patatas fritas bajas en calorías no sabrían a cartón? Pedro sonrió.
-Ya, pero en el fondo piensas que no es cierto --dijo Max-. No crees lo que dice Leo. Leo tocó el brazo de su tío y dijo:
-Max, todas las pruebas sugieren que... Max hizo caso omiso.
-¿Qué le pasó a tu madre?
-Murió cuando yo tenía ocho años.
-¿Y con quién creciste?
-Tuve suerte de terminar en una casa de acogida. Mi madre adoptiva cuidó de mí hasta que cumplí los dieciocho.
-¿Y tu verdadera madre no tenía familia? Paula se encogió de hombros.
-Nadie que quisiera cuidar de mí.
Wowwwwwwwwww, qué buenos caps Naty!!!!!!!!
ResponderEliminar