jueves, 2 de abril de 2015

El Simulador: Capítulo 20

Pasaron al lado de una granja, otro terreno de pastoreo y luego atravesaron una carretera pavimentada. Era Clover Creek Road, le informó el doctor.
- Paula: ¡me encanta! -.
Todo el pueblo eran sólo cuatro calles: Main Street, Petaluma Boulevard, Gravenstein Way y por supuesto Clover Creek Road. Pasaron al lado de una tienda de rebajas, otra de ropa para mujeres, la posada de Rose y una floristería. Al final de la manzana se hallaba la tienda de granos y forrajes Clover Creek Feed and Grain, que hacía que las demás tiendas se vieran pequeñas. Luego se encontraron otra vez en un camino de grava y siguieron hasta pasar al lado de un pequeño cementerio.
- Pedro: aquí es donde vamos a acortar por el bosque
Él caminó a su lado y sólo se adelantaba un poco cuando el sendero se volvía demasiado estrecho. Paula percibió un olor fuerte y penetrante, descubrió que provenía de unos eucaliptos. Caminaron cerca de veinte minutos hasta que por fin llegaron a un claro donde el doctor García le preguntó si le gustaría descansar un momento.
Sacó de la mochila un par de botellas de agua y los dos se sentaron y apoyaron la espalda en una gigantesca roca que parecía haber salido de la nada. La roca estaba caliente y se sentía agradable contra los músculos cansados de Paula.
- Paula: ¿cómo dio usted con este lugar?- Preguntó y bebió un sorbo de agua.
- Pedro: mis hermanos y yo solíamos jugar en estos bosques todo el tiempo-.
Se hallaba sentado cerca de ella y se apoyaron el uno en el otro un poco más de lo necesario. Ella no se alejó. Le gustaba sentir el hombro del doctor al lado del suyo. Se sentía tan confiable y cálido como la roca tibia por el sol en su espalda. Cerró los ojos y pensó que todo estaría bien en la vida si pudiera quedarse así, con la roca tras ella y Pedro a su lado.
- Paula: es un lugar realmente hermoso -. Comentó, aspiró hondo y abrió los ojos.
- Pedro: ¿Le gusta?-. Él volvió el rostro hacia ella sin alejarse, con la cabeza aún apoyada contra la roca.
Ella se volvió hacia él para responder. Estaban muy cerca
- Paula: me gusta mucho
Los ojos de Pedro se tornaron cálidos de nuevo. Siempre eran así cuando se dirigía a ella.
- Pedro: me alegra.
Caminaron casi media hora más y por fin llegaron al lugar que el doctor García había fijado como destino: un claro en mitad de una arboleda de robles. El arroyo que habían seguido se ampliaba y caía sobre unas rocas grandes, formando una pequeña cascada.
- Paula: esto es muy bello -. Dijo mirando a su alrededor.
Era como un pedazo del paraíso en comparación con todo el ruido y la suciedad de Oakland. Al lado de una de las pequeñas cascadas que formaba el arroyo había una mesa para días de campo y, a la distancia, bajo otra arboleda de robles, había un viejo remolque y junto a él un trozo de terreno despejado en el que alguien echaba unos cimientos.
- Pedro: el arroyo se vuelve más ancho por allá -. Señaló la arboleda de robles-. Pero de todas maneras no es muy profundo. Mis hermanos y yo solíamos cruzarlo por ahí.
- Paula: ¿cree que al dueño le molestaría si nos detuviéramos aquí?
- Pedro: no, no creo que a él le moleste. - Respondió con tranquilidad.
De nuevo se acercó a ella en una forma que la inquietó mientras sacudía el polen y el polvo de la mesa para días de campo. Paula sintió que los latidos del corazón se le aceleraban y suspiró. Aquello no estaba bien. Se dió cuenta de que era una situación que no la llevaría a ninguna parte. El hombro de Pedro rozó el suyo mientras le ayudaba a limpiar la mesa.
- Pedro: ya está, esto es lo más limpia que va a quedar-. Señaló un banco y Paula se sentó.
- Paula: está bien-. Aseguró.
Él abrió su mochila y sacó unos bocadillos, una bolsa de papas y unas sodas; se sentaron a comer a la sombra. Ella se preguntó a dónde los llevaría todo aquello.
Había sido un día maravillo. Paula miraba de nuevo desde su ventana el perfil industrial de Oakland. Cuando no veía las chimeneas que arrojaban humo por las noches casi podía fingir que las fábricas eran sólo las hermosas luces de una ciudad.
Felipe se había dormido hacía una hora, agotado pero feliz, con el gatito acurrucado a su lado sobre la almohada. Le puso de nombre Pedro.
Paula Chaves sonrió al pensar en lo furiosa que se pondría Angela si supiera que había ido a caminar al bosque con él. Sin embargo, ya no le quedaban dudas después de aquel día. El doctor García sabía lo que hacía. Ahora podía asegurarlo. La mejor terapia consiste en rodearse de gente buena y sentarse ante mesas viejas y rayadas para beber café, comer dulces, pasteles y reír mientras se oyen los gritos de los niños jugando afuera.
Cerró los ojos y se apoyó contra la ventana. Sintió que un anhelo le subía por el pecho y le llegaba hasta la garganta. Hacía mucho tiempo que no se daba permiso para sentirse así. Quizá Angela tenía razón. Aquello no podía llevarla a ninguna parte. Tal vez cometía otro error.
Tuvo un momento de pánico al recordar lo último que había hecho. Cuando Pedro le preguntó si podía pasar al día siguiente por la tarde después del trabajo para instalar las cerraduras de los vecinos, Paula le invitó a quedarse a cenar, impulsada por todas las buenas experiencias del día.
-Paula: prepararé carne con chile, será una comida informal e invitaremos a todos.
- Pedro: me encanta la comida informal -. Le aseguró él.
Ella volvió a mirar por la ventana, mientras pensaba en la invitación que le había hecho, miró al norte, hacia Clover Creek y Petaluma y se preguntó qué estaría haciendo Pedro García aquella noche. Resultó ser muy diferente de lo que ella se había imaginado y su atención con sentido práctico no se parecía en nada a la tonta psicoterapia que temía que le ofreciera.
En un impulso abrió el cajón que estaba debajo del teléfono, sacó un bloc de notas a rayas y buscó su pluma. Paula no le había escrito a sus padres en meses, pero de pronto sintió la urgencia de decirles lo maravillosa que se estaba volviendo su vida. Se sentó ante la mesa junto a la cocina y describió a sus nuevos amigos, el arreglo del apartamento, el paseo en el arroyo y el día que había pasado Felipe en la granja.
No habló mucho de la terapia, aunque sí mencionó que el doctor García era psicólogo y que aquello formaba parte de un programa que una amiga le había recomendado.
Dobló con cuidado las tres hojas, las metió en un sobre y lo colocó encima de su bolsa para acordarse de ponerlo en el correo por la mañana.
Cuando caminaba hacia el dormitorio pensó: " Sin importar lo que ocurra la próxima semana, cuando el Arreglo de vida termine, no lamentaré esto; ha sido un regalo". Y conservó ese pensamiento en la cabeza mientras se quedaba dormida.

3 comentarios:

  1. Me encantaron los 3 caps Naty Ahora pensé q mientras estaban solos en el bosque Pedro le iba a decir la verdad.

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  2. ... yo pense lo mismo Sil !! creo q ya pronto se lo va a decir.

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