sábado, 25 de abril de 2015

Herencia de Amor Parte 3: Capítulo 4

—Entonces, ¿tú preferirías el salón de baile?
—Sí, pero la elección es de Julia. Bajemos a sacar unas fotos del jardín y que decidan Felipe y ella. Cuando sepamos eso, podremos empezar a organizar otras cosas.
Bajaron y salieron al porche y la terraza. Mientras tomaba fotos, ella pensó que aquello parecía un hotel de cinco estrellas, no una casa; no sabía qué pensar de que su abuela viviera allí.
— ¿Qué ocurre? —preguntó Pedro. Ella pensó que su confusión debía de haberse reflejado en su rostro.
—No dejo de pensar en lo raro que es esto —guardó la cámara en un bolsillo y se puso la libreta bajo el brazo—. Que una abuela desconocida para mí, viviera a veinte kilómetros de donde crecí. Que éste sea su mundo y que yo recuerde momentos en los que no había dinero para poner carne en la mesa —movió la cabeza—. No me quejo. Mi madre era fantástica y nunca nos faltó de nada. El dinero escaseaba, pero igual les pasaba a nuestros vecinos, era normal. Pero es extraño descubrir que hay otra forma de ver las cosas —lo miró—. No me estoy explicando bien y te estoy dando más información de la que querías.
—Claro que esto es distinto. Si te sirve de algo, Ruth lamenta todos los años que estuvo alejada de tu familia. Su marido, mi tío, era un hombre duro. No creía en el perdón. Ruth no tenía la fuerza necesaria para enfrentarse a él.
—Eso es lo que dijo.
—Es verdad.
Fantástico. Por lo visto, Paula  provenía de un linaje de mujeres que rendían su corazón y su mente a sus hombres. Mayor razón para no involucrarse.
—Deberías intentar entender por lo que pasó Ruth.
—Vaya, ahora estoy desconcertada en dos niveles —le costaba creer que Pedro Alfonso Tercero fuera sensible—. El contraste entre mi vida normal y esto, y, encima, tu percepción emocional.
—Soy un hombre de mucho misterio.
—Claro que sí —se rió ella—. Riqueza, poder y misterio. Deberías poner eso en tus tarjetas de visita.
—Te saco ventaja, Paula —dijo él, emprendiendo el camino de vuelta—. Lo llevo tatuado en la espalda.
—Yo había pensado que sería como llevar un palo en el cu*lo —dijo ella, antes de poder controlarse.
—Ahora saben arreglar eso. La medicina moderna es milagrosa, ¿no crees?
—Sabes a qué me refería —suspiró ella—. Pensé que serías... distinto.
— ¿Desagradable?
—Imperioso.
—Puedo serlo, si eso te hace feliz.
—No, gracias —abrió su libreta—. Examen del territorio, completado. Faltan la comida, la tarta, las flores, fotógrafo y otro montón de detalles complicados.
—El vestido —le recordó él—. Tendremos que verlos ya hechos. No hay tiempo para diseñar uno a medida.
Ella lo miró, sorprendida de que supiera tanto.
—Deja que adivine. ¿Has estudiado más revistas de bodas? El caso es que no te imagino tomando un café con leche y leyendo una de esas revistas.
—En momentos así no puedo tomar café con leche. Tiene que ser café solo, para combatir toda esa feminidad. Es una cuestión de equilibrio.
Hasta ese momento ella no había pensado en Pedro como persona. Al principio sólo había sido un nombre, luego el tipo que había intentado separar a Felipe y a su hermana. Después un incordio que se interpondría en la organización de la boda. Pero...
— ¿Por qué escondes quién eres tras tu reputación? le preguntó—. El dinero. Las modelos.
—He salido con unas tres modelos en mi vida, Paula—dijo él, abriendo su coche— Relájate.
—Tienes razón. Lo haré.
—Bien —entró en el coche y sonrió—. Claro que dos de ellas no hablaban inglés.
Si no hablaban... Entonces, ¿cómo...?
—Más vale que estés bromeando —lo miró fijamente—. ¿No hablaban inglés?
—No. Pero hice cuanto pude para mejorar las relaciones internacionales —esbozó una sonrisa angelical—. Conozco una empresa de catering excelente.
Organizaré algo y te llamaré con los detalles.
Y con eso, se marchó.

Tres días después, ante la empresa de catering, Pedro observó la llegada de Paula. Llevaba vaqueros, una sudadera y el pelo recogido en una cola de caballo. No vestía para impresionar, estaba claro.
Pero la rodeaba un aura de determinación que lo hacía predecir chispas. Planificar una boda no era lo que él habría elegido hacer en su tiempo libre, pero Paula había sido una agradable sorpresa. Era lista y sexy. Había estado deseando verla de nuevo.
Se detuvo ante él, se puso las manos en las caderas y lo miró con ira.
—Te he buscado en Internet —dijo—. Las modelos en cuestión hablaban perfecto inglés, si bien lo hacían con acento.
—»Si bien» —él alzó las cejas—. ¿Estamos en una novela de Jane Austen?
— ¿Qué sabes tú de Jane Austen?
—Cualquier macho inútil que sólo salga con modelos lo sabe todo sobre las películas para chicas y Jane Austen. Es requisito imprescindible. No sólo he visto El diario de Bridget Jones dos veces, también he leído el libro. Pregunta lo que quieras.
Ella se echó a reír. El sonido fue tan burbujeante y sexy que deseó tocarla. De arriba abajo. Un inesperado golpe de calor lo sorprendió por su intensidad.
Dio un paso atrás, tanto física como mentalmente. Paula y él tenían una misión. Estaba allí para proteger los intereses de Felipe y no morir de aburrimiento mientras lo hacía. Si hacer que Paula  cambiara de opinión sobre él lo ayudaba a pasar el día, bien. Pero disfrutar de su compañía, mal. No sería inteligente liarse con la nieta menor de su tía política.
—Esta empresa tiene muy buena fama —dijo, mientras iban hacia la puerta—. Se supone que es comida buena que no se limita a ternera o pollo. Si la elegimos, podremos escoger el menú. O, en nuestro caso, discutir sobre él.
—¿Crees que vamos a discutir? —preguntó ella.
—Cuento con ello.
—Soy una persona muy condescendiente, pero estoy segura de que tú eres difícil —le dijo, mientras él  abría la puerta— Seré flexible con los platos, pero no con lo del postre.
— ¿Qué del postre?
—Con que haya postre —le sonrió— Es lo mejor de las bodas. Hay postre y tarta. ¿Cuántas veces ocurre eso en la vida?
—No seré yo quien se interponga entre una mujer y su ansia de azúcar.
—Guapo y listo —murmuró ella— Impresionante.
—Lo sé —dijo él. Se presentó a la recepcionista.
—Soy Zoé —dijo la mujer, sonriente—. Los esperábamos. Siganme, por favor.
Los condujo a una pequeña habitación organizada como comedor. La mesa para seis tenía dos cubiertos en uno de sus extremos.
Zoé esperó a que se sentaran y después señaló las cartas que había junto a los platos.
—Iremos por orden —dijo—. Empezaremos con las sopas, luego las ensaladas, etcétera. Por favor, tomen  notas y anoten cualquier pregunta que tengan.
Se marchó y volvió unos segundos después con tres cuencos para cada uno.
—Bonita presentación —dijo Paula, alzando un decorativo brote verde de uno de los cuencos— ¿Por qué tienen que poner una hierba sobre un plato? ¿Qué es? ¿Cómo sabemos de dónde sale?
—No saberlo incrementa la emoción del momento.
— ¿Estás emocionado? —lo miró con los ojos azules abiertos de par en par.
Ella estaba lo bastante cerca para que pudiera ve un par de pecas en su nariz e intuir un hoyuelo en su mejilla. Volvió a pensar en tocarla... y no lo hizo.
—Me faltan las palabras.

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