Pedro llevó la bolsa a la cocina y luego salió de la casa.
—Habla —insistió Mariana.
—No he conseguido olvidar lo de Fernando—comenzó Paula—. Cada momento que pasaba estaba más y más furiosa. En fin, esta mañana, al despertarme, no podía aguantarlo más.
Mariana se la quedó mirando.
—Por favor, dime que no has venido aquí para enfrentarte a él.
—Eso es exactamente lo que ha hecho —dijo Pedro, entrando con unas cuantas bolsas más—. ¿Hay más en el maletero?
—No, sólo ésas en el asiento de atrás del coche. Gracias.
Pedro lanzó un gruñido y desapareció en la cocina.
Paula lo miró mientras se iba, y le gustó mucho la forma como los pantalones se le ajustaban al trasero. Nunca antes se había fijado en el trasero de un hombre, pero nunca había visto uno tan bonito.
—Paula—dijo Mariana con impaciencia.
—¿Qué? Ah, perdona. Bueno, vine para pegarle unos cuantos gritos a Fernando. Estuvo a punto de hacer que Julia y Felipe se separasen y no podía soportar pensar en ello. ¿Quién demonios se ha creído que es? Además, está lo del millón de dólares y Fernando es tan ególatra que debe de estar pensando que nos morimos de ganas de verlo ahora que Julia está prometida. Tengo ganas de darle con un bastón en la cabeza.
—Para ser vegetariana y tan amante de la naturaleza, eres sorprendentemente violenta —dijo Pedro desde la cocina.
—No soy violenta —respondió Paula alzando la voz—. No he sido yo quien va por ahí con una pistola. A propósito, ¿dónde está?
—Escondida.
Mariana agrandó los ojos.
—¿Tenía una pistola?
—Sí, pero no te preocupes. Cuando llegué aquí esta mañana, Pedro abrió la puerta y supongo que me consideró una auténtica amenaza. Intentó detenerme.
—¿Qué?
—Es su trabajo. Es el encargado de seguridad de todas las empresas de Fernado y Felipe. No le gusta que la gente piense que sólo está a cargo del cuidado de la casa —Paula se inclinó hacia delante y bajó la voz—. Intentó detenerme, pero yo eché a correr y salí al jardín, pero Pedro me dio alcance. Luego, me tropecé y, al caer, me destrocé el tobillo. Fue entonces cuando vi a la gata con sus crías. Y eso ha sido todo, aquí estamos.
Mariana se tapó la boca con una mano; luego, la dejó caer.
—No sé si reír o llorar. Paula, Paula, eres imposible.
Pedro salió de la cocina con un cajón de arena para gatos en las manos.
—¿Es esto lo que creo que es?
—Sí, si piensas que es un cajón de arena para gatos —respondió Mariana antes de volverse hacia su hermana—. Es biodegradable. Estupenda, ¿verdad?
—Sí. Gracias. ¿Dónde te parece que la pongamos?
Mariana miró a su alrededor.
—En un sitio algo más escondido.
Pedro se quedó mirando a las dos mujeres. ¿Qué estaba pasando? ¿Cuándo había perdido el control de la situación… y de su vida?
—Voy a mirar para ver dónde lo ponemos —declaró Mariana poniéndose en pie. Luego, le quitó el cajón a Pedro—. Creo que necesitas unos minutos para recuperarte, has tenido muchas sorpresas esta mañana.
Pedro la vio salir al pasillo.
—¿Tienes un recogedor? —le preguntó Paula—. Será mejor que pongas uno al lado del cajón y también papel higiénico.
Pedro iba a preguntar para qué, pero se contuvo. Sí, la caja era, fundamentalmente, el cuarto de baño de un gato.
—Supongo que la gata sabrá utilizar todo eso, ¿no? —preguntó él mirando a la gata.
—Sí, claro. Lo único que tenemos que hacer es indicarle dónde está.
Mariana regresó sin la caja.
—Lo he dejado en el baño de la habitación de invitados —se acercó a su hermana y se agachó para hablarle en tono confidencial—. No parece que tenga novia, es prometedor.
Pedro se enfadó.
—Estoy aquí y no soy sordo.
Paula le sonrió.
—Ya lo sabemos.
—No parece un mal tipo —continuó Mariana—. Pero dada tu experiencia con los hombres…
—Es verdad —respondió Paula con tristeza—. Pero quizá éste sea diferente.
—Sigo aquí —anunció Pedro.
—Podrías ir a dar de comer a la gata —le dijo Paula—. Estarás mejor en la cocina mientras nosotras hablamos de ti a tus espaldas.
En cierto modo, por loco que pareciese, tenía sentido. Pedro se marchó a la cocina, preguntándose qué había pasado. Al principio de aquella mañana todo había sido normal. Luego, lo habían invadido. Había gente en su casa y él no era dado a la gente.
Examinó el contenido de las bolsas. Había comida de gato y tres cuencos. La gata entró precipitadamente en la cocina y empezó a merodear. Se lanzó a la comida en el momento en que él vertió el contenido de una lata en un cuenco.
Mientras el animal comía, Pedro examinó el resto de las bolsas. Mariana había llevado pan, miel, varios cartones de sopa congelada, manzanas, peras, un jabón perfumado y el último número de una revista del corazón. ¿Pensaba que su hermana iba a quedarse ahí?
Pedro sintió que algo le rozaba la pierna. Al bajar la mirada, vio a la gata frotándose contra él.
Sintiéndose incómodo, algo *beep* y como si le estuvieran tomando el pelo, se agachó y acarició la cabeza del animal.
Nunca le habían gustado los animales domésticos. De niño, sólo se encargaba de sí mismo. Cuidar de algo o alguien era ponerse en una situación de dependencia. En el ejército, había soldados que tenían perros, él no.
Se enderezó. Oyó a Paula y a Mariana hablando en el cuarto de estar, aunque no podía oír lo que decían. Menos mal. Y ahora… ¿qué? ¿Qué podía hacer? Se suponía que ésa era su casa, pero se sentía un extraño en ella.
Llamaron a la puerta. Antes de que él pudiera decir nada, Mariana le gritó que ella abriría. Entró en el cuarto de estar en el momento en que una versión de Paula , con más años, apareció en su casa. Dicha versión de Paula iba acompañada de un tipo de unos cincuenta años con traje.
—Mamá, no era necesario que vinieses —dijo Paula—. Estoy bien.
La madre dio a Mariana una cacerola y luego se acercó apresuradamente a Paula.
—No estás bien. Estás herida. ¿Cómo no iba a venir? ¿Acaso te iba a dejar aquí sufriendo?
—Oh, mamá.
El hombre se acercó a Pedro.
—Soy el doctor David Greenberg, un amigo de la familia.
—Pedro Alfonso—se dieron la mano.
El doctor Greenberg se acercó al reposapiés.
—Hola, Paula. Vamos a ver qué te has hecho.
La madre de Paula se retiró. Mariana le tocó el brazo.
—Éste es Pedro, mamá.
La mujer le sonrió.
Qué geniales y divertidos los 3 caps Naty!!!! Me muero de risa con esta parte jajajajaja
ResponderEliminarque lindos capitulos, muy simpaticos todos !! jajajajaj
ResponderEliminarMuy buenos capítulos! le ocuparon la casa a Pedro! Pobre! No puede solo con tanto! jajaja
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