domingo, 26 de abril de 2015

Herencia de Amor Parte 3: Capítulo 8

Paula estaba sentada en las escaleras delanteras de su apartamento, esperando a Pedro. Cuando las manecillas llegaron al minuto exacto, su elegante y caro descapotable plateado dobló la esquina y se detuvo ante su edificio.
—Bonito —ella se puso en pie y suspiró—. Un coche muy bonito —pensó que él tampoco estaba nada mal. Sabía lucir un traje. Pero eso no lo dijo.
— ¿Quieres conducir? —le ofreció las llaves.
— ¿Disculpa? —ella parpadeó.
—Conducir. El coche. Se supone que tú eres la lista aquí. No debería ser un concepto tan difícil. Te he visto conducir. Sabes hacerlo.
Ella lo miró, miró el Mercedes y de nuevo a él.
—Pero es tu coche. Eres un tipo. Los hombres no prestan sus coches. Y menos los caros, como éste.
—Sólo es un coche, Paula. Compro lo que me gusta, pero no es mi vida —agitó las llaves—. Ahora contesta a la pregunta. ¿Quieres conducir?
—Desde luego —le quitó las llaves antes de que cambiara de opinión.
Mientras iba hacia el lado del conductor, lo miró de reojo. Era cierto que Pedro tenía dinero y si le ocurría algo al coche podía comprar otro, pero era cuestión de principios. No era un comportamiento normal. Se preguntó si realmente estaba tan seguro de sí mismo como para ofrecerle las llaves sin dudar.
Acomodándose en el asiento de cuero, miró el interior del coche. Tenía las cosas básicas a las que estaba acostumbrada y además GPS, aire acondicionado por zonas y un sistema de sonido tan complicado que parecía digno de una nave espacial.
—Hace buen día —dijo él— ¿Quieres descapotarlo?
—Oh, sí.
Miró los controles y descubrió el que se ocupaba del techo. Metió la llave en el contacto, lo pulsó y se dio la vuelta para ver el espectáculo.
Pensó que era una maravilla de la ingeniería alemana al ver cómo el techo se doblaba automáticamente y una funda protectora se deslizaba sobre él. Después miró al frente, ajustó los espejos y arrancó, segura de que iba a quedarse impresionada.
— ¿Cómo de rápido puede ir? —preguntó.
— ¿Cuánto estás dispuesta a pagar de multa?
—Buena respuesta. ¿Dónde vamos?
El sacó un papel del bolsillo de la camisa.
—Hoy nos ocuparemos de manteles, indicadores de asiento, mesas, sillas, regalos para los invitados y esmóquines —miró su reloj—. Tenemos hora en el sitio de los manteles, así que vayamos allí primero.
Le dio la dirección y ella se incorporó a la carretera. El coche respondía de maravilla, el motor ronroneaba suavemente y sentía la fuerza que esperaba agazapada a sólo una presión de su pie. Era un día cálido, el aire le revolvía el cabello y se sentía feliz.
—Podría acostumbrarme a esto —dijo.
— ¿Te tienta el lado oscuro?
—Es más que una tentación —sonrió ella.
Era obvio que no podía permitirse un coche como ése, pero quizá sí un descapotable de segunda mano. También sería divertido.
—Gracias —le dijo, entregándole las llaves cuando aparcó ante la tienda de alquiler de manteles y bajaron del coche—. Ha sido fantástico.
—Cuando quieras.
—No lo dices en serio. Aun así, me impresiona que me hayas dejado conducir. Estás muy seguro de tí mismo.
—Soy uno de esos hombres tipo macho.
Ella soltó una carcajada.
—Por no hablar de modesto. Eres muy modesto.
Entraron en la sala de exposición.
—He llamado antes —le dijo Pedro— Han preparado mesas para nosotros. Podemos hacernos una idea de qué colores van bien juntos y de cómo de formal o informal queremos que sea el conjunto.
—Haré fotos —ella sacó la cámara del bolso.
Entraron en la sala y vieron casi una docena de mesas puestas para una cena. De distintos colores, con vajilla y un centro de mesa a juego.
Se presentaron al empleado y él los invitó a pasear y hacerse una idea de lo que querían.
Paula fue directa hacia una mesa redonda con mantel rosa pálido y elegantes servilletas amarillo claro. Los platos eran color crema, con borde plateado. El centro de mesa era una composición de flores rosas y amarillas que caían sobre la mesa. Incluso sentados, los invitados podrían verse unos a otros y los colores eran cálidos y alegres.
—Me gusta ésta —dijo. Comprendió que hablaba sola. Pedro estaba al otro lado de la habitación, ante una mesa de tonos rojo oscuro y morado.
Ella hizo una mueca cuando se acercó. La vajilla era negra, las servilletas oscuras y las flores parecían dignas de una pesadilla, en vez de una boda.
—Es elegante —dijo él, cuando ella se acercó.
—Da miedo. No creo que haya muchos niños, pero, ¿y si los que vengan tienen un ataque de pánico?
Él echó un vistazo a la que le había gustado a ella.
— ¿Qué te parecería no elegir una mesa digna de la comida del Domingo de Resurrección? Julia dijo elegante pero discreta. Los conejitos de Pascua y los huevos de colores no entran en esa categoría.
Paula  miró la mesa que le había encantado.
—Bueno, tal vez sea un poco pálida, pero ésta es horrible. No me gusta el centro de flores tan alto. Nadie verá a quien tenga enfrente.
—Eso estaría bien si no te gustara la persona.
—No podemos garantizar que ése vaya a ser el caso —sonrió ella—. ¿Qué te parece ésa?
Señaló una mesa en rosa oscuro, con matices verdes. La vajilla de porcelana color crema proporcionaba un fondo neutro para los platos de ensalada y postre, que tenían dibujos verdes. El centro de mesa era más botánico que floral, y lo bastante bajo para no interponerse a la vista.
—No es recargada. Está bien —dijo Pedro  tras estudiarlo—. Los colores son un poco femeninos, pero el verde está bien. Me gusta el centro de mesa.
—Es distinto a lo normal —murmuró Paula, empezando a hacer fotos—. Rosa y verde serían buenos colores, y el crema conjunta muy bien.
Sacó fotos de las demás mesas, pero se concentró en la que les había gustado a los dos. Después fueron al empleado y le pidieron la lista de precios.
Pedro la sujetó de modo que ambos la vieran. Los precios estaban desglosados por tipo de alquiler y por número. Cuantas más unidades, menor el precio.
—No hemos pensado en las copas —dijo ella.
—La verdad, no creo que a Felipe le importe. Si dentro hay vino y champán, estará contento.
— ¿No vas a discutir por principio?
—No, sólo para mantener el interés.
Estaban muy cerca el uno del otro. Tanto que sus brazos se rozaban. Paula era consciente de cuánto más alto era Pedro que ella y de cómo el calor de su cuerpo le provocaba un cosquilleo interno.
Se recordó que no quería sentirse atraída por Pedro. Era culpa de ese *beep* beso. Si no hubiera ocurrido, nunca lo habría visto como otra cosa que el amigo de Felipe y alguien a quien tendría que aprender a soportar en las siguientes semanas. El no se habría convertido en... un hombre.
—Mira, pueden recomendar una floristería —dijo ella, obligándose a centrar la mente en lo que tenían entre manos—. Eso está bien. Necesitamos más recomendaciones. El alquiler de las sillas no está mal. Pero vamos a necesitar fundas.
—Cuestan cuatro dólares cada una —rezongó él—. Si pedimos doscientas sillas, son ochocientos dólares por echarles un trozo de tela por encima. ¿No pueden ser sillas desnudas?
—No —le dio un golpecito en el brazo—. Quedan mejor con funda.
—Felipe y yo nos hemos equivocado de negocio. Si alquilan esas fundas dos veces por semana, incluso teniendo en cuenta la compra inicial y la lavandería, ganan dinero a montones.

2 comentarios:

  1. wooooooooooooow me encanto esta historia Naty

    ResponderEliminar
  2. Espectaculares los 4 caps Naty. Qué lindo que se están llevando bien ya jajajaja

    ResponderEliminar