Después, Paula se recostó en el sofá, agarrándole el brazo, pero Pedro no quiso apartarlo.
—Está bien, hablaré en serio. Ponte a trabajar en un invernadero y aprende el negocio. Y métete en una escuela técnica donde se aprenda a llevar un negocio.
Paula se lo quedó mirando.
—Lo dices como si eso fuera sencillo.
—¿Por qué iba a ser difícil? Cuando estaba en el hospital y uno del ejército que reclutaba soldados vino a verme, me di cuenta de que era la oportunidad perfecta. No podía quedarme donde estaba, volverían a por mí. Ya había falsificado la fecha de nacimiento, diciendo que tenía dieciocho años; por lo tanto, cuando me dieron el alta, me alisté en el ejército. Si es importante, uno hace lo que sea. No tiene por qué ser difícil. Paula, has conseguido que adopte a esa maldita gata. Créeme, puedes montar un negocio.
—¿Lo dices en serio?
—Lo sé.
Paula sonrió, fue una sonrisa de felicidad que le hizo desear desnudarla allí mismo y poseerla. En lugar de ello, le ofreció una pasta.
Más tarde, cuando Paula se hubo marchado y Pedro volvía a estar solo con los gatos, miró a la gata madre, que lo observaba con gran interés.
—No te hagas ilusiones —le dijo él—. Sólo llamé a Paula para que me ayudara a encontrarte, no volverá a ocurrir. No me gusta nadie, ni siquiera tú.
La gata parpadeó.
—Tan pronto como tus crías se puedan defender por sí mismas, los llevo a todos al lago. Que quede claro.
La gata volvió a parpadear y su ronroneo fue lo único que se oyó en la habitación.
Paula eligió una de las diminutas bolas que tenía encima de la mesa, agarró también el pegamento y, con sumo cuidado, la pegó a una de las velas que había acabado la noche anterior. Entretanto, hizo lo posible por no sonreír mientras Pedro se paseaba por su pequeña cocina.
Lograba cruzar la estancia con tres zancadas. Ella le había ofrecido una silla, pero Pedro parecía decidido a llevar aquella conversación de pie.
Se lo veía incómodo, quizá fuera por la decoración de su casa, pensó Paula; era muy femenina, sobre todo, con los lazos y los frunces de las cortinas que ella misma había hecho. Había plantas por todas partes, así como velas y tazones con flores secas aromáticas. Una pequeña colección de unicornios de porcelana adornaban una de las estanterías del cuarto de estar. Los muebles eran blancos, de bambú, y los sillones tenían cojines con estampado de flores.
No, no era la clase de sitio que a Pedro debía de gustarle.
—Voy a estar fuera dos noches —dijo Pedro—. Si pudieras ir a dar de comer a la gata…
—No te preocupes, lo haré —respondió Paula sonriente—. Me encargaré de la comida y del aseo de los gatos, pero tendrás que darme las llaves de tu casa.
—Sí.
Paula agarró otra bolita.
—Será como si viviéramos juntos.
Pedro la miró fijamente.
—No, no vivimos juntos.
—Yo no he dicho eso exactamente.
—Lo has insinuado. Sólo vas a cuidar de la gata, eso es todo. La gata que te empeñaste en que me quedara yo. No debería tener una gata.
—Pero la tienes.
Pedro apretó los labios.
—Tú encárgate de la gata y nada más. Y no rebusques entre mis cosas.
Paula fingió sentirse insultada.
—¿Crees que haría semejante cosa? Por favor, Pedro, ¿cuándo he violado yo tu espacio?
—¿Quieres que te haga una lista? Te conozco —gruñó él—. Eres muy curiosa.
Era muy divertido, pensó Paula contenta. Pedro era adorable cuando se enfadaba.
—Te prometo que no lo haré.
—No te creo.
—Eh, yo no miento. He dicho que no curiosearé.
—Si lo haces me daré cuenta. Probablemente.
—Te he dado mi palabra —lo informó ella—. Respetaré tu intimidad.
Pedro la miró durante un segundo; luego, dejó la llave de su casa encima del mostrador de la cocina.
—Voy a ensañarte una cosa —añadió Paula.
Al momento, se levantó, fue al cuarto de estar y agarró un catálogo que tenía encima de una mesa de centro de cristal y bambú.
—Mira —le dijo agitando la revista en la mano—. Es del semestre de primavera de la escuela técnica de mi barrio. Voy a apuntarme a clases para montar un negocio. Y también he estado buscando trabajo en invernaderos.
Paula se interrumpió para darle efecto a la noticia.
—Tengo una entrevista el jueves —añadió.
—Me alegro mucho —dijo Pedro, relajándose.
—Gracias. Te lo debo a tí.
—Lo único que he hecho ha sido mencionar la posibilidad, lo has hecho tú todo.
—Te debo un favor —insistió ella.
Pedro se puso tenso otra vez.
Paula sonrió traviesamente.
—¿Te estoy poniendo nervioso? No era mi intención.
—Sí, me estás poniendo nervioso.
—Está bien, pero no es para preocuparse. Admítelo, Pedro, no habías conocido nunca a nadie como yo y te estás encariñando conmigo.
—Como me encariñaría con el moho —Pedro se cruzó de brazos—. Ya veo que te sientes mejor. De nuevo con autoridad y descarada.
«Descarada». ¿Era así como la veía?
—No te hagas ilusiones —añadió Pedro.
—Claro que no. Tú no quieres tener una relación. ¿Y amigas?
—No.
—Ni novias, ni familia ni amigos. Es lo más triste que he oído en mi vida —murmuró Paula.
¿Era realmente posible que no quisiera a nadie y que nadie lo quisiera? Empezó a ponerse muy triste.
—No vayamos por ese camino —le advirtió.
—¿Qué camino?
—Ninguno que a tí te importe. Es mi vida y me gusta.
—¿Es que nunca quieres algo más?
—No.
Sin pensar, Paula cruzó la distancia que los separaba y lo abrazó. Pedro le apartó los brazos.
—No quiero esto, Paula.
—Puede que yo sí. Acéptalo y dame un abrazo.
Paula pensó que él iba a ignorarla; pero, por fin, sintió los brazos de Pedro alrededor de su cuerpo.
Se mantuvieron abrazados. Pedro era el hombre más peligroso que había conocido en su vida; sin embargo, no le tenía miedo. Seguía haciéndola sentirse segura y a salvo.
Paula alzó el rostro y lo miró a los ojos. La pasión que vio en ellos la dejó sin respiración. El deseo se apoderó de ella.
—Quieres acostarte conmigo.
Inmediatamente, Pedro se apartó de ella.
—Eso no tiene importancia.
—Claro que la tiene. Es maravilloso. Vamos a acostarnos.
Paula le tomó la mano y tiró de él hacia el dormitorio, pero Pedro se negó a moverse. Ella se dio media vuelta, encarándolo.
—¿Qué demonios te pasa? —quiso saber Paula.
—Tengo motivos para seguir unas ciertas reglas de comportamiento.
—Eres un cabezota y tus reglas son estúpidas.
—Eso es sólo tu opinión —la informó él.
—Pero me deseas, lo sé.
—Sí, es verdad. Pero no voy a hacer nada.
—Pedro…
Pedro se acercó a la puerta.
—Volveré el jueves por la tarde.
El jueves por la tarde Paula dejó el coche a la puerta del edificio donde estaba su apartamento. No podía dejar de sonreír, la entrevista le había ido muy bien. Beverly, la dueña del invernadero, y ella habían hablado de plantas y jardines durante casi dos horas. Al final, Beverly no sólo le había ofrecido el puesto de trabajo sino que también había aumentado el salario en dos dólares la hora, tras prometer más subidas con el tiempo.
—Eres la clase de persona que estaba buscando —le había dicho Beverly—. Es una suerte que hayas venido.
Se esta poniendo buenisima la.novela y Pedro. Va a aflojar jajajajaja
ResponderEliminarSe esta poniendo buenisima la.novela y Pedro. Va a aflojar jajajajaja
ResponderEliminarJajajajajajajaja qué genial esta novela Naty, ese Pedro es un hueso duro de roer jajajaja
ResponderEliminarMuy buen capítulo! Ojalá Paula tenga un poco de suerte, y que Pedro deje de hacerse el duro un poco!
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