Paula se despertó alrededor de las seis de la mañana del sábado. Había pasado un montón de tiempo en el cuarto de baño hasta medianoche, después se había metido en la cama y dormido como un tronco. Después de utilizar el cepillo de dientes nuevo que encontró en el baño, se puso un esponjoso albornoz que había en el armario y salió a buscar la cocina.
Pasó por el comedor, aún lleno de flores, y fue hacía la parte trasera de la casa. Entró en una cocina que habría satisfecho al chef más exigente.
Pedro estaba allí. Llevaba un pantalón de chándal y una camiseta y no se había afeitado. Ella notó un movimiento en el estómago, pero ése no tuvo nada que ver con la comida y sí con el delicioso hombre que tenía delante.
—Buenos días —dijo, intentando actuar con normalidad. No entendía qué le estaba ocurriendo. Se trataba de Pedro, un tipo al que casi despreciaba. Excepto que no podía hacerlo. El día anterior, estando tan mal como ella, se había preocupado de acomodarla antes de ir a encerrarse en su cuarto de baño.
—Hola. ¿Cómo te encuentras?
—Mejor. Tengo el estómago tan vacío que casi oigo coyotes aullar. ¿Y tú?
—Estuve vomitando hasta la una de la mañana. Luego me derrumbé. Voy a tomar una decisión ejecutiva y decir que no al catering de ayer.
—No pienso discutirla —se rió ella—. Nunca me había sentido tan mal.
—A riesgo de parecerte un pelele, ¿te apetece una tostada? Creo que es lo más que puedo sopotar esta mañana.
—Suena genial. Seguramente necesitamos hidratarnos.
—Ayer nos libramos de mucho líquido.
—Y que lo digas —tocó el albornoz—. Me gusta. ¿Soy la primera mujer de habla inglesa que lo utiliza?
—Ibas a dejar en paz el tema de las modelos —él se apoyó en la encimera y se cruzó de brazos.
—No recuerdo haber dicho eso.
—Deberías —la miró de arriba abajo—. Es para invitados, no para citas. No suelo traer a mujeres aquí, ¿recuerdas?
—Pues tu coche es un poco pequeño para hacer esas cosas.
—Pareces sentir mucha curiosidad por mi vida personal —él enarcó una ceja.
—A los hombres les encanta hablar de sí mismos.
—Solemos ir a casa de ella.
—Entiendo. Así te resulta más fácil escapar cuando quieres y no les restriegas tu dinero por las narices.
—Exacto.
El hervidor de agua empezó a silbar y al mismo tiempo dos rebanadas de pan saltaron del tostador.
—¿Platos? —preguntó ella.
El señaló una hilera de armarios. Sólo le costó dos intentos encontrar platos pequeños. Dejó las tostadas en un plato y puso dos rebanadas más en el tostador, mientras Alfonso echaba el agua en la tetera. Ella miró po encima de su hombro y vio hojas de té frescas en una cestita.
—Muy mona. ¿Tuya?
—Por lo visto. Anoche le puse un correo electrónico a mi ama de llaves para preguntarle si teníamos. Me dijo que sí y dónde encontrarlo.
Era increíble tener tantas cosas que uno no sabía donde estaban. Paula pensó que pertenecían a mundos distintos. Muy distintos.
Se sentaron a la mesa redonda que había junto al ventanal. Ella mordisqueó una tostada y aceptó la taza de té que él le ofreció.
—Es una casa interesante —dijo, tras beber un sorbo . Un poco intimidante.
—Es verdad que no se olvida.
Ella miró su rostro, la sombra de barba en sus mejillas y mandíbula.
—¿Cómo sabes si les interesas tú? —preguntó—. Nada en tu vida es normal. ¿Cómo puedes estar seguro?
—No lo estoy. Hasta tú accediste a salir conmigo cuando tu abuela te ofreció un millón de dólares.
—¡Por favor! —ella puso lo ojos en blanco—. Sabes que eso es en broma. Aunque es fascinante que piense que tiene que pagar a alguien para que se case contigo. ¿Qué sabe ella que yo no sé?
—Voy a ignorar esa pregunta —afirmó él.
Paula tomó otro bocado de tostada y lo masticó lentamente. Por el momento, su estómago parecía estable, pero no quería arriesgarse a otro episodio.
—Tienes que haber estado seguro alguna vez —insistió—. Debe de haber mujeres en las que confíes.
—No quieres escuchar esto.
—¿Me lo preguntas o lo afirmas?
—Estudié secundaria en un internado para chicos —clavó en ella su mirada oscura—. Felipe y yo. Mi primera novia fue una becaria de la escuela femenina que había al lado. Nos conocimos en un baile y me enamoré de ella en segundos. Era lista, divertida y estaba loca por mí.
Paula no lo dudó un segundo. Tenía la sensación de que debía de haber sido el típico chico por el que todas se colaban.
—Su madre apenas podía pagar los gastos, trabajaba en una oficina. Jenny le habló de mí. Juntos, practicamos el sexo por primera vez —su rostro se tensó—. La madre de Jenny fue a ver a mis padres y les dijo que si no le pagaban doscientos cincuenta mil dólares, me denunciaría por violación. Jenny sólo tenía dieciséis años, así que tenía posibilidades de ganar.
Paula volvió a sentirse enferma, pero esa vez no tuvo nada que ver con una intoxicación alimentaria.
—No puedo creerlo. Es horrible. ¿Cuántos años tenías tú?
—Dieciséis. Pero eso daba igual. Mis padres pagaron y yo aprendí una importante lección.
Ella deseó decirle que había aprendido algo erróneo, que la gente no era así, pero pensó que tal vez sí lo fueran con él.
—¿Qué dijo Jenny? —preguntó.
—Lo sintió mucho, o eso dijo. Pero una semana después de que rompiéramos su madre le compró un coche. Eso pareció ayudarla bastante.
El sonaba aburrido y cínico, pero hablar del pasado debía de estar doliéndole. Una experiencia como ésa debía de dejar cicatriz.
—Otra mujer con la que salí vino a decirme que estaba embarazada. Yo siempre tenía cuidado, pero no tienía razón para pensar que mentía. Hice lo correcto y le pedí que se casara conmigo. Ella siempre había hablado de una gran boda, así que sugerí que esperásemos hasta después del nacimiento del bebé, para planificar la boda con tiempo. Eso la asustó.
Paula se dejó caer en el asiento y cerró los ojos.
—Deja que adivine. ¿No estaba embarazada?
—No. Pero tenía una amiga que sí y fue ella quien le dió la prueba de embarazo que me enseñó a mí. Por lo visto su plan era quedarse embarazada cuanto antes o, si eso no funcionaba, «perder» el bebé antes de la boda. Los dos quedaríamos tan devastados por la tragedia que nos casaríamos de todas formas.
—Odio que haya gente como ella en el mundo —dijo Paula—. Aunque el dinero dificulte las cosas, debes de haber tenido buenas experiencias con mujeres.
—Algunas. Pocas. Pero nunca estoy seguro. De una manera u otra, siempre espero que al final admitan que todo es cuestión de dinero.
—Pedro, eres un gran tipo —se inclinó hacia él—. Eres listo, divertido, encantador y no eres nada feo.
—Espera —él sonrió—. Necesito un momento para sentirme halagado con lo de «nada feo».
—Sabes lo que quiero decir —ella soltó una risa—. No siempre es cuestión de dinero. Es imposible. No hay tanta gente horrible en el mundo.
—Antes de que Felipe se enamorase de tu hermana, salía con una madre soltera que tenía una niña adorable. Felipe estaba convencido de haber encontrado a la mujer perfecta. Estaba encantado con la niña y quería que ambas formasen parte de su vida, así que se declaró. Entonces un día la oí decirle a una amiga que había odiado tener una hija hasta que comprendió que la mayoría de los jóvenes ricos se chiflaban por ellas. Su plan era aguantar con Felipe un par de años, divorciarse y vivir de la manutención que él se ofrecería a pagarle.
—Entonces, ¿qué haces? —a Paula le dolió el corazón por Pedro— ¿Nunca confías? ¿Nunca te encariñas? ¿Nunca te entregas?
q lindo Capitulos !!!
ResponderEliminarAyyyyyyy, qué hermosos los 3 caps. Me parece que Pedro va a ser un hueso duro de roer.
ResponderEliminarMuy buenos capítulos! que situaciones más bizarra les toca pasar con todo esto de la boda!
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