sábado, 9 de mayo de 2015

Entre Dos Hombres: Capítulo 19

Por supuesto, su breve mensaje había bastado para paralizarle el corazón: «¿Cuánto tiempo piensas continuar haciéndonos sufrir?», le decía en un ronco susurro. «Paula, te deseo tanto que no puedo dormir por las noches».
Aquellas simples palabras habían sido mucho más efectivas que los intentos de su hermano por despertar su interés. Aun así, cuando recordaba que habían parecido divertirse ante la posibilidad de pelearse por ella, Paula no podía evitar sentirse como un pedazo de carne entre dos perros hambrientos.
Se iban a llevar una nueva sorpresa, pensó mientras miraba por última vez la disposición del escaparate. A diferencia de las luces tenues y marfileñas de la semana anterior, el nuevo escenario estaba iluminado por luces rojas que alumbraban el maniquí de una mujer de la que tiraban dos hombres idénticos.
La pobre mujer parecía a punto de partirse en dos, con los brazos completamente extendidos a ambos lados y las puntas de los pies rozando apenas el suelo. Iba vestida con un adorable modelo Liz Claiborne. Uno de los maniquíes iba vestido con un traje que costaba más de lo que ganaba Paula en un mes. El otro con unos vaqueros y una camisa sin mangas.
En una única concesión por parte de Paula a sus verdaderos sentimientos, la mujer parecía anhelar marcharse con el de los vaqueros. El resultado era muy llamativo. Nada sutil, pero definitivamente satisfactorio. Mientras recogía sus cosas y se preparaba para marcharse, Paula se descubrió pensando que ojalá su madre estuviera dormida cuando llegara a casa. Alejandra había estado llorando aquella mañana y Paula imaginaba que había roto con su último novio. No estaba preparada para consolar a su madre por culpa de otra ruptura sentimental. No, aquella noche no. No cuando ella todavía no había resuelto su intrincada vida amorosa.
Paula oyó el ruido de un motor en la calle e inmediatamente la asaltó una fuerte sensación de deja vu. Apartó las cortinas a tiempo de ver la camioneta de Pedro en la acera. Se mordió el labio, mientras retrocedía mentalmente varias semanas. Hasta la primera vez que lo había visto. La primera vez que lo había deseado.
Se quedó muy quieta, mirando a través de la abertura, esperando a verlo, para ver si la historia podía repetirse.
Desgraciadamente, no estaba lloviendo, de modo que la camisa no se pegaba a los contornos de su pecho y su vientre. Además, era obvio que sospechaba que estaba allí porque se acercó al escaparate e intentó mirar a través del cristal y las cortinas oscuras.
Era imposible que pudiera verla, pero la lenta sonrisa que asomó a sus sensuales labios indicaba que sabía que estaba allí. De alguna manera, lo sabía. Golpeó el cristal y después señaló el reloj con el dedo índice, como si quisiera indicarle que ya era hora de marcharse. Dio media vuelta y volvió a acercarse a la camioneta. Absolutamente asombrada, Paula lo vió extender una tumbona en la parte posterior de la camioneta y sentarse en ella, con los brazos cruzados, preparándose para esperar.
—Estás loco —susurró Paula con una risa, segura de que sería capaz de quedarse allí toda la noche si hacía falta. El corazón comenzó a latirle a toda velocidad—. Y eres maravilloso —musitó mientras se preparaba para apagar las luces.
Pero de pronto vaciló. Sabiendo que Pedro vería o se enteraría de lo que acababa de hacer en el escaparate antes o después, decidió jugarse el todo por el todo. De modo que mantuvo el escaparate completamente iluminado, tiró su bolso al suelo, bajó de la tarima y corrió parcialmente las cortinas.
Paula se mordió el labio mientras observaba a Pedro erguirse en la tumbona. Cuando la farola iluminó su rostro, tuvo una vista perfecta de su expresión. Lo vio sacudir la cabeza y después sonreír divertido. Aunque no podía oírlo, sabía que se estaba riendo.
Pedro se levantó al verla en el interior de la tienda. Le dirigió una última mirada e inclinó la cabeza educadamente, como si estuviera reconociendo su participación en su inspiración. Al final, alzó las manos y aplaudió su ingenio.
-Sabía que lo entenderías —susurró Paula  con una sonrisa tan amplia que le dolían las mejillas. Corrió a buscar al vigilante nocturno para poder salir.
Salió por la puerta de atrás, se metió en el coche y condujo hacia el aparcamiento de la entrada principal. Pedro había vuelto a la tumbona, probablemente sabiendo que estaba a punto de salir.
—Apuesto a que nadie te ha acusado nunca de esconder tus sentimientos —dijo Pedro  con una risa en cuanto Paula salió del coche.
—Y tú tampoco eres precisamente sutil —respondió ella mientras intentaba subirse a la camioneta y le tendía la mano para que la ayudara. Pedro obedeció. No solo la ayudó, sino que la subió literalmente a la parte trasera de la camioneta.
La luz de la farola reflejaba el brillo de determinación de su mirada.
—Hola, Paula Chaves. Encantado de conocerte.
A Paula le dió un vuelco el corazón cuando comprendió lo que estaba haciendo. Estaba volviendo al principio. Empezando desde cero. ¿Quién podía pedir más?
—Hola, Pedro Alfonso—Paula sonrió—. Supongo que eso significa que ya no seremos más unos desconocidos.
—Y que se acabaron los juegos.
—Pero todavía no nos conocemos bien.
—Es la razón por la que estoy aquí. No hay mejor momento que el presente para que empecemos a conocernos. No es demasiado tarde, ¿verdad?
—Desde luego que no. Este trabajo me ha convertido en un buho —como al día siguiente no tenía que ir a clase, a Paula no le importaba estar despierta hasta el amanecer. Siempre y cuando estuviera con él.
—¿Y tienes que ir directamente a tu casa? — permanecía tan cerca de ella que sus cuerpos casi se rozaban. Solo el aire de la noche de Florida los separaba.
—No, ¿por qué? ¿Hay algún sitio al que quieras ir?
—Me preguntaba si te apetecería ir a bailar. Era lo último que Paula se esperaba. Había anticipado alguna propuesta más explícitamente sexual, desde luego, no una invitación a bailar.
—¿Quieres llevarme a bailar? ¿Ahora? ¿No te parece que es un poco tarde?
En vez de contestar, Pedro se acercó a la cabina de la camioneta, y accedió a ella a través de la ventana trasera. Luego, retrocedió. Al oír la música procedente del interior, Paula soltó una carcajada.
—¿Bailas conmigo? —le preguntó a Paula, tendiéndole las manos.
Paula  buscó sus brazos con la misma suavidad que la noche se dejaba abrazar por las estrellas.
Y bailaron. Al ritmo pausado del blues instrumental que emitía la radio del coche. Al ritmo de los sonidos de la noche. Al ritmo de los latidos del corazón de Paula.
—Bailas maravillosamente —le dijo a Pedro, sin apartar la mejilla de su pecho.
—Mi madre nos obligó a Federico y a mí a recibir clases de baile.
—Me cuesta imaginarme a Federico con zapatos de claque.
Continuaron en silencio, meciéndose mientras iba sonando balada tras balada. Paula sentía la tela del vestido de algodón que llevaba moldeándose contra su cuerpo, empujada por la fría brisa nocturna. Se estremeció ligeramente, pero Pedro la estrechó con fuerza contra él, para que no sintiera nada, salvo el sólido calor de su cuerpo.
—¿Crees que el guardia de seguridad puede vernos desde el interior del almacén? —preguntó Paula.
—¿Charlie es el vigilante de esta noche? Paula asintió.
—Entonces seguro que no. Es imposible. Estoy convencido de que ahora mismo está durmiendo.
—Así que en dirección saben lo que hacen sus trabajadores.
—Yo ya no trabajo aquí.
—Definitivamente no. Y no podría imaginarte haciéndolo, ¿sabes? Me cuesta visualizarte siendo como Federico. Caminando por las diferentes plantas y regañando a las vendedoras por llevar unos pendientes demasiado largos o ir excesivamente maquilladas.
—Pero ha mejorado mucho, ¿sabes? En otra época estuvo haciendo campaña para que llevaran uniforme. Tardamos meses en sacarle esa idea de la cabeza.
—No echas de menos ese trabajo, ¿verdad?
—No, no lo hecho de menos —respondió con absoluta sinceridad—. Odio estar todo el día encerrado. Además, me gusta construir algo por mí mismo, sentir el desafío.
Hablaba igual que su madre, pensó Paula. ¿Sería también tan voluble como ella? Inmediatamente, intentó arrinconar aquel pensamiento.
—Yo diría que nuestra relación ya ha sido bastante emocionante y desafiante —le ofreció Paula con una sonrisa.
—Desde luego —la estrechó contra él—. Sospecho que ese es el motivo por el que Federico  es tal como es. Yo he conseguido lo que necesitaba volando del nido y montando mi propio negocio. Él lo consigue a través del sexo.
Tenía sentido. No le hacía feliz, pero tenía sentido. Y el cielo sabía que no quería que Pedro cambiara porque se había enamorado locamente de él siendo tal como era.
¿Enamorarse? ¿Desde cuándo? ¿Es que se había vuelto completamente loca?
Probablemente. Pero no cambiaría lo que estaba sintiendo en aquel momento por nada del mundo.
Continuaron bailando, protegidos por las galerías a un lado y por la hilera de árboles que separaba el aparcamiento de la autopista al otro.
—Así que estamos completamente solos y nadie puede vernos.
—Aja —contestó Pedro, arqueando una ceja.

3 comentarios:

  1. guuuuuuuuuuaaaaaaaaaauuuuuuuuuuuuuuuuuuuu muuuuy buenos Naty

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  2. Muy buenos capítulos! como la está remando Pedro! Pobrecito!

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  3. Qué buenos caps Naty!!!!! Me encanta la simpleza de Pedro para tratar de conquistarla jaja.

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