martes, 14 de abril de 2015

Herencia de Amor: Capítulo 29

Paula ya sabía que la respuesta a eso era no. Así que, si enamorarse era inevitable, ¿por qué estaba luchando por resistirse?
Paula escribió una nota en el cuaderno. Necesitaba un par de citas más y estaría lista para escribir su informe. Llamaron a la puerta, que estaba abierta, y levantó la cabeza.
—Adelante —le dijo al hombre que allí había.
Iba vestido con vaqueros y jersey, nada elegante.
—¿Paula Chaves? —preguntó. —Sí.
—¿En qué puedo ayudarle?
El hombre le entregó un sobre, y dijo:
—Aquí tiene.
Y, sin más, desapareció.
Paula se quedó mirando el sobre y luego lo abrió. La carta que había dentro era de un bufete de abogados. Mientras examinaba el contenido, comenzó a sentir frío por todo el cuerpo. Su corazón gritaba y su cerebro murmuraba «te lo dije».
Pedro  le estaba ofreciendo un acuerdo prenupcial y una proposición de matrimonio válida sólo después de que el bebé hubiera nacido y se hubiera demostrado su paternidad mediante una prueba de ADN. Si ella rechazaba la proposición o la prueba, entonces Pedro  la demandaría por la custodia de su hijo. La custodia total y permanente. Él la tendría a ella, o Paula  se quedaría sin nada.
Paula entró hecha una furia en las oficinas de Aston & Bennett, ignoró a la recepcionista y se dirigió hacia el despacho de Pedro. Él estaba al teléfono.
La miró cuando entró y sonrió.
Paula  le quitó el teléfono de la mano y colgó, tirándole los papeles a la cara.
—¿Cómo has podido? —preguntó en voz alta—. ¿Cómo has podido? Confiaba en tí. Te creí. Eso es lo que me revienta. Estaba empezando a creer que me había equivocado contigo. Que te había juzgado mal. Que todo había sido un error. Pero no lo había sido, ¿verdad? Fuiste tú mismo aquella primera noche que estuvimos juntos. Fuiste una sabandija entonces y eres una sabandija ahora.
Pedro agarró los papeles y se puso en pie.
—¿Paula, de qué diablos estás hablando?
—De eso —dijo ella, señalando los papeles—. Crees que has ganado, pero te equivocas. Soy mejor que cualquier abogado que puedas contratar. No conseguirás nada, ¿me oyes? Vas a perder. Vas a perder y no te quedará nada. Ni el bebé ni yo. Vamos a ver si me explico. Nunca me casaré contigo. Nunca. La próxima vez que te vea, estaremos frente a un juez. Voy a destriparte. Te dejaré destrozado y malherido y te apalearé cuando estés hundido. Eres un maldito mentiroso y no sabes lo mucho que desearía no haberte conocido nunca. No puedo creer que pensara que estaba enamorada de tí.
Y, con eso, se dio la vuelta y se fue.
Pedro  se quedó mirándola, asombrado por el ataque. No entendía lo que estaba pasando. Abrió el sobre y leyó los papeles. Se sintió horrorizado.
—No —dijo, apretando los dientes—. Paula, no. Yo no he hecho esto.
Fue tras ella, pero era demasiado tarde. Las puertas del ascensor ya se habían cerrado.
¿Qué podía hacer? ¿Cómo explicar que él no había hecho eso? ¿Y quién diablos había sido?
Pero ya sabía la respuesta. Entró en el despacho de  Fernando y cerró la puerta.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó—. Esto es una locura. ¿Por qué has actuado a mis espaldas? ¿Sabes cómo lo has fastidiado todo?
Fernando frunció el ceño y observó los papeles.
—Oh, Dios, no. Lo siento. Nunca quise que esto llegara a sus manos. ¿Lo ha visto Paula?
—A juzgar por lo que acaba de decirme, sí. ¿En qué diablos estabas pensando?
—Quería protegerte. Fui a ver a nuestro abogado después de que viniese por primera vez. Antes de que supiera nada de ella. Le dije que quería que estuvieras protegido y que querías casarte con ella, lo cual me parecía una locura. Ya no hice más. Se suponía que él no tenía que hacer nada salvo redactar los papeles. Te lo juro.
Pedro  lo creía. Fernando sólo trataba de protegerlo. Si la situación hubiese sido al revés, puede que él hubiese hecho exactamente lo mismo.
Pero el plan se había vuelto contra él. En vez de cubrirle las espaldas, los papeles habían destrozado cualquier probabilidad de que Paula  confiara en él. Se sentía vacío por dentro y tenía la sensación de que eso sería lo que le esperaría. Porque, cuando la realidad diese la cara, iba a dolerle.
—Contratamos a un tiburón a propósito —dijo él—. Simplemente ha devorado a su presa.
—Se suponía que no debía devorarte.
—Devorar a Paula  tampoco es una buena idea.
Había dicho que estaba enamorada de él. Llevaba mucho tiempo queriendo oír esas palabras de su boca, pero no en ese contexto.
—Harás que comprenda que no fuiste tú —dijo Fernando— Díselo. No, se lo diré yo.
—¿Por qué iba a creernos? —preguntó Pedro— Yo no lo haría. ¿Tú? Le mentí cuando nos conocimos. Le mentí y le hice daño. Desde entonces he estado tratando de ganarme su confianza, y ahora esto. Va a pensar que se trataba de un juego.
—Tú la amas —dijo Fernando—. No puedes dejar que se vaya.
—No lo haré —dijo Pedro—. Me ganaré su confianza. .. en cuanto descubra cómo hacerlo.
Paula  estaba acurrucada en el sofá. Se había sentido incapaz de volver al trabajo, de modo que se había ido a casa. Había conseguido mantener el control hasta llegar a la puerta, pero entonces las lágrimas habían comenzado a resbalar por sus mejillas.
Lloró tanto, que pensó que pronto se partiría en dos. Aquello no podía ser cierto. Pedro no podía haberle mentido en todo... pero lo había hecho.
La traición de Garrett había sido dura e inesperada, pero, después de la sorpresa inicial, sólo había pensado en alejarse de él cuanto antes. Pero ahora, incluso aunque odiaba a Pedro y quería que fuera humillado, estaba triste porque no volvería a verlo jamás.
—Soy mentalmente inestable —dijo con voz rota—. Necesito ayuda profesional.
Alguien llamó a la puerta.
Se enderezó y se llevó la mano a la boca. No iba a abrir. Era probable que fuese Pedro y no quería hablar con él nunca más.
El timbre sonó y luego volvieron a golpear la puerta.
—Soy Fernando. Sé que estás ahí, Paula. Tu coche está en la entrada y el capó aún está caliente. Acabas de llegar. Déjame entrar. Tenemos que hablar.
—No tenemos que hacer nada —gritó ella, poniéndose en pie—. Eres como él. Eres un bastardo. Lárgate o llamaré a la policía.
—No pienso irme. O me dejas entrar o gritaré tus asuntos personales tan alto, que tus vecinos hablarán durante semanas. Déjame entrar. Querrás oír lo que tengo que decir.
—Lo dudo —murmuró Paula, mientras ponía la mano en la cerradura. ¿Dejarle entrar? ¿Por qué no? Nada de lo que dijese podría hacerle cambiar de opinión.
Abrió la puerta.
Fernando entró. Se parecía tanto a su primo, que se le revolvió el estómago. Trató de controlar las lágrimas, no quería llorar delante de él. Se dio cuenta de que era absurdo, porque ya tenía un aspecto horrible.
—¿Por qué estás aquí? —preguntó—. Lárgate.
—Acabo de llegar —dijo él—. Escúchame. Luego podrás darme una patada en el trasero. ¿Puedo sentarme?
—No.
—Estás enfadada y triste. Deberías sentarte. Yo me quedaré de pie.
—Estoy bien —dijo ella, cruzándose de brazos—. Empieza a hablar.
—De acuerdo, pero, cuando empiece, tendrás que dejarme terminar. Nada de interrupciones.
—¿Perdón? ¿Quién te crees que eres? No eres tú el que pone las reglas. Tu primo me ha fastidiado. Así que no te creas con derechos.
—De acuerdo, hablaré deprisa. No fue Pedro, fui yo. Pedro no sabía que yo había ido a ver a nuestro abogado y no sabe que estoy aquí ahora. Tengo la factura para demostrarlo; lo del abogado, no lo de que estoy aquí. Resulta que estuve hablando con nuestro abogado sobre vosotros dos. Intentaba proteger a mi primo porque él no podía protegerse solo. Lo único en lo que podía pensar era en cómo la había fastidiado contigo. Se sentía fatal por lo que había ocurrido.
¿No había sido Pedro? Paula se acercó al sofá y se sentó. ¿Era posible? ¿Se trataría de un truco?
—Pedro nunca haría eso —dijo Fernando— Y ahora yo tampoco, pero entonces no te conocía. Pensaba que sólo te interesaba el dinero y que habías engañado a Pedro o para quedarte embarazada.
—Me siento halagada.
—Lo siento, pero ha habido muchas mujeres que habrían hecho eso. En ese momento tenía que estar seguro de que no eras una de ellas. Mira, Pedro es la única familia de verdad que tengo. Haría cualquier cosa por él. Sólo quería asegurarme de que estuviera bien. Pero la fastidié. Crees que es su culpa y no confías en él por lo que yo hice. No es él, Paula. Él es un gran tipo. Yo soy el bastardo. Odiame.
Lo que más odiaba Paula  era lo desesperada que estaba por creer sus palabras. A juzgar por lo que sabía de Fernando, eso era justo lo que haría para proteger a su primo. ¿Pero era posible que Pedro no supiera nada del tema?
—Es demasiado —dijo—. Todo. Todo ha sido demasiado rápido. Necesito tiempo.
En ese momento se abrió la puerta principal y Ruth entró en la casa.
—¿Por qué dejas la puerta abierta? —preguntó la anciana mientras cerraba tras ella—. No es una manera segura de vivir —miró a Fernando—. A tí no te esperaba.

2 comentarios:

  1. Ay! No la podés dejar ahí! Muy buenos capítulos! pero quiero saber cómo sigue esto!!! Pobre pedro, con lo que le costó ganar la confianza de Pau y Fernando viene a hacer esto! :(

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  2. Qué despelote, pero qué metido ese Fernando. Estaría buenísimo que se tome un largo viaje y se vaya xq se manda una cagada tras otra. Ojalá Pau le crea y lo perdone a Pedro.

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