sábado, 16 de mayo de 2015

Entre Dos Hombres Parte 2: Capítulo 16

-Se equivocan -dijo Pedro mientras arrancaba.
En lo relativo a él,  Paula era tan peligrosa como una gatita. Aunque ciertamente era atractiva. Y por lo demás, tenía carácter y era capaz de hacer cosas que la mayoría de las mujeres no se atrevían a hacer. Como por ejemplo, dejar caer aquella toalla.
Pedro  volvió a recordar la escena con verdadero deleite.
Sin embargo, en el fondo de su corazón había una mujer cariñosa y sensible que no quería hacer daño a nadie. No sabía por qué lo sabía, tal vez por intuición, pero lo sabía. O tal vez fuera que tenía muchos años de experiencia con las mujeres.
En cualquier caso, estaba convencido de ello. A pesar de todo, no había renunciado a la posibilidad de que estuviera conchabada con Facundo Pieres para estafar a Max. Pero también sabía que, si el plan incluía la posibilidad de hacerle daño, ella no se prestaría.
Solo esperaba no equivocarse.
Cuando llegó a la mansión, fue inmediatamente en busca de Max y de Paula. Siguió el sonido de unas risas y los encontró en la sala de juegos, como la llamaba el anciano.
Paula y Max estaban sentados junto a la enorme mesita de café, lanzando monedas a una jarra de cerveza. Max se concentró en aquel mismo instante y lanzó una que fue a parar directamente al interior.
-¡Ajajá! Lo conseguí.
-¿Lo ves? Todo depende del ángulo en que coloques los dedos -dijo Paula.
-Pues la he metido, así que te toca beber. Pedro negó con la cabeza, incrédulo, y entró en la sala.
-Hacía años que no veía a nadie jugando a ese juego.
Paula lo miró.
-¿Es que no lo jugabais en tu universidad para estirados y pretenciosos? Max rió.
-Yo también me alegro de verte -dijo Pedro con ironía-. ¿Os habéis divertido? Veo que no te has comprado ropa...
Pedro se refería a que llevaba unos simples vaqueros y una camiseta.
La mujer se levantó para que pudiera verla mejor. Los vaqueros le quedaban tan ajustados como una segunda piel, al igual que la camiseta, de escote lo suficientemente amplio como para dejar ver la parte superior de sus senos.
-¿No te gusta mi ropa, Pedro? Oh, creo que has herido mis sentimientos.
Pedro intentó controlar sus emociones para que ella no se diera cuenta del efecto que tenía en él, pero fracasó. Estaba acostumbrada a volver locos a los hombres y no podía darle tanta ventaja. Sin embargo, él no era como los demás. Tenía bastante experiencia en cuestiones de amor.
-No hemos ido de compras-explicó Max-. Paula me llevó a ver la casa de esa escritora y luego cominos en un restaurante lleno de turistas.
-Esa escritora era una gran escritora, y en cuanto a ese restaurante, era nada más y nada menos que la sala de té de Melanie. ¿Puedes creer que este hombre lleva setenta años en Atlanta y no ha leído Lo que el viento se llevó?
-Qué sacrilegio -murmuró Pedro mientras se aflojaba la corbata.
Paula asintió e hizo caso omiso del sarcasmo.
-No puedo creerlo -continuó ella. Max arqueó una ceja y simuló que se había sentido muy insultado.
-Esta mañana ya me llamaste «carcamal» una vez y no me molestó. Pero me ofende que creas que soy tan viejo como para haber vivido la Guerra de Secesión.
-No me refería a la guerra de verdad, sino a que no hayas leído el libro ni visto la película.
-¿Te llamó «carcamal»? -preguntó Pedro, asombrado con la camaradería que habían desarrollado.
Paula sonrió.
-¿Puedes creer que ni siquiera tiene equipo de CD en el coche?
-Ni equipo de CD ni ha leído Lo que el viento se llevó. Qué horror-se burló Pedro otra vez.
-Ya he arreglado esa última cuestión -dijo ella.
Max suspiró.
-Me obligó a comprar el vídeo.
-Cierto. Y decidimos esperar a que tú llegaras para pedir la pizza -dijo ella.
-¿Pizza?
-Sí. Dado que mañana voy a ir a la fiesta de Max, hoy haremos lo que yo quiera.
A Pedro le pareció bien. Había tenido un día muy largo y quería descansar un poco.
-Perfecto. ¿Tengo tiempo de cambiarme de ropa?
Ella asintió.
-Sí. Ah, y baja una caja de pañuelos, porque vamos a ver la película e igual derramamos algunas lágrimas al final.
-Si te atreves a contarme el final de la película, me enfadaré, jovencita -protestó Max-. Eso es tan malo como contar el final de un libro.
-Oh, me siento culpable...
-No me digas.
-Pues yo creo que contar el final de los libros está bien. ¿Para qué leer un libro entero si el final es malo?
-Porque lo interesante no es el final, sino la propia narración de los hechos -respondió Max-. Creo que te voy a tener que prestar unos cuantos libros para que descubras el placer de leer por leer.
-No conseguirás que un libro me guste por sus grandes palabras. Aunque si incluye sexo y asesinatos, es posible que me guste.
Max movió la cabeza, divertido.
-Tengo unos cuantos que cumplen tus requisitos. E incluso tienen finales que aprobarás -dijo-. Sin embargo, no sé por qué quieres volver a ver esa película si dices que al final vamos a llorar.
Pedro hizo un esfuerzo por ocultar su sonrisa. Paula le estaba haciendo mucho bien al anciano, que parecía diez años más joven. Aquella mujer había devuelto a la vida a la vieja mansión.
-No le hagas caso, Max. El final es magnífico -dijo él.
-¿Qué quieres decir con eso, Pedro? -preguntó ella-. Es un final trágico.
Max se tapó los oídos.
-No estoy oyendo nada -dijo. Pedro sonrió.
-En mi opinión, es un final perfecto. Cualquier hombre que hubiera vivido con esa mujer más de un mes, se habría vuelto loco -dijo Pedro antes de desaparecer-. Vuelvo enseguida... Scarlett.
Paula  miró el reloj y vio que eran casi la una de la madrugada. Aunque llevaba una hora en la cama, no conseguía dormirse. Se dijo que su insomnio se debía a la pizza, pero sabía que esa no era la razón.
Decidió que, sin duda alguna, los hombres eran una buena razón para, mantenerse despierta hasta las horas de la madrugada. Pero desafortunadamente, el hombre que deseaba no se encontraba en la cama con ella, haciéndole en la amor; se encontraba en la habitación contigua, probablemente durmiendo a pierna suelta y tan cómodo como un bebé, probablemente desnudo, cálido, dispuesto.
Paula gimió.
Lo deseaba terriblemente desde la primera vez que se vieron, y lo deseaba aún más desde que lo había contemplado desnudo. Pero, a pesar de todas aquellas imágenes, y de su propia imaginación, seguía despierta por la velada que habían compartido la noche anterior, entre pizza y constantes bromas sobre el sentimentalismo de la película qué habían visto.
Le encantaba estar con aquel hombre y le parecía asombroso. El deseo era algo claro, contundente, algo instintivo y sin extraños trasfondos; pero divertirse por el simple hecho de estar con él, por el placer de ver el brillo de sus ojos y de pincharse un poco entre ellos, era algo muy diferente. Solo le había gustado otro hombre, Raoul, pero su relación no había terminado bien. Ella se apartó en cuanto notó que empezaba a quererla en exceso, porque sabía que no tenían futuro alguno y no quería herirlo.
Estaba segura de que una hipotética relación entre Pedro Alfonso y ella tampoco tendría futuro. Era obvio que la deseaba y que se divertía con ella, pero no creía que aquello durara. No solo pertenecía a un mundo diferente, sino que había admitido ser un mujeriego. Aunque estuviera temporalmente reformado, como él mismo había dicho, resultaba dudoso que soportara una relación larga.
Pero supuso que estaba pensando demasiado. No mantenía ninguna relación con él, con excepción de unos cuantos besos y el maravilloso orgasmo que le había dado.
-No pienses en eso -se dijo.
Volvió a mirar el reloj e intentó sacar la imagen de Pedro Alfonso de su pensamiento. Quería pensar en cualquier otra cosa.
Por desgracia, su mente no tenía intención de dejarla tranquila. La otra relación importante de sus últimos días era la que había establecido con Max, y no resultaba menos complicada. Le gustaba el anciano; tenía un sentido del humor muy parecido al suyo y se había divertido mucho con él durante las horas que habían estado juntos.
A Max le desagradaban las personas condescendientes. Tal vez por eso le disgustaba Leo. Sin embargo, a Pedro  lo quería mucho; tal vez porque era arrogante y confiaba en sí mismo. Y debía reconocer, por otra parte, que jamás había sido condescendiente con ella; ni siquiera cuando prácticamente la acusó de ser una estafadora.
Durante el día anterior, Pedro  no había vuelto a sacar el tema. Esperaba que ya no sospechara de ella porque, por alguna razón, le importaba su opinión. Pero también esperaba que no llegara a descubrir nunca que Leo le había pagado por ir a Atlanta.
Ahora, después de haber conocido a Max más a fondo, se preguntó si el viaje había merecido la pena.
-Sí, supongo que sí -se dijo en voz alta.
Empezaba a conocer al anciano y sabía que le habría parecido bien que aceptara los cinco mil dólares para ayudar a los niños de su madre adoptiva y para pagarse el alquiler. Sin embargo, no estaba tan segura en lo relativo a Pedro. Max era bastante más pragmático que el joven, tal vez porque había sufrido mucho a lo largo de su vida, al igual que ella.
Pero, a pesar de todo, tampoco él se había convertido en un amargado. Bien al contrario, era un hombre comprensivo que se interesaba sinceramente por las personas que lo rodeaban.
El día anterior le había preguntado sobre su infancia y se había divertido de lo lindo cuando le había contado lo rebelde que había sido. Se interesó por su comida favorita e incluso por su primera cita con un chico. Y al final, dijo que pondría precio a la cabeza de Tony Cabrini por no haberla llamado por teléfono después de quitarle la virginidad.
No podía creer que le hubiera contado algo así a un hombre de setenta y tantos años. Pero hablar con Max era muy fácil porque carecía de prejuicios. Y por si fuera poco, demostraba una enorme sensibilidad con un tema bastante delicado: su hijo. Hasta el momento, había respetado su deseo de no hablar de él. Era como si Max supiera que la habían engañado para hacerla viajar a Atlanta, como si imaginara que no estaba preparada para enfrentarse al recuerdo de su posible padre.
Max comprendía sin necesidad de palabras. Había pasado el día con ella por el simple placer de conocerla más, de pasar un buen rato, de descubrir las cosas que tenían en común. Y al margen de la mención del primer da, no había vuelto a mencionar a su hijo.
Miró el reloj otra vez. Solo habían pasado tres minutos desde la última. Por fin, y al comprender que no conseguiría dormir, decidió salir y bañarse en la piscina. Era tarde, pero Max había dicho que estaba climatizada y que podía utilizarla cuando quisiera.
Sacó el bikini de su maleta y se lo puso sin encender la luz del dormitorio. Después, tomó una toalla del cuarto de baño y salió en silencio, deteniéndose solo un breve instante ante la puerta de Pedro.
Todo estaba en silencio, así que supuso que estaría durmiendo y soñando con toneladas de dinero y cientos de mujeres. Al pensar en ello, se preguntó cómo reaccionaría si entrara en su dormitorio en aquel instante.
La casa a estaba oscuras, pero el ama de llaves había dejado encendida una luz en el piso de abajo. Como la película que habían visto duraba mucho, vio la última hora con ellos. Al final, Max y Pedro aplaudieron a Rhett por abandonar a Scarlett, mientras que Paula y la señora Harris les recordaron que seguramente regresaría con ella.
-Debió casarse con la otra, con la encantadora -había dicho Max.
-Oh, vamos... Eso sería terrible, como sacado de una de esas novelas románticas -protestó Paula.
Pedro  sonrió entonces.
-Debo admitir que no he leído ninguna de esas novelas últimamente. Pero seguro que nos puedes poner al día.
-En ellas siempre aparece un protagonista mujeriego y reformado que enamora a una dulce y virginal ingenua, incapaz de defenderse.

3 comentarios:

  1. Espectaculares los 4 caps Naty, está buenísima esta historia.

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  2. Muy buenos capítulos! me encanta la relación de Max y paula!

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  3. muuuuuy buenos los Capi Naty ... Mori de Amor

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