jueves, 30 de abril de 2015

Herencia de Amor Parte 3: Capítulo 20

Pedro  miró su reloj. Había llegado un par de minutos antes a la tienda de vestidos de novia, pero no lo preocupaba que Paula lo hiciera esperar. No era ese tipo de mujer.
Se había preguntado si resultaría incómodo verla de nuevo tras la larga noche que habían pasado juntos, pero ya que estaba allí, sólo sentía expectación. Eso no era bueno. Paula  no era de las que tenían aventuras y él no estaba dispuesto a aceptar más. Ni siquiera por ella.
Así que olvidaría lo ocurrido y la vería sólo como a la hermana de la prometida de su primo. Un pariente lejano. Alguien que le gustaba pero no le interesaba. Alguien con quien no tendría una relación seria.
Sus buenas intenciones duraron hasta que ella entró en la tienda como un torbellino, agitada y espectacularmente guapa.
—Lo sé, lo sé —le dijo, sonriente—. Llego un minuto tarde. Debes de odiarme mucho por tratarte tan mal. Antes de que te des cuenta, haré que sujetes mi bolso mientras me pruebo ropa y te llamaré cariñín.
El se rió con ella y sus miradas se encontraron. En un instante el resto del mundo dejó de importar. Sólo existían ese momento y la mujer que tenía delante.
El deseo hizo que se excitara y la necesidad lo obligó a dar un paso hacia ella. La parte sensata de su cerebro perdió la votación. Lo único que tenía sentido era tener a Paula entre sus brazos.
Pero antes de que pudiera alcanzarla, una dependiente cuarentona se acercó a ellos y suspiró.
—Qué maravilla —dijo—. Siempre noto cuándo una pareja está enamorada de verdad. Me habéis alegrado el día.
Fue como si los tirasen de cabeza a la piscina helada de la realidad. Él dio un paso atrás. Paula  también, y ambos evitaron mirarse.
«Fantástico», pensó él con amargura. Empezarían a sentirse incómodos y él no había pretendido eso. Hacer el amor con Paula había sido de lo más divertido. No sólo el sexo, aunque en ese sentido habían batido un récord. También pasar tiempo juntos, charlando, relajados y cómodos.
—Nosotros, ejem, no vamos a casarnos —dijo Paula con una sonrisa más forzada que feliz—. Soy Paula Chaves. Usted ha hablado con mi hermana Julia. Es la novia que está en China, dejando que los demás hagamos el trabajo sucio por ella.
—Ah, claro —la mujer miró de uno a otro—. Perdón por el error. Soy Christie.
Pedro se presentó e intercambiaron apretones de mano.
—Tengo algunas ideas de lo que podría gustarle a tu hermana —dijo Christie—. Ha sido muy específica respecto a lo que no quiere, y eso facilita las cosas. Por lo que tengo entendido, tú te probarás y ella te enviará sus opiniones, ¿no?
Paula asintió.
—Bien. Normalmente no permitimos que las novias saquen fotos hasta que dan una señal por el vestido, pero Julia ha llegado a un acuerdo con la dueña, así que está bien. ¿Tienen cámara?
—Aquí mismo —Pedro se tocó la chaqueta.
—Muy bien. Paula, vamos a vestirte de novia. Tu hermana y tú tienen la misma talla y altura, ¿verdad.
Las dos mujeres desaparecieron pasillo abajo. Pedro  encontró un sillón cómodo y una mesa llena de revistas financieras y deportivas. Unos minutos después, Christie volvió a ofrecerle algo de beber.
Aceptó un café y se puso a leer. Pero no podía concentrarse en el artículo. No hacía más que pensar en la expresión juguetona de Dulce cuando entró en la tienda y el placer que había sentido al verla.
Que ella le gustase iba en contra de sus reglas. Y querer más era aún peor. Conocía el peligro inherente a la situación... la traición que seguiría. Siempre había sido así. No se podía confiar en las mujeres.
Pero por primera vez en años quería romper sus propias reglas. Ver si, tal vez, Paula  era distinta, aunque sabía que era imposible.

Paula tocó la suave tela del vestido de boda. Aparte de lo básico, como la diferencia entre algodón y cuero, no sabía nada de tejidos. ¡Sólo que lo que quiera que fuera ése, lo quería en su vida!
—Estás guapísima —dijo Christie, entrando.
—Sé que eso se lo dices a todas las novias —Paula sonrió—, pero me da igual. Me siento fantástica. Me encanta el tacto de este vestido y cómo se mueve.
Christie abrochó los botones que Paula no alcanzaba y después abrió la puerta del probador.
—Ven a mirarte —le dijo.
Paula había llegado con vaqueros y camiseta, con prisa, agitada y nerviosa por ver a Pedro de nuevo. Pero con ese vestido fluido y suave se sentía bella femenina como una princesa. Incluso los zapatos de tacón, cortesía de la boutique, le valían.
Se acercó al espejo de tres cuerpos y soltó el aire de golpe. El vestido era perfecto. El corpiño sin tirantes se pegaba a su cuerpo y realzaba su pecho. Al llegar a la cintura, la falda caía al suelo en una cascada de capas de material, cada una silueteada como un pétalo de flor, incluida la cola de tres metros.
El tejido tenía un brillo perlado que hacía que su piel resplandeciera. El corte escondería el embarazo de Julia, pero era elegante y precioso.
—Vaya.
Ella se encontró con la mirada de Pedro en el espejo. Sonrió y dio una vuelta completa.
—¿Te gusta? —preguntó.
No sabía lo que él pensaba, pero le gustó que tuviera que tragar saliva antes de contestar.
—Increíble. Tanto la mujer como el vestido.
Ella pensó que se sabía todas las frases hechas al dedillo, pero su cuerpo reaccionó a las palabras y a su presencia. Christie se acercó y tironeó del vestido.
—El estilo es muy favorecedor, pero si tu hermana es como tú, será perfecto. Necesita uno hecho y éste está disponible. Lo limpiaremos y ajustaremos antes de la boda. ¿Te resulta cómodo para moverte?
Ella dio unos pasos. El vestido fluía con gracia.
—Es fabuloso —dijo.
—Bien —dijo Christie—. Deja que levante la cola y veremos si puedes bailar con él.
—¿Sabes bailar? —Paula miró a Pedro.
—Soy casi un profesional.
—Mentiroso.
—Pruébame.
Christie recogió la cola en la parte de atrás, con botones y corchetes. Después, Pedro se acercó y tomó a Paula en sus brazos.
Ella se dijo que nada de eso importaba, no era real. Estaba ayudando a su hermana y nada más. Sin embargo, mientras bailaban una melodía imaginaria, algo se removió en su interior. Algo peligroso, bonito y que le dio bastante miedo.
Cometió el error de mirarlo a los ojos y deseó perderse en ellos. Él apretó los dedos sobre los suyos y se acercó. Las capas de vestido la impedían sentir su cuerpo y lo lamentó intensamente.
—Maravilloso.
El comentario llegó de una voz familiar. Paula alzó los ojos y vió a su abuela Ruth en la entrada de la boutique nupcial.
—Hola, queridos —saludó la anciana, acercándose—. Lo sé, lo sé, no debo entrometerme. Pero cuando Julia me dijo que los dos estarían aquí esta tarde, no pude resistirme.
Pedro soltó a Paula y fue hacia su tía.
—Ruth —se inclinó y la besó con afecto—. Ver a Paula  probarse vestidos de boda no es entrometerse.
—Estoy segura de que a Julia le encantará tener una opinión más —dijo Paula. Después abrazó y besó a su abuela intentando no sentirse, ni parecer, culpable. Dio un giro completo—. ¿Qué te parece?
—Que eres preciosa, y el vestido también —Ruth sonrió a Pedro— ¿Has sacado fotos?
—Aún no. Estábamos comprobando si Julia podría bailar con el vestido.
Paula no supo si lo había imaginado, pero le pareció que había enarcado una ceja.
—Una idea excelente —aprobó la anciana—. Estoy segura de que Julia apreciará vuestra profesionalidad.
Paula tuvo la súbita intuición de que su abuela había adivinado que Alfonso y ella habían dormido juntos. Le ardieron las mejillas mientras intentaba convencerse de que no era posible. Nadie lo sabía, bueno, Sofía, y quizá pronto Julia y Felipe, pero nadie más.

Herencia de Amor Parte 3: Capítulo 19

Ella pensó que, si ignoraba la leve protesta dolorida de algunos músculos, estaba de maravilla. Pedro y ella habían hecho el amor hasta después del amanecer. Aunque estaba impresionada por la increíble capacidad de él de seguir y seguir, también estaba contenta de su propia actuación. Debía de haber tenido más orgasmos en las últimas veinticuatro horas que en toda su vida.
—Estoy bien —dijo—. Sólo un poco cansada.
—Ya —Sofía no parecía convencida. Fue hacia la puerta trasera del invernadero y la cerró. Después apoyó las manos en las caderas y miró a su hermana—. Empieza por el principio y habla despacio. No quiero perderme nada.
—No hay nada que contar —eso era una mentira descomunal— Bueno, no demasiado.
—Voy a seguir aquí, mirándote con ira hasta que hables.
—No me miras con ira—sonrió Paula—. Lo tuyo es más bien mueca.
—¡Paula!
—Vale, vale. Estoy bien. Todo va bien. Es sólo... —su boca se curvó en una sonrisa muy satisfecha—. El viernes Pedro y yo hicimos una degustación de catering. Cuando fui a su casa a hablar con la florista empecé a sentirme fatal. Los dos teníamos una intoxicación alimentaría. Acabé pasando la noche allí, casi encadenada al retrete.
—¿Y por eso sonríes así?
—No. Pero Pedro estuvo genial. Ayer nos sentíamos mejor. Me pidió que me quedara, en la habitación de invitados. Así que cenamos, vimos una película y después, bueno...
—¡Oh, Dios mío! —Sofía abrió los ojos de par en par—. Practicaste el sexo con Pedro Alfonso Tercero. ¡Voy a recibir un millón de dólares!
Paula  levantó las dos manos para acallarla.
—Número uno, no voy a casarme con él, así que puedes dejar de soñar con el millón de dólares. Si tanto deseas abrir un vivero, habla con Manuel. El haría cualquier cosa por ti.
—No, gracias —Sofía movió la cabeza—. Reuniré el dinero yo sola. Si no estás dispuesta a casarte por mí, pediré un préstamo. Pero no hablemos de eso. ¿Te acostaste con Pedro?
—Sí, y fue fantástico. No es para nada como había imaginado. Me gusta.
—Eso es genial —Sofía se acercó y la abrazó—. Mi alegro por ti.
—No, no es genial. Es extraño e incómodo y no volveremos a hacerlo.
—¿Perdona? —Sofía dio un paso atrás y la estudió—. Estás resplandeciente. Nunca te había visto asi. Nadie huye del sexo que produce resplandor.
—Yo lo haré. Los dos lo haremos. Hemos hablado de eso y es lo más sensato. Mira, ya somos parientes políticos por el matrimonio de la abuela Ruth. El vínculo se reforzará cuando Julia y Felipe se casen. Pedro estará en nuestra vida para siempre. Una relación con él no llevaría a ningún sitio.
—¿Por qué no? —Sofía volvió a sus plantas—. Está soltero y tú soltera. Es un principio excelente.
—No tenemos nada en común. Somos de mundos diferentes. A un nivel más básico, él no confía en las mujeres. Por lo que he oído de su pasado, no lo culpo. Y yo tampoco soy muy sana en ese sentido. Tengo mis dudas.
—No eres como mamá. No te perderás por un hombre.
—Eso no lo sabes.
—Ni tú tampoco. Sé que tienes demasiado miedo para probar. Siempre has elegido a tipos seguros. Tipos que te adoran pero que ni en un millón de años llenarían tu corazón. Nunca te has arriesgado a enamorarte, así que no sabes qué ocurriría. Ninguna de nosotras queremos ser como mamá. No queremos renunciar a todo por un hombre. Así que no lo hagas. Sé fuerte. Sé tú misma. Pero arriésgate.
Era un buen consejo. Una persona sensata lo tendría en cuenta. Pero Paula se negaba a hacerlo. Tenía demasiado que perder.
—Incluso si me enamorase de él, no sería correspondida. El se niega a involucrarse en serio.
—Siempre hay una primera vez.
—Para él no.
—Te equivocas —dijo Sofía— Hay una primera vez para todo el mundo. Mira a Manuel. Pero tienes que estar dispuesta a arriesgarte. No se puede encontrar la felicidad perfecta sin arriesgarse a sufrir. ¿Crees que vivir segura pero a medias compensa el no encontrar a tu alma gemela?
Paula  pensó en su madre. Alejandra sólo había amado a un hombre en su vida y él le había roto el corazón una y otra vez.
—Eso del alma gemela siempre se exagera —murmuró.
—No es verdad —insistió Sofía—. Pero el amor sí requiere fe. Si no la tienes, nunca lo sabrás. ¿Y si Pedro es tu hombre? ¿Estás dispuesta a dejarlo marchar? Al menos mamá pasa parte de su vida feliz. Cuando papá está con ella, el mundo le parece perfecto. Si no tuviera esos momentos de alegría, el resto no merecería la pena.
Paula no estaba convencida de que esas breves etapas tuvieran valor. No cuando el dolor que seguía era tan fuerte e inevitable. Llevaba toda la vida viviendo sin su alma gemela y le había ido muy bien. Sería mucho más fácil olvidarse de lo que nunca había tenido que arriesgarse a ser destrozada por un hombre empeñado en no entregar su corazón.

Herencia de Amor Parte 3: Capítulo 18

Gimió al sentirlo trazar círculos alrededor de su punto más sensible. Aún hinchado. Un par de caricias y se alejó, lamiendo alrededor, muy cerca, pero sin tocar exactamente ahí. Era una tortura exquisita.
Abrió las piernas aún más y levantó las rodillas. El calor la abrasó mientras él lamía y chupaba en todas partes menos donde más lo deseaba ella.
Volvió a hacerlo. Un breve momento de contacto exquisito y luego nada. Sólo la dejaba hacerse a la idea de lo que podía llegar a sentir.
Empezó a retorcerse, se acercaba más y más pero sabía que no llegaría al final hasta que él se centrara en ese punto. Por fin...
Su lengua la rozó otra vez. Casi gritó de placer y se preparó para que se retirara. Era una mujer adulta y no gemiría de frustración. Pero esa vez no paso. Siguió en ese punto, lamiendo y rodeando, excitándo y presionando hasta que llegó el inevitable climax.
Se perdió en los espasmos que empezaban en el centro de su vientre y seguían hacia fuera. Le temblaron las manos y los muslos cuando saltó hacia la liberación tan poderosa que pensó que nunca volvería a experimentar algo igual.
Él continuó besándola, haciéndola seguir y seguir. Ella se entregó por completo, hasta que toda la tensión desapareció.
Pedro se sentó y miró a Paula. El rubor tiñó su pecho y subió hasta sus mejillas. Estaba relajada y, a juzgar por su sonrisa, increíblemente satisfecha.
Su cabello rubio dorado se desparramaba sobre la almohada y cuando abrió los ojos tenía las pupilas, tan dilatadas que apenas se veía el azul.
—Vaya —gimió con voz ronca y grave—. No sé ni que decir.
Lo habían felicitado antes. La mayoría de las mujeres se empeñaban en hacerlo y, aunque apreciaba sus elogios, a veces se preguntaba cuánto era mercado y cuánto tenía que ver con su cuenta bancaria.
Paula no era así. En algún momento del proceso de la planificación de la boda se habían hecho amigos. Le gustaba. La consideraba divertida, lista y sincera. Rara vez podía decir eso de las mujeres que compartían su cama.
Eso convertía la experiencia en algo distinto. No se acordaba la última vez que había hecho el amor con una amiga.
—De momento, esto ha sido bastante unidimensional— dijo ella, poniendo la mano en su brazo y atrayéndolo.
Al oírla, volvió a ser consciente de la presión de su erección. Abrió el cajón de la mesilla y sacó un preservativo. Tras ponérselo, se arrodilló entre sus muslos. Ella lo agarró y lo guió a su interior.
Inmediatamente se perdió en la sensación de calor prieto y húmedo. El cuerpo de ella lo rodeaba y ni atraía, permitiendo que la llenara.
Su olor lo embrujaba. Oía su respiración y sentía la caricias de sus manos en la espalda y los costados. Por una vez no pensaba en lo rápido que tendría  que irse en cuanto acabara. Por una vez podía disfrutar de la experiencia sin pensar en más.
Empezó a embestir más rápido, más fuerte, entrando y saliendo, incrementando la tensión. Ella rodeó sus caderas con las piernas, atrayéndolo aún mas. Su cuerpo se tensó alrededor de él y se dejó ir.

—Esto no es buena idea —murmuró Paula, extendiendo su copa— Hace veinticuatro horas estaba sentada en el suelo del cuarto de baño como un perro. Debería dar a mi estómago tiempo para recuperarse.
—Ya lo ha hecho —afirmó Pedro— Además, sé que vas a llenarte de pasteles de chocolate. ¿No es mejor esto?
El «esto» en cuestión era una botella de vino tinto. Era más de medianoche. Pedro  y ella habían hecho el amor una segunda vez y luego se habían dormido para despertarse muertos de hambre. Él se había puesto unos vaqueros, le había dado a ella una camiseta y habían ido a la cocina, donde habían encontrado los pasteles descongelados sobre la encimera.
Paula inhaló el aroma del vino y tomó un sorbo. Era un sabor rico y profundo.
—No está mal. Deja que adivine. Tienes una bodega en el sótano.
—La casa no tiene sótano, pero sí hay una cámara de temperatura y humedad controlada para el vino.
—Entendido —pensó en la botella solitaria de chardonnay que había en su nevera... para ocasiones especiales— ¿Y si quisiera una botella de Dom Pérignon?
—¿Tú qué crees? —él se encogió de hombros.
Ella creía que él no era lo que había esperado. Que era mucho mejor y eso lo hacía peligroso.
Tomó el pastel que le ofrecía y lo siguió al sofá de la sala de estar. En algún momento debía de haber puesto el equipo de música en marcha, porque se oía una suave melodía de fondo.
Se sentaron uno frente al otro, rodeados de oscuridad. Ella tenía sensación de intimidad y conexión, y pensó que no habían actuado con inteligencia.
—Pedro —empezó, sin saber exactamente qué quería decir.
—Lo sé.
—¿Cómo? Ni siquiera yo sé lo que iba a decir.
El dejó la copa de vino y el pastel sobre la mesita de café y se inclinó hacia ella para besarla.
—Vas a decir que esto es una complicación que ninguno de los dos necesitamos. Que tenemos que planear una boda y que estamos a punto de emparentarnos políticamente, en un nivel más. Que seguir como amigos en vez de amantes es más sensato.
—Vale, vale, probablemente sí iba a decir eso —admitió ella, perdiéndose en sus ojos oscuros—. Y no es que esta noche no haya sido fantástica.
—Estoy de acuerdo.
—Y no eres tan sapo como esperaba que fueras.
—¿Sapo? —él alzó una ceja.
—Ya sabes a qué me refiero —sonrió ella.
—Quieres decir que soy sofisticado y encantador. Un hombre de mundo, a diferencia de esos chicos sosos con los que sueles salir.
—Algo así. Y yo soy refrescantemente inteligente y formada, con un toque de descaro y un fabuloso control de la lengua inglesa, a diferencia de esos palillos con los que sueles salir tú.
—Sí que eres todas esas cosas —aceptó él, besándola de nuevo. Después la rodeó con sus brazos y la tumbó de espaldas sobre el sofá.
—Hemos acordado que era mala idea seguir con esto —protestó ella, mirándolo.
—Lo dejaremos mañana —prometió él, besándole la mandíbula.
—Es mañana.
—No hasta que salga el sol. Eso significa que tenemos toda la noche.
Ella lo abrazó y se rindió a su seducción. Toda la noche sonaba perfecto.
***
—Están discutiendo por el color de las contraventanas —dijo Sofía, sacando una planta diminuta de la tierra y dejándola cuidadosamente sobre un plástico—. Me arrepiento de haber mencionado las contraventanas. No me importa ocuparme de las reforma pero lo odio cuando empiezan a enviarme correos electrónicos cada uno por su lado.
Paula estaba hechizada por los movimientos expertos de los dedos de su hermana. Sofía  echó tierra en un tiesto, la aplastó, hizo un agujero y colocó a la plantita en su nuevo hogar.
—Yo estoy pensando en morado —dijo Sofía— Ya sabes, para que vaya con los elefantes.
—¿Qué elefantes? —Paula parpadeó.
—Sabía que no me estabas escuchando —suspiró su hermana—. ¿Te encuentras bien?

miércoles, 29 de abril de 2015

Herencia de Amor Parte 3: Capítulo 17

La boca de él resultó cálida y suave cuando la besó. Paula notó que el calor le llegaba hasta los dedos de los pies. Le temblaron los muslos, se le tensó el vientre y sus pechos reclamaron atención.
La atrajo y ella lo permitió porque necesitaba sentir los planos duros de su cuerpo. Rodeó su cuello con los brazos y se apretó contra él.
Exploró su boca, besando con ligereza y suavidad, pero con bastante pasión como para dejarla sin aliento. En sus besos había la promesa de mucho más en un futuro cercano. Como la anticipación era casi tan excitante como lo que ya le estaba haciendo, estaba dispuesta a esperar.
Mientras él seguía frotando los labios con los suyos, mordisqueando y presionando, pero sin llegar a invadir su boca, ella exploró los duros músculos de sus hombros y su espalda. Pasó los dedos por su pelo y luego frotó las uñas en su nuca.
Sentía que el deseo se acumulaba en su bajo vientre y el centro de su feminidad anhelaba atención.
Finalmente, él ladeó la cabeza y tocó su labio inferior con la punta de la lengua. Ella le dio la bienvenida y se estremeció con el primer contacto. La pasión creció hasta que sintió la piel demasiado tensa, demasiado sensible y deseosa.
Se aferró a él y a esos besos profundos que tocaban su alma. El acarició su espalda para acabar poniendo las manos en su trasero; instintivamente se arqueó hacia él y se encontró con la impresionante dureza que indicaba su deseo.
Gimió y se lo imaginó llenándola una y otra vez. Lo deseaba con tal desesperación que se restregó contra él como una gata en celo, frenética. Había estado cómoda sin involucrarse, sin tener un hombre en su vida y de repente se moría por el contacto, por sentir una piel desnuda en la suya. Pero no podía ser cualquiera, sólo Pedro podría apagar esa sed.
El debió de captar su necesidad, quizá por su respiración agitada o por cómo succionaba su lengua, fuera por lo que fuera, recibió el mensaje. Llevó las manos a sus caderas, las introdujo bajo la camiseta y subió hasta sus senos.
La acarició con la destreza de un hombre que adora a las mujeres. Incluso a través del sujetador, sintió la presión suave pero con intención de sus dedos. Utilizó los pulgares e índices de ambas manos para frotar sus pezones y volverla loca.
Ella sintió una oleada de fuego entre las piernas. No podía pensar ni respirar, sólo seguir allí, perdida en el placer de sus caricias. Su único pensamiento consciente fue cuánto mejoraría la sensación si no llevara puesto sujetador.
Pedro  aprovechó su desconcierto para besar su mandíbula y su cuello. Le mordisqueó el lóbulo de la oreja y besó la sensible zona de debajo, para finalizar trazando espirales eróticas con la lengua.
La combinación de sensaciones era increíble. Ella notó que se tensaba anticipando una liberación sin duda precipitada. No podía ocurrir así. Había pasado mucho tiempo, sin duda, pero tenía algo de orgullo. Al menos debería esperar a que le quitase los vaqueros antes de rendirse a la pasión.
Pero mientras él seguía acariciando sus senos, jugando con ellos, notó que se acercaba más y más al clímax. Por lo visto él también lo notó, porque se acercó y le murmuró al oído.
—Necesitamos llevarte a una cama.
Antes de que pudiera decir nada, la agarró de la mano y la sacó de la cocina. Ella lo siguió, deseosa de estar arriba, desnuda y en el paraíso. Empezaron a subir la escalera.
—¿Es mejor el sexo en sábanas de algodón egipcio de máxima calidad? —preguntó. El se echó a reír.
—Claro —contestó, antes de sacarle la camiseta por la cabeza y besarla.
Ella lo abrazó, devolviéndole el beso, deseándolo más de lo que nunca había deseado a nadie.
Mientras sus lenguas se acariciaban, notó cómo le desabrochaba el sujetador. Segundos después la prenda se deslizó por sus brazos y cayó al suelo.
El interrumpió el beso e inclinó la cabeza para tomar uno de sus senos con la boca. Succionó y rodeó el pezón con la lengua.
Paula se tambaleó y apoyó las manos en sus hombros para estabilizarse. La fuerte succión de su boca hacía que todos los nervios de su cuerpo tintinearan de éxtasis. Sentía humedad y calor entre las piernas. Pensó, vagamente, que necesitaba más.
Él utilizó los dedos en el otro seno, duplicando los movimientos de su lengua y llevándola a un estado de excitación cada vez mayor, hasta que supo que estaba al límite.
—Pedro—jadeó, queriendo llegar al final y al mismo tiempo aguantar un poco más.
—Ya lo sé —masculló él. Agarró su mano hizo que subiera los últimos escalones.
Se apresuraron por el pasillo y entraron en un dormitorio del tamaño de una sala de conferencias. Paula tuvo una vaga impresión de colores cálidos, enormes muebles oscuros y una cama grande, cómoda y acogedora. Por fin, pensó, cuando él la soltó y se quitó la camiseta.
Estaban descalzos y él no tardó mucho en acabar de desnudarla. Un segundo después de la camiseta, los vaqueros y las braguitas de ella caían al suelo, seguidos por los vaqueros y los calzoncillos. Él la tumbó en la cama y sus pieles se fundieron en una sensación gloriosa.
Él la miró con los ojos oscuros brillantes de pasión. Ella trazó su boca con el dedo y sonrió cuando él lo mordió.
—Te deseo —dijo él—. Eres endiabladamente sexy.
—Yo también te encuentro relativamente interesante —dijo ella.
—Relativamente, ¿eh? Entonces aún tengo que trabajar un poco.
—No lo dudes —pensó, satisfecha, que eran palabras muy valientes de una mujer que ya estaba al borde del éxtasis.
—No me importa trabajar duro de vez en cuando —se movió para situarse a su lado, de costado—. ¿Dónde empiezo? ¿Aquí? —puso la mano en su vientre.
—Hum, no —dijo ella. Aunque la sensación era agradable, quería otra cosa.
—¿Aquí? —deslizó los dedos desde su muñeca hasta su codo.
—No es en lo que estaba pensando.
—¿Qué te parece esto? —preguntó él en voz baja y grave, deslizando los dedos entre sus piernas y tocando la carne hinchada.
A ella le costó toda su fuerza de voluntad mantener los ojos abiertos. Deseaba con desesperación caer en un trance y perderse en su orgasmo.
—Eso funciona —jadeó, mientras él la exploraba hasta encontrar el punto más sensible y frotaba.
La tensión se disparó. Sus músculos se tensaron y abrió las piernas, invitándolo.
—Bien. ¿Y esto? —se inclinó hacia ella y acarició un pezón con la punta de la lengua.
Era una combinación perfecta. Exquisita, mágica, más que suficiente para hacerle perder el control.
Ella hizo lo posible para aguantar, para tardar al menos unos minutos. Pero él empezó a mover los dedos más y más rápido, con la presión perfecta. Después succionó su pecho.
Era increíble. Ella alzó las rodillas y clavó los talones en la cama. Aún no, se dijo. Aún no. No...
Era demasiado tarde.
Se dejó llevar por las oleadas de placer que la zarandeaban. Todo su cuerpo suspiró de alivio mientras él seguía tocándola, empujándola hasta que sus músculos se rindieron de puro agotamiento.
Un delicioso letargo se apoderó de ella. Se obligó a abrir los ojos y encontró a Pedro contemplándola.
Había esperado una sonrisa viril de autosatisfacción, una que apuntara a su experiencia y a lo bien que le había hecho sentirse gracias a su talento en la cama. En vez de eso, su expresión era seria e intensa, y en vez de sonreír se inclinó para besarla.
Ella abrió los labios y notó que su letargo se disolvía. Mientras sus lenguas se encontraban volvió la pasión y deseó sentirlo en su interior.
Estaba duro..., sentía la presión en la pierna. Introdujo una mano entre sus cuerpos y acarició su erección. Pero en vez de buscar un preservativo y penetrarla, él descendió por su cuerpo, besando primero su cuello, luego entre sus senos, bajando hasta el ombligo y deteniéndose en la parte superior de su muslo derecho. Entreabrió la carne turgente con los dedos.
Aunque ella agradeció el gesto, era innecesario.
—Yo ya...
—Lo sé —sonrió él—. Estaba aquí.
—Ha sido fantástico —dijo ella.
—Me alegro. Ahora lo haremos así.
Ella pensó que estaba ante un hombre con una misión y cerró los ojos lentamente. No sería ella quien rechazara sus atenciones.
Se le contrajo el estómago mientras esperaba el contacto. Percibió un suave soplo de aire y después una lengua caliente empezó a explorarla.

Herencia de Amor Parte 3: Capítulo 16

—No creía que fuera a volver a comer nunca —admitió Paula tres horas después, estirada en el sofá de la sala de televisión—. Pero tengo hambre.
Pedro  estaba recostado con las piernas sobre el reposapiés de ante que había ante el sofá.
La tapicería y la alfombra eran lo único suave de la habitación de alta tecnología. Había una pantalla casi digna de un cine, innumerables altavoces y una colección de películas que había asombrado a Paula. Era un paraíso de tecnología.
—¿Un taco, dos enchiladas, tortitas de maíz, salsa y ensalada no han sido bastante? —preguntó él.
—Por lo visto no. Tengo ganas de un postre.
—Vamos a ver qué hay en la cocina.
Él se puso en pie y se estiró. Los dos llevaban ropa informal. Ella la del día anterior; él vaqueros y una camiseta suelta. Cuando estiró los brazos, la camiseta subió, exponiendo un trozo de piel y su ombligo.
No debería haber resultado erótico. Se habían pasado toda la noche vomitando a una docena de metros el uno del otro. Pero ella se estremeció de deseo.
—Tú también has comido mucho —protestó ella—. Más que yo.
—¿Estás a la defensiva por ese apetito tan poco femenino?
—Puede. Tenía hambre.
—No se lo diré a nadie —bromeó él.
Al llegar a la escalera, ella pensó que la cocina estaba a la derecha y giró. El giró hacia la izquierda. Chocaron.
—Perdona —se excusó ella, dando un paso atrás.
—¿Estás bien? —preguntó él, agarrándola de los brazos para equilibrarla.
—Sí. Pero tengo mal sentido de la orientación.
Los ojos de él taladraron los suyos. Se sintió vulnerable e increíblemente viva. Deseó que moviera las manos y la tocara en todas partes. Aunque su mente le gritó que era peligroso, dio un paso hacia él.
Notó el momento en el que él sintió lo mismo. Sus rasgos se afilaron y su cuerpo se tensó. El deseo oscureció sus ojos. Dejó caer las manos.
—Postre —dijo—. íbamos a buscar el postre.
—Sí. Cualquier cosa menos helado.
—Estamos marcados para siempre —gimió él.
—Lo dudo. Superaré mi miedo a las cosas cremosas por cualquier dulce. Soy así.
Él la llevó a la cocina. Por lo visto, ninguno de los dos iba a actuar respecto a la atracción que sentían. Era lo inteligente, pero Paula sintió cierta decepción. Eran casi parientes y él no iba a desaparecer de su vida después de la boda. No estaba segura de querer pasar los siguientes cincuenta años de su vida sentándose a la mesa con Alfonso y recordando que habían disfrutado de una noche de pasión. Sería incómodo.
Así que se concentró en lo que él sacaba del congelador. Había porciones individuales de tarta que sólo había que descongelar y pasteles de chocolate. De la despensa sacó galletas y chocolate.
—¿Qué va a ser? —preguntó él.
—Pasteles de chocolate.
—Habrá que descongelarlos en el microondas.
—Soy experta en esas cosas.
Estiró la mano hacia la bandeja cubierta con plástico que él le ofrecía. Pero se deslizó entre sus dedos y cayó. Ambos se inclinaron al mismo tiempo y sus cabezas chocaron. Paula resbaló y dio con el trasero en el suelo.
—Somos un peligro juntos —dijo, empezando a reírse— Un desastre. Pensé que intoxicarnos los dos era lo peor que podía pasar, pero por lo visto no.
Él se echó a reír y se sentó en el suelo, a su lado.
—No eres como el resto de las mujeres.
—Podría ensayar un encantador acento europeo, si quieres.
—Déjalo ya —él achicó los ojos.
—Nunca —bromeó ella.
El estiró la mano y le colocó un mechón de pelo suelto detrás de la oreja.
—No pensé que ponernos tan enfermos podría ser divertido, pero lo ha sido. No hace falta que te vayas a casa esta noche si no quieres. Puedes quedarte.
Ella sabía lo que quería decir. Podía quedarse en la habitación de invitados. Era una invitación cortés y bienintencionada.
—Una fiesta de pijamas —bromeó.
Lo miró, esperando ver una sonrisa. Pero en vez de eso se encontró con calor, deseo y pasión. Él parpadeó y la mirada desapareció. A ella se le contrajo el estómago y se le aceleró el pulso.
—¿Pedro?
—Intento ser inteligente, Paula. Se me ocurren unas cien razones por las que esto no es buena idea.
—Cien —ella apretó los labios—. Vaya. A mí sólo se me ocurren unas ocho.
—Puede que haya exagerado —se puso en pie y le ofreció la mano—. Vamos. Descongelaremos los pasteles y nos daremos un atracón de azúcar.
—Parece buen plan —le dio la mano y dejó que la ayudara a levantarse. Ya de pie, comprendió que estaban muy juntos. Habría dado un paso atrás, pero él no la soltó.
Se perdió en el fuego de sus ojos. La atraía y quemaba y se inclinó hacia él.
—Maldición —masculló él, antes de agarrarla.

Herencia de Amor Parte 3: Capítulo 15

—De momento, eso funciona.
—Pero es muy solitario. ¿No quieres enamorarte?
—No lo bastante para dejarme atrapar. Puedo tener una mujer siempre que quiera. Si necesito el latido de otro corazón en la casa, me compraré un perro.
A ella le invadió una oleada de tristeza. A primera vista, Pedro lo tenía todo, pero en realidad había grandes vacíos en su vida. Era poderoso y activo, el tipo de hombre que disfrutaba haciendo cosas. Y también amable y cariñoso. Pero nunca confiaría en una mujer lo bastante como para entregarle su corazón.
—¿Qué estás pensando? —preguntó él.
—Que los dos somos un desastre. Tú no puedes confiar en nadie y yo no confío en mí misma.
—Eso no lo creo —dijo él—. Tú lo tienes todo claro. ¿No sales con tipos que quieren cambiar el mundo?
—En general sí. Son inteligentes, interesantes y... —se mordió el labio inferior. Se suponía que estaban hablando de él, no de ella.
—¿Y seguros? —preguntó él con voz grave.
—Puede. Aveces. Es sólo que... —tomó un sorbo de té. Mi madre se enamoró de mi padre en el segundo en que lo vio. Tenía diecisiete años y hoy en día sigue amándolo. Mi padre no es mala persona, pero no es el mejor padre y marido. Se marcha. Un día se levanta y desaparece durante unos meses. Nunca sabemos donde va ni cuándo volverá. Cada vez que se marcha, a mi madre le rompe el corazón, pero no le dice que no vuelva. No se permite enamorarse de otra persona. Vive a medias, sólo es realmente feliz cuando está con ella.
—Tú no eres así —afirmó él—. Eres dura.
—Eso no lo sabes, y yo tampoco. Me aterroriza ser como ella. Que un día me enamore de un tipo que me rompa el corazón y permitírselo. Lo justificaré. Enamorarse de verdad se parece demasiado a entregar el control de mi vida. No está en mi lista de prioridades.
—Así que, en vez de arriesgarte, sales con tipos de los que sabes que no te vas a enamorar. ¿Tengo razón?
—Es posible.
—Siempre eres el objeto de cariño, nunca quien se arriesga emocionalmente.
—Haces que parezca mezquina y no lo soy. Simplemente no quiero enamorarme de nadie hasta estar segura de que eso no me destruirá.
—Nunca se puede estar seguro.
—Me niego a creerlo. Un día me arriesgaré.
—¿Estás segura? —insistió él.
Ella deseaba pensar que sí. Que algún hombre la llevaría a dar el paso.
—Es obvio que ambos necesitamos terapia —respondió Paula—. Podríamos pedir tarifa de grupo.
Él se rió y ella se sintió mejor. Después, bostezo
—Perdona —dijo, tapándose la boca—. Anoche no dormí suficiente.
—Yo tampoco —él se levantó—. Venga. Vamos a la cama.
Ella lo miró fijamente. Un centenar de pensamientos taladraron su mente. ¿Cama? ¿Con él? ¿Sexo? Deseó sentirse molesta e insultada. Deseó darle un bofetón. Pero al imaginarse juntos, desnudos, tocándose, también se descubrió deseando decir que sí.
—Perdona —Pedro alzó las dos manos—. Mala elección de palabras. Empezaré de nuevo. Vamos arriba a dormir, cada uno en su cama. ¿Mejor?
Ella asintió, porque era lo que él esperaba, pero sintió un pinchazo de decepción que la sorprendió
Pedro esperó a que se levantara, puso una mano en su espalda y la guió fuera de la cocina.
—Nos veremos después —dijo alegremente—, y decidiremos si queremos arriesgarnos a comer.
—Parece un buen plan.
Se separaron al final de la escalera. Paula, mientras cerraba la puerta de su habitación, no pudo evitar pensar cuánto le habría gustado irse con él.

Bastante más tarde, Paula salió de la ducha y agarró una toalla. Tal vez Pedro no invitara a muchas mujeres a su casa, pero su habitación de invitados estaba bien provista. Además del cepillo de dientes y el dentífrico que había encontrado antes, había champú, acondicionador, gel y loción hidratante.
Después de ponerse una loción con un delicioso aroma cítrico, se secó el pelo y bajó la escalera.
Estaba muerta de hambre y quería algo más que una tostadas. Podría comprar algo de camino a casa. Pero antes tenía que encontrar a su anfitrión y darle las gracias por todo.
La cocina y la sala estaban vacías. Oyó un ruido, como de alguien tecleando y fue en esa dirección. Encontró a Pedro en un elegante despacho forrado con pieles de madera. Estaba vestido y tan guapo como a primera hora de la mañana.
Sintió un cosquilleo por todo el cuerpo. Después calor y otras muchas reacciones indeseadas.
—¿Cómo te encuentras? —preguntó él al verla.
—Bien. He dormido y ahora me muero de hambre.
—Yo también. Por lo visto, los dos hemos sobrevivido a la intoxicación.
—Eso parece.
—¿Estás lista para irte a casa?
Ella asintió, aunque en realidad quería tirarse a sus brazos y suplicarle que la sedujera. Era obvio que seguía sufriendo los efectos de la intoxicación.
—¿Una gran cita esta noche? —preguntó él.
—En realidad no.
El levantó una hoja del escritorio y se la dio.
—Porque dijiste que te encanta la comida mexicana y cerca hay un restaurante que hace entregas a domicilio. ¿Quieres comer algo antes de irte?
Ella titubeó. Su cabeza le decía que se fuera mientras seguía emocionalmente entera. El resto de su cuerpo, en especial ciertas zonas femeninas, sugerían que se quedara por allí a ver qué ocurría.
—Podríamos ver una película —dijo él—. Incluso dejaré que la escojas tú.
—¿Cómo iba a resistirme a una invitación como ésa? —ella sonrió—. ¿Qué posibilidades hay de que nos pongamos de acuerdo en una película?
—Debe de haber al menos una. Algo divertido.
—Pero inteligente, no *beep*.
—Acepto.

martes, 28 de abril de 2015

Herencia de Amor Parte 3: Capítulo 14

Paula se despertó alrededor de las seis de la mañana del sábado. Había pasado un montón de tiempo en el cuarto de baño hasta medianoche, después se había metido en la cama y dormido como un tronco. Después de utilizar el cepillo de dientes nuevo que encontró en el baño, se puso un esponjoso albornoz que había en el armario y salió a buscar la cocina.
Pasó por el comedor, aún lleno de flores, y fue hacía la parte trasera de la casa. Entró en una cocina que habría satisfecho al chef más exigente.
Pedro estaba allí. Llevaba un pantalón de chándal y una camiseta y no se había afeitado. Ella notó un movimiento en el estómago, pero ése no tuvo nada que ver con la comida y sí con el delicioso hombre que tenía delante.
—Buenos días —dijo, intentando actuar con normalidad. No entendía qué le estaba ocurriendo. Se trataba de Pedro, un tipo al que casi despreciaba. Excepto que no podía hacerlo. El día anterior, estando tan mal como ella, se había preocupado de acomodarla antes de ir a encerrarse en su cuarto de baño.
—Hola. ¿Cómo te encuentras?
—Mejor. Tengo el estómago tan vacío que casi oigo coyotes aullar. ¿Y tú?
—Estuve vomitando hasta la una de la mañana. Luego me derrumbé. Voy a tomar una decisión ejecutiva y decir que no al catering de ayer.
—No pienso discutirla —se rió ella—. Nunca me había sentido tan mal.
—A riesgo de parecerte un pelele, ¿te apetece una tostada? Creo que es lo más que puedo sopotar esta mañana.
—Suena genial. Seguramente necesitamos hidratarnos.
—Ayer nos libramos de mucho líquido.
—Y que lo digas —tocó el albornoz—. Me gusta. ¿Soy la primera mujer de habla inglesa que lo utiliza?
—Ibas a dejar en paz el tema de las modelos —él se apoyó en la encimera y se cruzó de brazos.
—No recuerdo haber dicho eso.
—Deberías —la miró de arriba abajo—. Es para invitados, no para citas. No suelo traer a mujeres aquí, ¿recuerdas?
—Pues tu coche es un poco pequeño para hacer esas cosas.
—Pareces sentir mucha curiosidad por mi vida personal —él enarcó una ceja.
—A los hombres les encanta hablar de sí mismos.
—Solemos ir a casa de ella.
—Entiendo. Así te resulta más fácil escapar cuando quieres y no les restriegas tu dinero por las narices.
—Exacto.
El hervidor de agua empezó a silbar y al mismo tiempo dos rebanadas de pan saltaron del tostador.
—¿Platos? —preguntó ella.
El señaló una hilera de armarios. Sólo le costó dos intentos encontrar platos pequeños. Dejó las tostadas en un plato y puso dos rebanadas más en el tostador, mientras Alfonso echaba el agua en la tetera. Ella miró po encima de su hombro y vio hojas de té frescas en una cestita.
—Muy mona. ¿Tuya?
—Por lo visto. Anoche le puse un correo electrónico a mi ama de llaves para preguntarle si teníamos. Me dijo que sí y dónde encontrarlo.
Era increíble tener tantas cosas que uno no sabía donde estaban. Paula pensó que pertenecían a mundos distintos. Muy distintos.
Se sentaron a la mesa redonda que había junto al ventanal. Ella mordisqueó una tostada y aceptó la taza de té que él le ofreció.
—Es una casa interesante —dijo, tras beber un sorbo . Un poco intimidante.
—Es verdad que no se olvida.
Ella miró su rostro, la sombra de barba en sus mejillas y mandíbula.
—¿Cómo sabes si les interesas tú? —preguntó—. Nada en tu vida es normal. ¿Cómo puedes estar seguro?
—No lo estoy. Hasta tú accediste a salir conmigo cuando tu abuela te ofreció un millón de dólares.
—¡Por favor! —ella puso lo ojos en blanco—. Sabes que eso es en broma. Aunque es fascinante que piense que tiene que pagar a alguien para que se case contigo. ¿Qué sabe ella que yo no sé?
—Voy a ignorar esa pregunta —afirmó él.
Paula  tomó otro bocado de tostada y lo masticó lentamente. Por el momento, su estómago parecía estable, pero no quería arriesgarse a otro episodio.
—Tienes que haber estado seguro alguna vez —insistió—. Debe de haber mujeres en las que confíes.
—No quieres escuchar esto.
—¿Me lo preguntas o lo afirmas?
—Estudié secundaria en un internado para chicos —clavó en ella su mirada oscura—. Felipe y yo. Mi primera novia fue una becaria de la escuela femenina que había al lado. Nos conocimos en un baile y me enamoré de ella en segundos. Era lista, divertida y estaba loca por mí.
Paula  no lo dudó un segundo. Tenía la sensación de que debía de haber sido el típico chico por el que todas se colaban.
—Su madre apenas podía pagar los gastos, trabajaba en una oficina. Jenny le habló de mí. Juntos, practicamos el sexo por primera vez —su rostro se tensó—. La madre de Jenny fue a ver a mis padres y les dijo que si no le pagaban doscientos cincuenta mil dólares, me denunciaría por violación. Jenny sólo tenía dieciséis años, así que tenía posibilidades de ganar.
Paula  volvió a sentirse enferma, pero esa vez no tuvo nada que ver con una intoxicación alimentaria.
—No puedo creerlo. Es horrible. ¿Cuántos años tenías tú?
—Dieciséis. Pero eso daba igual. Mis padres pagaron y yo aprendí una importante lección.
Ella deseó decirle que había aprendido algo erróneo, que la gente no era así, pero pensó que tal vez sí lo fueran con él.
—¿Qué dijo Jenny? —preguntó.
—Lo sintió mucho, o eso dijo. Pero una semana después de que rompiéramos su madre le compró un coche. Eso pareció ayudarla bastante.
El sonaba aburrido y cínico, pero hablar del pasado debía de estar doliéndole. Una experiencia como ésa debía de dejar cicatriz.
—Otra mujer con la que salí vino a decirme que estaba embarazada. Yo siempre tenía cuidado, pero no tienía razón para pensar que mentía. Hice lo correcto y le pedí que se casara conmigo. Ella siempre había hablado de una gran boda, así que sugerí que esperásemos hasta después del nacimiento del bebé, para planificar la boda con tiempo. Eso la asustó.
Paula se dejó caer en el asiento y cerró los ojos.
—Deja que adivine. ¿No estaba embarazada?
—No. Pero tenía una amiga que sí y fue ella quien le dió la prueba de embarazo que me enseñó a mí. Por lo visto su plan era quedarse embarazada cuanto antes o, si eso no funcionaba, «perder» el bebé antes de la boda. Los dos quedaríamos tan devastados por la tragedia que nos casaríamos de todas formas.
—Odio que haya gente como ella en el mundo —dijo Paula—. Aunque el dinero dificulte las cosas, debes de haber tenido buenas experiencias con mujeres.
—Algunas. Pocas. Pero nunca estoy seguro. De una manera u otra, siempre espero que al final admitan que todo es cuestión de dinero.
—Pedro, eres un gran tipo —se inclinó hacia él—. Eres listo, divertido, encantador y no eres nada feo.
—Espera —él sonrió—. Necesito un momento para sentirme halagado con lo de «nada feo».
—Sabes lo que quiero decir —ella soltó una risa—. No siempre es cuestión de dinero. Es imposible. No hay tanta gente horrible en el mundo.
—Antes de que Felipe se enamorase de tu hermana, salía con una madre soltera que tenía una niña adorable. Felipe estaba convencido de haber encontrado a la mujer perfecta. Estaba encantado con la niña y quería que ambas formasen parte de su vida, así que se declaró. Entonces un día la oí decirle a una amiga que había odiado tener una hija hasta que comprendió que la mayoría de los jóvenes ricos se chiflaban por ellas. Su plan era aguantar con Felipe un par de años, divorciarse y vivir de la manutención que él se ofrecería a pagarle.
—Entonces, ¿qué haces? —a Paula le dolió el corazón por Pedro— ¿Nunca confías? ¿Nunca te encariñas? ¿Nunca te entregas?

Herencia de Amor Parte 3: Capítulo 13

— ¿Demasiado femenino? —sonrió ella.
—No entiendo de flores. Están bien.
Beatrice sacó un ramo más puntiagudo.
—Aquí tenemos bromelias, jengibre y anturio. Tampoco es tradicional, pero los colores son perfectos y quedan muy bien sobre una mesa —le dio a María una bola de flores de un tono verde amarillento—, bolas de crisantemos. Muy elegantes. Pueden colgarse del respaldo de las sillas —dio a Pedro un manojo de bayas verdes—. Bayas de hipérico. Un verde perfecto.
Sacó más y más flores, hasta que a Paula y a Pedro no les cupieron más en los brazos. Después se centró en los libros.
—Tengo fotos de varias bodas. Se las enseñaré.
Les mostró docenas de fotos, explicando las distintas posibilidades.
— ¿La ceremonia va a celebrarse en otra habitación? —preguntó Beatrice.
—Sí —asintió Paula—. Hay una habitación perfecta a un lado del salón de baile. Pondremos filas de asientos y allí también harán falta flores.
Beatrice empezó a hablar de lo que podían hacer, pero Paula no conseguía concentrarse. Se sentía acalorada y al mismo tiempo tenía escalofríos. Empezaba a molestarle el estómago. Sentía unos retortijones extraños y náuseas. Dejó las flores en la mesa. Nunca había sido alérgica a nada, pero quizá el polen le estuviera afectando.
— ¿Te encuentras bien? —preguntó Pedro.
Su estómago se contrajo de nuevo y ella tuvo la sensación de que estaba a punto de vomitar.
—En realidad no. ¿Hay algún baño cerca?
—Desde luego —él también dejó las flores y guió a Paula fuera de la habitación— Volveré enseguida —le dijo a la florista.
Al final de un corredor había un espacioso cuarto de baño de invitados.
—Es el estómago —dijo ella—. No sé qué me ocurre
—No te preocupes. Yo manejaré a Beatrice.
—No creo que nadie pueda manejar a Beatrice—dijo ella, consiguiendo esbozar una sonrisa—, pero puedes intentarlo.
—Sal cuando te encuentres mejor.
—Seguro. Sólo tardaré un minuto.
Cerró la puerta y dos segundos después corrió hacia el retrete.

Paula no tenía ni idea de cuánto tiempo había pasado. Ya había vomitado dos veces y tenía la desagradable sospecha de que volvería a hacerlo. Se sentía temblorosa y débil, tenía escalofríos y no recordaba haberse sentido tan mal en su vida.
Estaba sentada en el suelo de mármol con los ojos cerrados, preguntándose si tendría fuerzas para conducir de vuelta a casa. La tarea le parecía imposible en dos sentidos. Primero, dudaba poder llegar sin vomitar de nuevo; segundo, no parecía capaz de concentrarse en otra cosa que su malestar.
Oyó un golpecito en la puerta.
— ¿Paula?
Reconoció la voz de Pedro y se preguntó por qué tenía que haberle pasado eso precisamente allí. Con él presente.
— ¿Sí?
— ¿Cómo está tu estómago?
—Fatal. No entiendo qué me ocurre.
—Yo sí. Intoxicación alimentaria. Todas esas salsas con nata.
Ella recordó lo que habían comido y gimió.
— ¿Tú también?
—Puedes apostar. Me he librado de Beatrice. Vamos. Te llevaré a una de las habitaciones de invitados de arriba. Los baños son más cómodos y puedes tumbarte en una cama, entre episodios.
Ella dudó un segundo y después se levantó. Tumbarse en una cama le parecía muy buena idea en ese momento. Abrió la puerta del baño y comprobó que Pedro tenía un aspecto horrible. Estaba pálido, verdoso y tenía sombras bajo los ojos.
—Hacemos una pareja muy atractiva —murmuró, mientras él la agarraba de la mano y la llevaba hacia la escalera.
—Sacaremos una foto. Tenemos que darnos prisa. No sé cuánto tiempo aguantaré.
A pesar de lo mal que se sentía, ella se echó a reír.
—Tú sí que sabes hacer que una chica lo pase bien.
—No me digas. Por lo menos es viernes. No tienes clases durante el fin de semana, ¿no?
—No.
—Bien. Entonces puedes quedarte aquí el tiempo que quieras. Hay un teléfono en tu habitación si quieres llamar a alguien. Un albornoz en el armario. He puesto un par de camisetas mías sobre tu cama, para que puedas dormir más cómoda que con tu ropa.
Llegaron al descansillo de la segunda planta Ella lo miró. Si había pensado en todo eso mientras se sentía tan mal como ella, era un tipo extraordinario.
—Gracias. Eso es más de lo que exige la cortesía.
—Van a ser unas cuantas horas horribles —se llevo la mano al estómago—. Nuestro cuerpo va a deshacerse de toda esa comida.
—Deberíamos...
Pedro la cortó con un movimiento de cabeza.
—Tercera puerta a la derecha. Camisetas en la cama. Agua en la mesilla.
Después se dio la vuelta y corrió en dirección opuesta, hasta la puerta que había al final del pasillo.
Paula lo vio marchar y sintió el principio de una oleada en el estómago. Tampoco tenía mucho tiempo.
Fue a la habitación de invitados y lo encontró todo como él había descrito. Corrió al baño preguntándose si sobreviviría a ese día.

Herencia de Amor Parte 3: Capítulo 12

—A mí también. Pero es demasiado pesada. Mi estómago empieza a sentirse raro. Quizá la dueña fue una vaca en otra vida y toda esta nata sea su forma de volver a sus raíces.
—Lo que has dicho es raro, incluso para ti —dijo Pedro.
—Sólo buscaba una explicación. Escribiré a Julia, le diré que la comida es fantástica, pero que todo tiene nata en cantidad. Que decidan ellos.
Se pusieron en pie. Ella se puso una mano en el estómago.
— ¿Podemos parar en un supermercado? Me muero por un refresco para quitarme el sabor a salsa de nata.
—Estoy contigo.

Después de su clase, Paula fue a casa de Pedro para reunirse con la florista. Aunque había estado ante la verja unos meses antes, no había visto la casa principal de cerca hasta ese momento.
Cruzó la verja de hierro forjado y miró la gigantesca mansión de cuatro plantas. Había docenas de ventanas con tejadillos a dos aguas.
—Y yo creía que la casa de la abuela Ruth era impresionante —farfulló para sí.
Los jardines estaban muy cuidados y parecían interminables. Cuando aparcó ante la casa, su coche pareció un juguete que un niño hubiera dejado fuera por descuido.
Sabía que los ricos eran diferentes, y que Alfonso era rico, pero hasta ese momento no había comprendido hasta qué punto lo era. Debían de ser billones.
Fue hacia la enorme puerta y se miró los vaqueros. Quizá debería haberse vestido para la ocasión. Justo entonces la puerta se abrió y apareció Pedro.
— ¿Ya lo has visto todo? —preguntó.
—Aún no. ¿Haces visitas guiadas los miércoles?
—Sólo para algunos elegidos. Entra.
Se había quitado el traje y también llevaba vaqueros y una camisa de manga larga. Eso debería haber hecho que se sintiera más cómoda. Pero estaba demasiado guapo, todo músculo y virilidad. No sabía qué admirar, si su trasero o la elegante casa.
Entró en el vestíbulo de suelos de mármol y resistió el impulso de quitarse los zapatos. Era grande, de forma ovalada y había un piano de cola junto a la escalera. Sin duda, cualquier vestíbulo que mereciera ese nombre debía tener sitio para un piano. Había muebles increíbles, que debían de ser antigüedades, y cuadros que parecían auténticos e importantes.
— ¿Qué estás pensando? —preguntó Pedro, cerrando la puerta.
—Me preguntaba cuántos dormitorios tiene la casa.
—Más de diez.
—Vale. Bien. Entonces, ¿alquilas parte a familias numerosas o simplemente invitas a países pequeños a instalarse aquí?
—Depende de cómo ande de dinero para el mes.
El bromeaba, pero había algo raro en su expresión.
— ¿Estoy reaccionando mal? —preguntó ella—. ¿Debería fingir que no estoy impresionada e incluso un poco intimidada?
—Sólo es una casa.
—Es una casa muy grande y vives aquí solo. Eso es un poco raro.
—Crecí aquí. Es grande y cara de mantener, pero ha pertenecido a mi familia durante tres generaciones y ahora es mi responsabilidad.
—Es casi como un gran hotel —miró las enormes lámparas de araña y los jarrones de flores frescas—. Enséñame el albornoz de lujo y el servicio de habitaciones y me mudaré aquí.
—No tenemos servicio de habitaciones.
—Entonces olvídalo —suspiró ella—. El servicio de habitaciones es esencial —lo miró—. ¿Cómo suelen reaccionar? ¿Las demás mujeres?
—Empiezan calculando qué compensación se llevaran cuando se acabe el matrimonio.
—Ay. No todas habrán salido contigo por el dinero. A algunas debes de haberles gustado.
—No eres nada buena para mi ego —se rió él—. Les gusto a muchas de las mujeres con las que salgo. El dinero es sólo un gran plus —puso un brazo sobre sus hombros y la condujo hacia un arco—. No suelo enseñarles la casa.
—Yo tampoco lo haría. No hasta ir en serio. Las que te quieran por tu dinero no serán capaces de seguir disimulándolo y las demás se asustarán.
—Tú no estás asustada.
Estaban lo bastante cerca para que ella sintiera el calor de su cuerpo y eso le hizo recordar cómo se había sentido en sus brazos. Cómo la había besado y provocado un cosquilleo en todo el cuerpo.
—No estamos saliendo juntos —le recordó. Y si dependía de ella, no lo harían nunca. Pedro era demasiado peligroso para su paz mental. Nunca había creído que un tipo la asustaría, pero él la aterrorizaba.
Deseó que no la atrajera tanto. A desgana, se liberó de su brazo.
Llegaron a una enorme sala de estar. Aunque había dos sofás de módulos, un par de aparadores, mesitas auxiliares y un escritorio, la habitación parecía despejada.
—Bonito —dijo ella, admirando los colores cálidos y el ambiente acogedor—. Tienes decoradores.
—Por supuesto. Soy un hombre típico. Si dependiera de mí, el mundo entero sería de color beige.
Se oyeron unas campanillas en la distancia.
—El timbre —dijo él—. Debe de ser la florista. Siéntate y la traeré aquí.
Ella fue hacia uno de los sofás y se sentó. A la derecha había un carrito de bebidas de madera tallada. En vez de licores, contenía una selección de refrescos, hielo, agua y algunos aperitivos.
—Debe de haber un ama de llaves o cocinera en algún sitio —murmuró ella, poniendo hielo en un vaso y abriendo una lata de su refresco favorito. Pedro no podía haber organizado eso.
No podía ni empezar a imaginarse cómo habría sido crecer en un lugar así. Aunque era una casa de película, tenía la sensación de que no debía de haber sido cómoda para un niño. Pedro era hijo único. Ese tipo de casa pedía a gritos un montón de niños. Se preguntó si se habría sentido solo.
Pedro regresó con una mujer diminuta de edad indefinida. Tenía los brazos cargados de libros y carpetas y ella llevaba dos cestas con docenas de flores.
—paula, ésta es Beatrice. Beatrice, Paula es la hermana de la novia.
—Es encantador que estén planificando la boda juntos —dijo la mujer con una sonrisa. Miró a su alrededor y se volvió hacia Pedro—. Quizá sería mejor instalarnos en un comedor o algo así.
—Desde luego. Por aquí.
— ¿Quieres beber algo? —preguntó Paula.
—Agua, por favor —dijo Beatrice tras echarle un vistazo al carrito—. Mineral, si hay.
Paula puso hielo en otro vaso, agarró una botella de agua y los siguió. Mientras pasaban de la sala al comedor, se preparó para sentirse intimidada.
Hizo bien, porque el comedor podía acomodar a unas treinta personas, aunque en ese momento sólo había doce sillas alrededor de la mesa. Sin embargo, por su situación en el centro de la habitación y el número de patas agrupadas, adivinó que tenía al menos ocho extensiones.
Pedro colocó los libros en la mesa y Beatrice empezó a sacar docenas de flores.
—Tengo entendido que los novios ya han elegido los colores —dijo, agrupando capullos—. Eso ayudará. Rosa y verde es una buena combinación. Tengo algunas ideas para algo distinto de lo habitual. Por ejemplo, aquí tenemos tulipanes rosas con gladiolos verdes. No es tradicional, pero son bellísimos.
Paula no entendía de plantas ni de flores, pero admiró los gladiolos. Los pétalos verdes eran exuberantes y el color quedaba perfecto con el rosa profundo de los tulipanes.
—Son increíbles—murmuró. Miró a Pedro—. ¿Qué opinas?
—Bonito.

lunes, 27 de abril de 2015

Herencia de Amor Parte 3: Capítulo 11

Paula  pensó que era la mejor respuesta. Lo dejó solo para que volviera a vestirse y salió a esperarlo junto al coche.
Lo que la preocupaba no era haber disfrutado del beso. Era saber que había estado dispuesta a entregarse sin conocerlo. Sin sentimientos. El nivel de pasión que había sentido la asustaba.
Pedro era mucho más interesante de lo que había imaginado. La sorprendía que le gustara. Desearlo era aún más sorprendente. Pero ¿juntos? Imposible.
No podía permitirse enamorarse de alguien como él. Eso la destruiría. Lo había visto y conocía el precio.

Para: Paula_Chaves@mynetwork.LA.com
De: Julia_Chaves@SGC.usa
¿Qué quieres decir con que besaste a Pedro? No puedes escribir «por cierto, hoy besé a Pedro» y enviarlo sin más. ¿Lo besaste? ¿En la boca?
¿Por qué? Tú no eres así. ¿No será por lo del millón de dólares? Por favor, di que no. Tampoco eres así. ¿Pedr? ¿En serio? ¿Cómo fue? Espera, no estoy segura de querer saberlo.
No es tu tipo. Siempre te enamoras de tipos dulces y atolondrados que quieren salvar el mundo. Él sale con modelos. ¿Lo recuerdas? ¿Estás bien?
Hablando de otro tema, nos encanta la combinación verde/rosa para la boda. Id a por ésa, pero que no sea todo demasiado conjuntado, por favor.
Para: Julia_Chaves@SGC.usa
De: Paula_Chaves@mynetwork.LA.com
Estoy perfectamente. El beso ocurrió sin más. Es una larga historia creí que estaba jugando conmigo y lo besé. No lo habría mencionado, pero pensé que si él se lo decía a Felipe y él a ti, te enfadarías porque no lo había hecho yo. Nada más. Aunque, ahora que lo pienso, Pedro no es del tipo que alardea de esas cosas.
En cuanto al beso, no fue más que un beso. Agradable. Sé que no es mi tipo. No te preocupes.
Me alegro de que hayas elegido los colores. Eso facilitara la planificación. A mí también me encanta el rosa/verde. Te juro que no será todo demasiado conjuntado. Utilizaremos distintos tonos y variaciones del tema. Será fabuloso.

Para: Paula_Chaves@mynetwork.LA. com
De: Julia_Chaves@SGC. usa
¡OH DIOS MIO! ¿Ya sabes a qué tipo pertenece Pedro? ¿Qué más sabes y no me estás diciendo? ¿Qué más está ocurriendo? Más te vale no enamorarte de él, Paula. Lo digo en serio. Estoy a miles de kilómetros y me lo perdería todo.

Para: Julia_Chaves@SGC.usa
De: Paula_Chaves@mynetwork.LA.com
Besitos. No sufras. No me estoy enamorando de Pedro en absoluto. No tienes de qué preocuparte.
Pedro sorteó lentamente el tráfico de la zona universitaria y aparcó junto a la acera. Echó un vistazo a la multitud de estudiantes y vio a Paula hablar con una joven. No hablando, sino haciendo señas.
Las dos mujeres estaban una frente a otra y sus manos se movían con un grácil baile indescifrable para él. Paula echó un vistazo por encima del hombro, lo vio y saludó con la mano. Después señaló el coche e hizo unas señas a su amiga. La mujer asintió, se dieron un abrazo y Paula fue hacia él.
La observó caminar. Con sus vaqueros y su camiseta de manga larga, encajaba con los estudiantes que la rodeaban. Admiró el movimiento de sus caderas y después el de su largo cabello dorado. Parecía un anuncio de algún producto sexy. «Compra lo que sea y conseguirás una chica como ésta».
—Hola —saludó ella, abriendo la puerta del acompañante y sentándose—. ¿Vas a volver a dejarme conducir?
—No. Demasiado poder se te subiría a la cabeza.
—Típico —farfulló ella, abrochándose el cinturón de seguridad—. ¿Por qué todos los hombres son así? No des a las pobres féminas demasiado poder o responsabilidad. No sabrían manejarse.
—Las mujeres controlan la mayor parte de la riqueza en este país.
—Ese dato me hace sonreír cada vez que lo oigo. Sé que no quieres que conduzca porque mi destreza supone una amenaza para tu virilidad.
—No por mucho tiempo. Estoy en terapia.
Ella se echó a reír y él la imitó. Su último encuentro había sido en la tienda de esmóquines, donde ella lo había besado, dejándolo con ganas de más. Aún no había decidido qué haría, si hacía algo, sobre ese deseo. Por el momento le bastaba con disfrutar de la compañía de Paula.
Mientras se incorporaba al tráfico intentó recordar la última vez que había deseado estar con una mujer. Sólo estar con ella, charlar y bromear, sin contar los minutos que faltaban para llevarla a la cama.
No era que no quisiera acostarse con Paula, claro que quería. Pero también le gustaba.
Y eso sí que no le ocurría hacía mucho tiempo. Casi había olvidado la sensación. No confiaba en ella, ni en ninguna mujer. Pero había estado deseando pasar el día con ella desde la última vez que la vio.
— ¿Cómo te interesaste por el lenguaje de señas?
—Me avergüenza admitir que al principio aprendí porque una de mis amigas tenía un hermano guapo y sordo. Yo tenía unos catorce años. El era mayor y muy serio, y pensé que por dentro sería profundo y fascinante y que se enamoraría locamente de mí si podíamos comunicarnos. Tomé una clase de lenguaje de señas y me gustó, así que seguí.
— ¿Qué pasó con el tipo?
—Resultó ser un auténtico imbécil que, por desgracia, era sordo. Aun así, me alegro de que me hiciera dar el paso. Me hice intérprete homologada. Fue un buen trabajo temporal mientras estudiaba —miró su reloj— Siento tener que partir el día por la mitad.
—No es problema.
—Es una clase importante. Te agradezco que seas flexible.
—No seré yo quien se interponga en la educación de alguien.
—Dicho como un auténtico miembro de la elite.
Iban hacia otra empresa de catering a hacer una  degustación, y después a casa de él a entrevistarse con una florista.
—Ahora que Felipe y Julia han elegido los colores, podemos tomar algunas decisiones —dijo—. Se lo comuniqué a la florista y traerá algunas muestras.
—Bien. Creo que la combinación verde rosa dará mucho juego. Las cosas para chicos pueden ser verdes y las de las chicas rosa.
—Y todo el mundo estará contento.
—Exacto —sonrió ella.
El frenó en un semáforo y le devolvió la sonrisa.
—Lo del otro día fue todo un beso —dijo él, mientras se estaban mirando.
Los ojos de ella se ensancharon y el color tiñó sus mejillas. Desvió la vista y miró por la ventanilla.
—Sí, bueno, dijiste que necesitabas protección.
Él se había preguntado qué había pensado del beso y si le había parecido tan intensamente erótico como a él. Supo que la respuesta era que sí. También que se sentía algo avergonzada; se preguntó por qué.
—No es que necesitaras protección —dijo ella, aún sin mirarlo—. Eres capaz de manejar a mujeres como ésa hasta dormido.
—Soy más interesante despierto —arrancó de nuevo—. No esperaba tanta pasión.
—Que sea inteligente y de ciencias no significa que no sea como el resto de la gente.
—No eres como el resto de la gente, pero eso esta bien. No me quejo, Paula. Me gusta cómo eres.
—Ah. Bien. Aunque no es que me importe tu opinión.
—Claro que no.
—Sí que fue un beso apasionado —admitió ella.
—Estoy de acuerdo. Puede que necesite que me rescates más tarde.
—No lo creo. Puedes salvarte sin mi ayuda.
—Eso es un poco frío de tu parte.
—Aguántate.
El soltó una risita y ella sonrió. Después empezó a hablar de lo que había dicho Julia sobre cómo situar a los invitados. Pero él estaba pensando en otro tema más interesante. En llevarse a Paula a la cama.
La deseaba. Eso era indudable. Sabía que estarían muy bien juntos. Había descubierto que el primer beso decía mucho sobre química, compatibilidad y deseo. Paula y él puntuaban más de diez. Pero acostarse juntos no sería muy inteligente.
Para empezar, estarían vinculados el resto de su vida. Entre que su tía política era abuela de ella y que su hermana iba a casarse con su primo, iban a verse a menudo. Practicar el sexo haría más incómoda una situación ya complicada en sí misma.
Por otro lado, ella no era su tipo. No jugaba con los hombres y él no creía en ir en serio con las mujeres. Era mejor dejar las cosas como estaban.
Pero había sido un gran beso. Pensar en él lo había desvelado las dos últimas noches y eso no le había ocurrido... nunca.

Paula miró el pequeño plato de pasta que tenía delante sí. Aunque apreciaba la presentación artística, empezaba a ponerse algo paranoica.
— ¿Es cosa mía o todos los platos llevan alguna salsa de nata por encima? —le susurró a Pedro.
—No eres tú —contestó él—. El aliño de la ensalada, la sopa cremosa, el pollo, el pastel de cangrejo.
—Y ahora la pasta —murmuró ella—. Si elegimos este sitio, habrá que usar el blanco como pincelada de color.
Pasó el tenedor por los perfectos fetuccini. No podía quejarse de la comida en sí. Las gambas eran finas,las verduras estaban en su punto y la salsa era una decadente mezcla de nata, queso y especias, pero aun así...
—Podemos irnos —dijo él.
— ¿Odias la comida?
—No. Está buena. Es sólo...
— ¿Excesiva?
—Exactamente —asintió él.
Unos minutos después llegaron las muestras de postres. Paula consiguió contenerse mientras la anfitriona explicaba cada plato, pero se echó a reír en cuanto la mujer volvió a la cocina.
— ¿Qué va a ser? —Pedro alzó las cejas—. ¿La tarta de chocolate fundido con crema? ¿Las frutas del bosque con nata? ¿El pudin con crema de chocolate? ¿O la selección de sorbetes con nata y jengibre?
—Está delicioso —dijo ella, probando el pudin— Es fabuloso de verdad.
—Me gusta la comida —dijo él, dubitativo.

Herencia de Amor Parte 3: Capítulo 10

Ella controló una sonrisa a duras penas.
—De acuerdo. Si es tan importante para ti, me sentaré ahí mientras te cambias. Pero me siento decepcionada. Pensé que se te darían mejor las mujeres. Que esperanza rota. Más desilusiones como ésta y necesitaré terapia.
—Conozco a ese tipo de mujer —la miró airado—. No aceptará un no como respuesta.
—Y el millonario grande y malo no quiere herir sus sentimientos —se burló ella, con voz infantil.
El frunció el ceño, pero antes de que pudiera contestar llegó Roxanne con varios esmóquines. Se detuvo al ver a Paula en el probador.
— ¿Vas a ayudar? —preguntó con una voz que sugería que eso era imposible.
—Por supuesto —dijo Pedro—. Paula tiene un gusto impecable.
—Es incapaz de hacer nada sin mí —apuntó Paula con una sonrisa— Se siente desvalido.
Pedro la fulminó con la mirada y ella tuvo la sensación de que tendría que pagar por sus palabras después, pero le daba igual. Estaba viendo un aspecto de él que nunca habría imaginado y pensaba disfrutar de cada segundo.
No sólo verlo como alguien con faltas y debilidades, sino como alguien mucho más interesante de lo que había pensado al principio. Roxanne colgó las prendas de un gancho y salió del vestuario.
Hasta que él se quitó la corbata y empezó a desabrocharse la camisa, ella no fue consciente del detalle que se le había escapado. El probador era enorme, pero pequeño si se tenía en cuenta que Pedro y ella apenas se conocían y que él estaba a punto de desvestirse delante de sus narices.
Él había dicho que imaginara que estaban en la playa. En teoría, sus calzoncillos no iban a desvelar mas que un bañador, pero no estaban en la playa y un tipo guapo se estaba desnudando. No sabía si debía mirar, o no mirar.
Él se quitó la camisa. Tenía el pecho ancho, musculoso y bien definido. Le gustó el vello que descendía hasta el ombligo. Pero cuando él se llevó la mano a la cinturilla del pantalón, bajó la vista al suelo.
—Felipe ya puede darme las gracias por esto —masculló Pedro.
—Ya encontrarás la manera de que te pague el favor —dijo ella. Llevaba calcetines oscuros, nuevos. Oyó un crujido de tela y él se subió los pantalones del primer esmoquin. Por fin estaba a salvo.
Decidió distraerse ocupando las manos. Le dio la camisa, descolgó la chaqueta de la percha y estudió la trama del tejido.
— ¿Chaleco o faja? —dijo Roxanne desde el umbral y ofreciéndole ambas prendas.
—Chaleco —dijo Dulce, aceptándolo y dándoselo a Pedro—. Has dicho que probarías.
Él gruñó, pero se lo puso. Paula admiró cómo el corte enfatizaba la anchura de sus hombros y sus caderas estrechas. Sintió un cosquilleo en el ombligo.
Roxanne le dio una corbata y él se la anudó al cuello. Después se puso la chaqueta.
—Aquí fuera hay un espejo de tres cuerpos —dijo Roxanne.
El la siguió a la zona central de los probadores. Se situó ante el espejo y estudió su imagen.
— ¿Qué te parece? —preguntó.
—Magnífico —ronroneó Roxanne, situándose detrás de él y empezando a estirar los hombros y el bajo de la chaqueta.
Paula estaba de acuerdo, aunque empezaba a enfermarla que la otra mujer tocara a Pedro por todos lados. Era una boutique, no un salón de masaje. De terminada a mostrar su madurez y dejar que Alfonso solucionara el problema, ignoró a Roxanne.
—Me gusta el chaleco —dijo.
—A mí también —afirmó Pedro— Entiendo tu idea, Es menos tradicional que la faja, pero muy elegante. No podemos encargar nada hasta que Julia y Felipe  elijan los colores, pero podemos darles ideas.
—Tenemos una página web —dijo Roxanne, inclinándose hacia él y clavando los pechos en su espalda— Apuntaré el número de la prenda para que tu amigo pueda ver el modelo en Internet. Si le queda la mitad de bien que a ti, va a ser una boda espectacular.
Paula se tragó un gruñido.
—Fantástico —Pedro se apartó de Roxanne—. ¿Por qué no vas a buscar esa información ahora?
Ella aceptó a desgana. Cuando se marchó, él se volvió hacia Paula.
—Se supone que estás protegiéndome.
—Eres lo bastante grande para protegerte solito.
—Se supone que somos un equipo. Yo correría a ayudarte a ti.
Ella no sabía qué quería que hiciera. Tal vez que aparentase celos. Podía ser todo cuestión de ego. Igual necesitaba que todas las mujeres del planeta babearan por él para dormir por la noche. Y cabía la posibilidad de que realmente se sintiera incómodo.
Aunque quería creer lo mejor de él, su reputación lo impedía. Debía de estar burlándose de ella. Pero ella también podía jugar. Haría que se arrepintiera de haberla arrastrado a ese juego.
Fue hacia él, agarró su chaqueta y tiró de él. Se puso de puntillas, le rodeó el cuello con un brazo y le puso la boca sobre la suya.
Estaba empeñada en que fuera mucho más que el breve beso que habían compartido antes. Quería darle una lección. Así que entreabrió los labios y se apretó contra él como si fuera en serio.
Tras un segundo de inmovilidad atónita, Pedro la rodeó con los brazos y le devolvió el beso. Rozó sus labios y luego se introdujo en su boca.
Lo hizo con determinación, como un hombre con un objetivo. Sabía a café y a menta, y sabía besar.
En cuanto la lengua de él tocó la suya, la pasión se desató. Fue una sensación tan intensa que pensó que el edificio iba a temblar. La mezcla de calor, necesidad y placer en cómo exploraba su boca, en el baile de caricias, avances y retiradas la cegó. No podía pensar, así que se concentró en reaccionar.
Echó la cabeza hacia atrás y le devolvió el beso. Cuando él deslizó las manos por su espalda, ella exploró sus hombros y después sus brazos. Era puro músculo y calidez. El enredó una mano en su cabello y tiró, echando su cabeza hacia atrás. Ella le dejó hacer y él la recompensó besando su cuello.
Los besos hambrientos y húmedos le dieron ganas de gemir. Todo su cuerpo se tensó y sus senos se hincharon. Deseó estar tumbada de espaldas, en cualquier sitio. Lo quería entre sus piernas, tomándola con fuerza y rapidez, sin pensar en las consecuencias.
Ese pensamiento, que nunca había tenido antes, la anonadó. Se apartó justo cuando oía a una persona muy irritada aclararse la garganta. Se dio la vuelta y vio a Roxanne en la entrada de los probadores.
—Ustedes dos  deberían buscar una habitación —dijo la dependienta, con voz gélida.
—Es una idea interesante —dijo Pedro.
Roxanne se dio la vuelta y se marchó.
Paula se quedó parada, sin saber qué pensar y, menos aún, qué decir. Eso sí que había sido pasión inesperada. Y embarazosa.
Se le ocurrieron varios comentarios, pero todos le parecieron estúpidos. Incluso si no lo hubieran sido, no estaba segura de poder hablar. Tenía la garganta seca y tensa, y temía que su voz sonara jadeante.
—Paula... —empezó Pedro.
Ella alzó una mano para silenciarlo, tragó saliva y se obligó a mirarlo. Comprendió que había sido un error al ver su deseo en los ojos oscuros. Miró su boca. .. una boca que obviamente podía volver loca a una mujer, besara donde besara.
—Te estaba dando una lección —dijo ella, con voz temblorosa—. Al menos eso pretendía.
—Tú tampoco eres lo que yo esperaba.
—No eres mi tipo —siguió ella, preguntándose si lo que había dicho él era bueno o malo— Quiero planificar la boda de mi hermana. Nada más.
Sus miradas se encontraron. Parte del deseo había desaparecido, pero seguía habiendo suficiente como para desear lanzarse contra él y empezar de nuevo.
—Estoy de acuerdo —dijo él.
Ella tardó un segundo en comprender que respondía a lo que había dicho, no a lo que estaba pensando.
—Así que esto no ha ocurrido —le dijo—. Nada.
—Ha ocurrido algo. Pero podemos ignorarlo..., si es lo que quieres.

Herencia de Amor Parte 3: Capítulo 9

—Pues invierte en el negocio de las bodas.
—Es demasiado emocional —él miró a su alrededor movió la cabeza— Prefiero lanzar una empresa de alta tecnología, sin dudarlo.
—Pero podrías expandirte. Diversificar.
—Puede —dijo él, dubitativo.
— ¿Cómo empezaste tu empresa? ¿Te despertaste una mañana y dijiste «Eh, voy a ser inversor»?
—No exactamente.  Felipe y yo teníamos un amigo en la universidad. Tenía una gran idea para desarrollar un programa informático, pero no tenía dinero para producirlo ni hacer la campaña de ventas. Decidimos financiar su negocio.
— ¿Utilizaron  su paga semanal?
—No, el dinero de nuestro fideicomiso.
—Ah, claro —ella asintió comprensiva—. Eso es lo que hago yo cuando me quedo sin fondos. Es muy útil tener ese billón extra cuando hace falta.
—Disfrutas burlándote de mí, ¿verdad?
—Es bastante divertido.
—La empresa fue un éxito —dobló la hoja de la lista de precios y se la dio—. Para cuando nos graduamos, Felipe y yo habíamos ganado nuestro primer millón de dólares.
A ella le pareció impresionante, pero no estaba dispuesta a admitirlo ante él.
— ¿No sientes a veces que haber nacido con la cuchara de plata en la boca te asfixia un poco?
El ignoró el comentario sarcástico;
—Los dos devolvimos el dinero a nuestro fideicomiso con intereses y no hemos tenido que volver a echar mano de él. Nuestra empresa nunca ha dejado de tener beneficios desde entonces.
Así que, obviando el capital inicial, había ganado su fortuna del modo tradicional. Paula nunca lo habría adivinado.
— ¿Cometiste algún error?
—Unos cuantos. Por suerte, no demasiado caros. No todas las empresas nuevas triunfan, y todos los expertos del mundo pueden equivocarse. Pero tenemos buenos instintos, que no suelen fallar.
Ella pensó que además tenían dinero.
—No me extraña que te consideren un soltero de oro. ¿Cómo has sobrevivido todo este tiempo sin que te atrape una jovencita con empeño?
—Me he quemado las veces suficientes como para no confiar en nadie —sonrió, pero su mirada se mantuvo fría y distante.
—Eso no puede ser divertido —dijo ella, preguntándose si los dos tenían el mismo problema, pero por razones distintas—. ¿Cómo puedes acercarte a alguien si no confías?
—No necesito acercarme para conseguir lo que quiero.
—Pero debe de ser muy solitario —dijo ella, pensando que tenía sentido, pero también era triste.
—En tu vida no hay ningún hombre. ¿Te sientes sola?
—No —no exactamente. A veces quería más, pero el precio que había que pagar siempre la asustaba.
—Entonces no somos tan distintos —apuntó él.
—Excepto por los millones y porque tú sales con modelos, somos casi gemelos separados al nacer.
—Nunca vas a dejar de restregarme lo de las modelos, ¿verdad?
—Hum... creo que no.

La tienda de los esmóquines era elegante y estaba bien iluminada. No se parecía nada a una tienda de un centro comercial. Paula se sintió mal vestida para la ocasión, sobre todo cuando una despampanante morena de veintitantos años salió de detrás del mostrador con un modelito que debía de costar tanto como el alquiler mensual que pagaba Paula.
— ¿Puedo ayudarle? —preguntó, mirando a Pedro.
—Venimos a ver esmóquines —dijo él—. Para una boda.
— ¿La tuya? —la mujer, Roxanne, según rezaba la tarjeta que llevaba en el pecho, soltó un suspiro.
—No. Soy el padrino. El novio está fuera del país. Se supone que debo elegir por él.
—Entiendo —Roxanne clavó sus ojos verdes en Paula— ¿Y tú?
—Soy la hermana de la novia. Tengo voto.
—Fantástico.
Roxanne volvió a centrar su atención en Pedro. Dulce tuvo la sensación de que a ella no volvería a mirarla.
—Tenemos una fantástica colección de esmóquines —dijo Roxanne, con voz sedosa—. En venta o alquiler. ¿El novio tiene tu talla?
—Creo que sí, ¿no? —Pedro miró a Paula.
—Casi igual —asintió Paula—. Queremos algo sencillo, pero elegante. Por desgracia aún no han elegido los colores, así que no podemos encargarlos ahora.
—No importa—Roxanne siguió mirando a Pedro—Puedes probarte lo que quieras, elegir y volver.
Paula tuvo la sensación de que a Roxanne no le importaría que Pedro volviera a diario.
Los tres fueron hacia los percheros de exposición de esmóquines. Roxanne miró a Pedro de arriba abajo y eligió varios modelos.
—Hay distintos colores, claro —dijo—. Negro, varios tonos de gris y algunos de otros colores, como azul oscuro.
—Negro o gris. Buscamos esmóquines normales. Con pajarita y faja.
—Yo prefiero chaleco —opinó Paula. Pedro la miró, pero Roxanne no.
— ¿Chaleco? —sonó dubitativo—. Nunca me pongo chaleco.
— ¿Cuántas veces te pones esmoquin? Las fajas me recuerdan a un baile de fin de curso. Un chaleco puede ser muy elegante.
—Vale, pero entonces corbata normal. Un chaleco y pajarita me haría sentirme como un abuelo.
—Y desde luego no lo eres —Roxanne pasó una mano por su brazo.
—Pruébate las dos cosas —sugirió Paula, controlando un sonido de disgusto.
—Deja que te mida —Roxanne se interpuso entre ellos y sacó un metro del bolsillo de su ajustada chaqueta—. Deja los brazos a los costados y relájate.
Paula se apoyó en el mostrador mientras Roxanne se concentraba en medir a Pedro. Hubo tanto toqueteo que hasta Pedro empezó a parecer incómodo.
—Muy bien —dijo ella cuando acabó por fin—. Vamos a un probador a ver cómo van las cosas.
—Espero que no haga ruido —dijo Paula cuando ella se fue a por las prendas—, porque me avergüenzo fácilmente. Si los dos empezáis a gemir, me voy. Dame las llaves del coche para que pueda huir.
—No vas a ir a ningún sitio —Pedro la agarró del brazo—. Esa mujer me asusta.
—Vamos —se rió ella—. ¿El millonario grande y malo asustado por la chica de la boutique? Pobrecito Pedro.
—Esto te parece divertido —él achicó los ojos.
—Lo es.
Sería distinto si tuviera una relación con él. Entonces la actuación de Roxanne la desconcertaría. Tal y como estaban las cosas, podía divertirse un montón.
Sentía un leve pinchazo en el estómago, pero no iba a preocuparse. No eran celos. No podían serlo. Se trataba de Pedro. Alguien que no la interesaría ni en un millón de años.
El la agarró del brazo y la metió dentro del probador. Enorme y con una silla de madera.
—Siéntate —ordenó—. A ver quién se ríe ahora.
— ¿Perdona? —ella se cruzó de brazos—. No puedo sentarme aquí y ver cómo te desvistes —se sonrojó sólo de pensarlo. Bajó la voz— Apenas te conozco.
—Llevo ropa interior —dijo él—. ¿Qué problema hay? Imagina que estamos en la playa. No pienso quedarme solo con esa mujer.
— ¿Quieres que te proteja? —comprendió que lo decía en serio y no supo si lanzar una risa histérica o quedarse anonadada.
—Desde luego que sí.

domingo, 26 de abril de 2015

Herencia de Amor Parte 3: Capítulo 8

Paula estaba sentada en las escaleras delanteras de su apartamento, esperando a Pedro. Cuando las manecillas llegaron al minuto exacto, su elegante y caro descapotable plateado dobló la esquina y se detuvo ante su edificio.
—Bonito —ella se puso en pie y suspiró—. Un coche muy bonito —pensó que él tampoco estaba nada mal. Sabía lucir un traje. Pero eso no lo dijo.
— ¿Quieres conducir? —le ofreció las llaves.
— ¿Disculpa? —ella parpadeó.
—Conducir. El coche. Se supone que tú eres la lista aquí. No debería ser un concepto tan difícil. Te he visto conducir. Sabes hacerlo.
Ella lo miró, miró el Mercedes y de nuevo a él.
—Pero es tu coche. Eres un tipo. Los hombres no prestan sus coches. Y menos los caros, como éste.
—Sólo es un coche, Paula. Compro lo que me gusta, pero no es mi vida —agitó las llaves—. Ahora contesta a la pregunta. ¿Quieres conducir?
—Desde luego —le quitó las llaves antes de que cambiara de opinión.
Mientras iba hacia el lado del conductor, lo miró de reojo. Era cierto que Pedro tenía dinero y si le ocurría algo al coche podía comprar otro, pero era cuestión de principios. No era un comportamiento normal. Se preguntó si realmente estaba tan seguro de sí mismo como para ofrecerle las llaves sin dudar.
Acomodándose en el asiento de cuero, miró el interior del coche. Tenía las cosas básicas a las que estaba acostumbrada y además GPS, aire acondicionado por zonas y un sistema de sonido tan complicado que parecía digno de una nave espacial.
—Hace buen día —dijo él— ¿Quieres descapotarlo?
—Oh, sí.
Miró los controles y descubrió el que se ocupaba del techo. Metió la llave en el contacto, lo pulsó y se dio la vuelta para ver el espectáculo.
Pensó que era una maravilla de la ingeniería alemana al ver cómo el techo se doblaba automáticamente y una funda protectora se deslizaba sobre él. Después miró al frente, ajustó los espejos y arrancó, segura de que iba a quedarse impresionada.
— ¿Cómo de rápido puede ir? —preguntó.
— ¿Cuánto estás dispuesta a pagar de multa?
—Buena respuesta. ¿Dónde vamos?
El sacó un papel del bolsillo de la camisa.
—Hoy nos ocuparemos de manteles, indicadores de asiento, mesas, sillas, regalos para los invitados y esmóquines —miró su reloj—. Tenemos hora en el sitio de los manteles, así que vayamos allí primero.
Le dio la dirección y ella se incorporó a la carretera. El coche respondía de maravilla, el motor ronroneaba suavemente y sentía la fuerza que esperaba agazapada a sólo una presión de su pie. Era un día cálido, el aire le revolvía el cabello y se sentía feliz.
—Podría acostumbrarme a esto —dijo.
— ¿Te tienta el lado oscuro?
—Es más que una tentación —sonrió ella.
Era obvio que no podía permitirse un coche como ése, pero quizá sí un descapotable de segunda mano. También sería divertido.
—Gracias —le dijo, entregándole las llaves cuando aparcó ante la tienda de alquiler de manteles y bajaron del coche—. Ha sido fantástico.
—Cuando quieras.
—No lo dices en serio. Aun así, me impresiona que me hayas dejado conducir. Estás muy seguro de tí mismo.
—Soy uno de esos hombres tipo macho.
Ella soltó una carcajada.
—Por no hablar de modesto. Eres muy modesto.
Entraron en la sala de exposición.
—He llamado antes —le dijo Pedro— Han preparado mesas para nosotros. Podemos hacernos una idea de qué colores van bien juntos y de cómo de formal o informal queremos que sea el conjunto.
—Haré fotos —ella sacó la cámara del bolso.
Entraron en la sala y vieron casi una docena de mesas puestas para una cena. De distintos colores, con vajilla y un centro de mesa a juego.
Se presentaron al empleado y él los invitó a pasear y hacerse una idea de lo que querían.
Paula fue directa hacia una mesa redonda con mantel rosa pálido y elegantes servilletas amarillo claro. Los platos eran color crema, con borde plateado. El centro de mesa era una composición de flores rosas y amarillas que caían sobre la mesa. Incluso sentados, los invitados podrían verse unos a otros y los colores eran cálidos y alegres.
—Me gusta ésta —dijo. Comprendió que hablaba sola. Pedro estaba al otro lado de la habitación, ante una mesa de tonos rojo oscuro y morado.
Ella hizo una mueca cuando se acercó. La vajilla era negra, las servilletas oscuras y las flores parecían dignas de una pesadilla, en vez de una boda.
—Es elegante —dijo él, cuando ella se acercó.
—Da miedo. No creo que haya muchos niños, pero, ¿y si los que vengan tienen un ataque de pánico?
Él echó un vistazo a la que le había gustado a ella.
— ¿Qué te parecería no elegir una mesa digna de la comida del Domingo de Resurrección? Julia dijo elegante pero discreta. Los conejitos de Pascua y los huevos de colores no entran en esa categoría.
Paula  miró la mesa que le había encantado.
—Bueno, tal vez sea un poco pálida, pero ésta es horrible. No me gusta el centro de flores tan alto. Nadie verá a quien tenga enfrente.
—Eso estaría bien si no te gustara la persona.
—No podemos garantizar que ése vaya a ser el caso —sonrió ella—. ¿Qué te parece ésa?
Señaló una mesa en rosa oscuro, con matices verdes. La vajilla de porcelana color crema proporcionaba un fondo neutro para los platos de ensalada y postre, que tenían dibujos verdes. El centro de mesa era más botánico que floral, y lo bastante bajo para no interponerse a la vista.
—No es recargada. Está bien —dijo Pedro  tras estudiarlo—. Los colores son un poco femeninos, pero el verde está bien. Me gusta el centro de mesa.
—Es distinto a lo normal —murmuró Paula, empezando a hacer fotos—. Rosa y verde serían buenos colores, y el crema conjunta muy bien.
Sacó fotos de las demás mesas, pero se concentró en la que les había gustado a los dos. Después fueron al empleado y le pidieron la lista de precios.
Pedro la sujetó de modo que ambos la vieran. Los precios estaban desglosados por tipo de alquiler y por número. Cuantas más unidades, menor el precio.
—No hemos pensado en las copas —dijo ella.
—La verdad, no creo que a Felipe le importe. Si dentro hay vino y champán, estará contento.
— ¿No vas a discutir por principio?
—No, sólo para mantener el interés.
Estaban muy cerca el uno del otro. Tanto que sus brazos se rozaban. Paula era consciente de cuánto más alto era Pedro que ella y de cómo el calor de su cuerpo le provocaba un cosquilleo interno.
Se recordó que no quería sentirse atraída por Pedro. Era culpa de ese *beep* beso. Si no hubiera ocurrido, nunca lo habría visto como otra cosa que el amigo de Felipe y alguien a quien tendría que aprender a soportar en las siguientes semanas. El no se habría convertido en... un hombre.
—Mira, pueden recomendar una floristería —dijo ella, obligándose a centrar la mente en lo que tenían entre manos—. Eso está bien. Necesitamos más recomendaciones. El alquiler de las sillas no está mal. Pero vamos a necesitar fundas.
—Cuestan cuatro dólares cada una —rezongó él—. Si pedimos doscientas sillas, son ochocientos dólares por echarles un trozo de tela por encima. ¿No pueden ser sillas desnudas?
—No —le dio un golpecito en el brazo—. Quedan mejor con funda.
—Felipe y yo nos hemos equivocado de negocio. Si alquilan esas fundas dos veces por semana, incluso teniendo en cuenta la compra inicial y la lavandería, ganan dinero a montones.

Herencia de Amor Parte 3: Capítulo 7

Interesante el tema del ajo/beso. No se me había ocurrido que demasiado ajo pudiera ser un problema, pero ¿en una boda? Tienes toda la razón. ¿Te demostró Pedro los peligros de los besos con ajo? Es en broma. Sé que no es tu tipo. Poco serio y le falta carácter, pero no está tan mal. Por lo menos es guapo. Recuérdalo cuando te ponga de mal humor.
Lo estamos pasando de maravilla. Estoy deseando recibir más fotos y correos electrónicos tuyos. Lo repito, ¡eres un ángel por ocuparte de esto!
Besos y abrazos, Julia.

Paula abrió la caja de cartón y agarró el dispensador de cinta de embalar. Selló la parte de abajo de la caja, le dio la vuelta y miró las estanterías.
— ¿De verdad crees que Julia necesita quedarse con todos? —preguntó, aunque sabía la respuesta.
Sofía sacó la cabeza del dormitorio, donde había ido a ocuparse de la ropa.
—Claro. Son libros. Los guardará para siempre.
— ¿Sabe Felipe en lo que se está metiendo? ¿Su manía de guardarlo todo como una hormiga?
—No lo guarda todo —Sofía sonrió—. Y sí, Felipe sabe muy bien en qué se está metiendo.
—Pues yo no tenía ni idea —gruñó Paula—. Entre tú ayudándola a vaciar su casa y ocupándote de las reformas en la nueva, y yo planificando su boda, Julia nos va a deber un favor de los grandes. Las dos tendremos que rompernos las piernas o algo, y obligarles a que sean nuestros criados.
—Ella estaría allí cada segundo hasta que nos recuperásemos —aseguró Sofía. Estiró la mano izquierda y señaló algo—. ¿Podrías pasarme eso?
Paul no se dio la vuelta para ver qué señalaba. Se quedó mirando el dedo de su hermana o, más bien, el espectacular diamante que brillaba en él.
— ¡Estás comprometida! —gritó Paula—. Me alegro mucho por tí.
Sofíase echó a reír y ambas se abrazaron y empezaron a dar saltos.
—Es una belleza —Paula agarró la mano de su hermana y estudió la impresionante piedra redonda, rodeada de otras pequeñas y cuadradas—. ¿Cuándo ha ocurrido? No has dicho nada. ¿Cómo no lo has soltado en cuanto me has visto?
—Me costó —admitió Sofía—, pero quería una gran reacción y la he conseguido —miró el anillo—. Fue anoche. Manuel y yo habíamos considerado casarnos, cuando por fin aceptó que me quería. Pero no habíamos vuelto a hablar del tema. Yo estaba dispuesta a darle tiempo a que se hiciera a la idea de estar en una relación seria.
Fueron al salón y se sentaron en el sofá. Paula sonrió al ver la expresión feliz de Sofía.
— ¿Quién habría pensado que un tipo silencioso y duro pudiera ser tan fantástico? —comentó, contenta de que Manuel fuese el hombre entre un millón que Sofía se merecía.
—Lo sé —su hermana suspiró—. Es un milagro. Es increíble. Anoche estábamos cenando juntos. Una cena romántica, con música. De repente lo vi con una rodilla en el suelo, ofreciéndome el anillo y diciendo que quería casarse conmigo y estar a mi lado para siempre —se le llenaron los ojos de lágrimas— Nunca creí que mi vida pudiera ser tan maravillosa.
—Me alegro por tí —Paula la abrazó de nuevo—. Estoy encantada, desbordante de felicidad.
—Yo también —dijo Sofía.
—Mis dos hermanas van a casarse —Paula se recostó en un cojín—. Seré la tía soltera, la favorita de los niños, pero a los adultos os preocupará que me vaya volviendo loca poco a poco.
— ¡Por favor! —Sofía puso los ojos en blanco—. Eres demasiado lista para eso. Pero ten cuidado. El amor está en el aire y todo eso.
—Soy inmune —Paula movió la cabeza—. Y me parece bien. No quiero casarme en un futuro cercano.
— ¿Y qué me dices de enamorarte?
—Puede que el año que viene.
En realidad, le gustaba la idea de enamorarse. Pero el deseo de estar enamorada iba unido a una buena dosis de miedo. Entregar su corazón se parecía demasiado a perder el sentido de sí misma. Primero la abuela Ruth y luego su madre. Paula no estaba dispuesta a ser como ninguna de ellas.
—Bueno, otra boda —dijo—. ¿Eligieron fecha?
—Estamos pensando en la primavera. Después de la boda de Julia, pero antes de que nazca el bebé.
—Ayudaré con la planificación. Seré una experta.
—Eso me encantaría —dijo Sofía—. No sabría por dónde empezar.
—Puedes preguntarme lo que quieras. O a Pedro. La verdad es que se le da bastante bien el tema. Pero no se te ocurra comentarle que lo he dicho yo.
— ¿En serio? —Sofía se volvió hacia ella—. ¿No es horrible?
—No —aceptó Paula, aún sorprendida por ello—. Es agradable. Divertido, encantador... me gusta. No lo esperaba. Pensé que sería un imbécil. No quería organizar la boda con él pero, aunque no estamos de acuerdo en todo, me gusta tener su ayuda. Es una gran responsabilidad y está bien compartir el proceso con alguien. Además, es bastante guapo. Cuando no he tenido un buen día, está bien pensar que luego tendré un caramelito para la vista.
—No creo que sea el tipo de hombre al que le guste que lo llamen «caramelito para la vista».
—Probablemente no, pero a él no se lo diremos.
— ¿Así que todo va bien? —Sofía la estudió—. Cuando Julia y Felipe  se casen, Pedro casi será parte de la familia. ¿Seremos todos amigos?
—Creo que sí. Nos reiremos de su gusto en mujeres cuando traiga a sus citas, pero eso será divertido.
—Seguro que sí. Pedro no es el tipo de hombre que suela estar solo mucho tiempo.
Paula  asintió, pero se descubrió preguntándose por las otras mujeres de la vida de Pedro. Sin duda estaba saliendo con alguien en ese momento. ¿Quién sería? ¿Una heredera o personaje de la alta sociedad? ¿Una ejecutiva de éxito? Paula adivinó que, fuera quien fuera, su fondo de armario no se limitaba a vaqueros y sudaderas universitarias.
Ella, desde luego, no pretendía impresionarlo. Estaban organizando la boda juntos, nada más. Excepto que la había besado. Y no podía olvidar el destello de calor, deseo y necesidad que le había provocado. Y eso con un beso de nada. Se preguntaba qué ocurriría si la besaba en serio. .
—Es mi cita para la boda —confesó Paula—. Ambos le prometimos a la abuela Ruth que tendríamos una cita y la boda parecía lo más fácil.
—Una vez más, te animo a que te cases con él para conseguir mi millón de dólares —sonrió Sofía.
—Manuel tiene dinero.
—Sí, pero es su dinero. Sería más divertido tener una fortuna propia.
—Lo siento —Paula movió la cabeza—. No planeo casarme con Pedro. Ni por un millón de dólares.
— ¿Y por cinco millones? Apuesto a que la abuela Ruth estaría encantada de soltar algo más de pasta.
—No me interesa.
—Pensaba que nuestro amor fraterno era incondicional —Sofía suspiró—. Odio que tenga límites.
—La vida puede ser muy trágica.
—Pero tiene sus momentos brillantes —Sofía miro su anillo— Tengo a Manuel.
—Sí que lo tienes.
—Tú eres la siguiente. Las cosas ocurren de tres en tres. Primero Julia, luego yo, ahora te toca a tí.
—No creo que funcione así.
Ella no se oponía al «felices para siempre», pero había complicaciones. Enamorarse de un hombre implicaba confiar en él plenamente. Eso podía imaginarlo, pero también implicaba creer en sí misma, y no se sentía tan segura a ese respecto.

Herencia de Amor Parte 3: Capítulo 6

Paula se sentía como si la hubiera atropellado un camión. Bueno, no exactamente. No había ocurrido nada así, pero le faltaba el aliento y se sentía un poco plana, bidimensional, en cierto sentido.
Guau. El calor, el cosquilleo, el deseo de saltar sobre Pedro y hacer que la sedujera. Y todo por un diminuto e inocente beso. Se preguntó qué ocurriría si la besaba en serio.
Se dijo que era una pregunta peligrosa. Pedro no era en absoluto como había imaginado. Era divertido y encantador. Demasiado encantador. Se recordó que para él las relaciones con mujeres no eran más que un juego. Que tenía menos profundidad emocional que una placa para hornear galletas. Ella tendría que limitarse a disfrutar de la atracción superficial y olvidar lo demás. El no quería relaciones serias y ella no las quería de otro tipo.
Técnicamente, lo cierto era que no tenía relaciones. Por miedo. No quería perderse en un hombre.
Probaron varios platos, todos buenos, y los postres, que eran fantásticos.
— ¿Vas a terminarte eso? —le preguntó, mirando la mousse de chocolate que él apenas había probado.
—Tómala —Pedro empujó el bol hacia ella.
Ella metió la cuchara en la deliciosa y cremosa espuma y saboreó el estallido de chocolate en la lengua, él la contemplaba con expresión inescrutable.
Paula  deseó pensar que a él le parecía fascinante su pasión por el chocolate, pero sin duda estaba comparando su apetito con la desgana de sus citas habituales y pensando que era un poco rara.
— ¿Has terminado? —preguntó, cuando ella dejó el cuenco reluciente. Ella asintió y salieron juntos a la zona de recepción.
Zoé les entregó un folleto con descripciones y precios, le prometieron ponerse en contacto con ella en un par de semanas y se marcharon.
— ¿Qué te ha parecido? —preguntó Pedro.
—Bueno, pero no deslumbrante. Quiero sentirme deslumbrada. Creo que la comida debería ser espectacular, no simplemente buena.
—Considerando lo que cobran —él echó un vistazo a los precios—, estoy de acuerdo contigo. Así que aún nos falta el catering. ¿Tienes alguna sugerencia?
—No soy experta, pero puedo preguntar por ahí.
—Yo haré lo mismo. También hablaré con Ruth.
—Es verdad. Acude a muchos actos benéficos. Debería ser una buena fuente de información —Paula  arrugó la frente—. Me pregunto por qué no nos ha ofrecido consejo.
—Prometió no inmiscuirse —explicó Pedro—. Pero no te emociones, no durará. Es entrometida por naturaleza —su voz sonó cariñosa.
—Entonces, ¿la has perdonado por ofrecernos un millón de dólares a mis hermanas y a mí si alguna de nosotras se casaba contigo?
—Estoy trabajando en ello.
— ¿Por qué?
—Siempre tuvo tiempo para Felipe y para mí —se encogió de hombros—. Nuestros padres se marchaban de viaje durante meses y nos dejaban atrás. Tía Ruth ocupaba el vacío. Cuando estábamos con ella éramos una familia.
Paula no supo qué decir a eso. Por un lado, explicaba que Pedro quisiera tanto a su tía. Pero por otro, era la misma mujer que había dado la espalda a su propia hija.
—Estás pensando en tu madre —adivinó él, sorprendiéndola.
—Sí. Mi madre tenía diecisiete años cuando se enamoró de mi padre. Era muy joven. Entiendo que a sus padres les disgustara su elección, pero hay muchas opciones intermedias entre darle la bendición y echarla de casa para siempre. ¿Cómo no intentaron ninguna de ellas? —Tomó aire y lo soltó con fuerza—. Vas a decirme que fue por el marido de Ruth, Fraser. Lo he oído antes. Era un hombre difícil que regía su casa con mano férrea y no daba segundas oportunidades a nadie.
También era el único padre que había conocido la madre de Paula. Su padre biológico, el primer marido de Ruth, había fallecido antes de que Ruth supiera que estaba embarazada.
—Mi madre era la única hija de Ruth. Debería haberse esforzado más. Debería haber comprobado que su hija estaba bien.
Pedro le apretó el hombro con suavidad, sorprendiéndola por tercera vez en menos de dos horas.
—Tienes razón —dijo—. Apoyó a su esposo en vez de a su hija. Pero pasó los treinta años siguientes arrepintiéndose de su decisión y con demasiado miedo para  hacer algo al respecto. Eso es una forma muy dura de vivir. Ella nunca recuperará lo que perdió, y vosotras tampoco.
—Lo que has dicho es compasivo y muy comprensivo —parpadeó ella.
—Soy capaz de tener pensamientos racionales y emocionales —dijo él con una mueca.
—Ya. Pero no pensé que te molestaras en hacerlo.
—Eso es muy halagador.
—Perdona. Me he expresado mal —le agarró la mano y se la apretó—. Es por la imagen que da la prensa local y por lo que la gente dice de ti.
Pensó que quizá no fuera una placa para galletas, sino un molde para bizcochos. La imagen le provocó una sonrisa y él frunció el ceño aún más.
—Estás empezando a irritarme —rezongó.
—Creí que habías dicho que tenías un sentido del humor muy desarrollado.
—Y lo tengo. Pero no eres graciosa. Sea lo que sea lo que piensas de mí, te equivocas.
Ella ya empezaba a plantearse esa posibilidad.
—Aún necesitamos catering, fotógrafo, flores, tarta, vestido y esmóquines. Es una lista larga —dijo él, tras pulsar unas teclas en su agenda electrónica.
—Lo conseguiremos. Le mandaré a Julia la información de este sitio. Al menos sabemos que la boda y la recepción serán en el salón de baile. Eso es algo.
—Sí, es una suerte.
—Gracias por ser tan comprensivo con lo de mi abuela —ella miró sus ojos oscuros y sonrió—. Ayuda bastante hablar de ello.
—Ya, ya. Te llamaré para organizar la próxima degustación.
Después la dejó atónita inclinándose y besándola. Y el beso no tuvo que ver con el ajo ni con demostrar nada. Al menos a ella no se lo pareció. Fue rápido, ardiente y devastador.
Había puesto las manos en sus hombros, para sujetarla. Su boca reclamó la suya con tanta destreza que ella se dejó llevar. Se perdió en el placer del contacto, de sus labios y su necesidad.
Pedro no era lo que había esperado. Ni su beso. Se descubrió respondiendo de forma inesperada.
Él le acarició el labio inferior con la lengua y ella le cedió la entrada. Jugueteó con su lengua, excitándola, después se apartó y enderezó.
—Hasta pronto —dijo.
Iba a marcharse. La besaba y huía.
—Pero tú... ¿Por qué has...?
—Antes nos interrumpieron —sonrió él— Me gusta acabar lo que empiezo.

Para: Paula_Chaves@mynetwork.LA. com
De: Julia_Chaves@SGC .usa
No sé ni cómo agradecértelo. De verdad, te debo muchísimo. Gracias por la degustación y siento que no funcionara. Pero tienes razón. Quiero comida fabulosa en la boda, y Felipe también.