jueves, 16 de abril de 2015

Herencia de Amor Parte 2: Capítulo 3

—Si saliéramos juntos, podría decirse que esto es muy romántico —dijo ella con un suspiro—. ¿No podríamos fingir?
—¿Qué? ¿Qué salimos juntos? No.
—Estoy herida. Puede que muera y, la verdad, usted tiene la culpa. ¿Está casado?
Pedro la hizo sentarse en un sillón al lado de la chimenea; luego, le colocó el pie en un reposapiés.
—Usted fue quien echó a correr, lo que le ocurre es culpa suya —dijo él—. No estoy casado y no se mueva.
Pedro  desapareció y Paula sospechó que había ido a la cocina. Bien, estaba claro que a Pedro no le molestaba ayudarla en un momento de apuro, pero no se estaba mostrando excesivamente amistoso. Daba igual.
Miró a su alrededor y le gustaron los travesaños de madera del techo y los tonos terrosos. La estancia, aunque muy amplia, era acogedora. Los grandes ventanales daban al sur y necesitaban que unas plantas los adornaran.
En la mesa que había a su lado reposaba un libro sobre Oriente Medio. Revistas de economía poblaban la mesa de centro delante del sofá. Interesante el tipo de lectura elegido por aquel individuo dedicado a los servicios de seguridad.
—¿Tiene novia? —gritó ella.
Pedro  murmuró algo, pero no se entendió qué.
—No.
—¿Ha ido a por hielo?
—Sí.
—No se olvide de la caja para la gata.
—No hay ninguna gata.
—Sí, claro que sí la hay. Y hace frío. Y aunque la gata esté bien, ¿qué va a pasar con los gatitos? Son recién nacidos. No podemos dejar que se mueran.
—No hay ninguna maldita gata.

Había una gata, pensó Pedro contemplando el hueco del árbol. Una gata gris y blanca con tres diminutos gatos. A pesar de haber estado preñada hasta hacía sólo un par de horas, la gata se veía escuchimizada.
Una gata vagabunda, pensó Pedro preguntándose qué había hecho él para merecerse aquello. Era un hombre decente. Intentaba portarse con honestidad. Lo único que quería era que el mundo lo dejara en paz. La mayor parte del tiempo, el mundo respetaba sus deseos. Hasta ese día.
Como las probabilidades de meter a la gata en la caja eran nulas, la dejó en el suelo y reflexionó. No estaba familiarizado con los animales domésticos, pero sabía que los gatos tenían garras, dientes y que eran huraños. Sin embargo, aquella gata acababa de dar a luz; por lo tanto, quizá su debilidad le confiriera disposición para mostrarse cooperativa. Por otra parte, acababa de ser madre y tenía el instinto de protección muy desarrollado.
De cualquier forma, sabía que iba a correr la sangre y que iba a ser la suya.
Metió la mano en el hueco del árbol y agarró a uno de los gatitos. La madre se lo quedó mirando y luego le echó la zarpa a la mano. Mientras sacaba del agujero a ese diminuto animal, la madre le hincó las garras. Sí, estupendo.
—Escucha, tengo que sacaros a ti y a tus gatos de ahí dentro. Esta noche va a hacer frío y niebla. Sé que tienes hambre y estás cansada, así que cállate y coopera.
La gata parpadeó. Sus garras se cerraron.
Pedro sacó a todos los gatitos y los dejó en la toalla dentro de la caja; luego, fue a agarrar a la madre. Esta le bufó; después, se levantó y, con gracia felina, saltó al interior de la caja y se tumbó al lado de sus crías.
Pedro  agarró su chaqueta, la zapatilla deportiva de Dulce, el calcetín, la caja y se dirigió a su casa.
No había imaginado que su día acabara así. Había elegido llevar una vida tranquila. Le gustaba aquel lugar, estaba aislado, y no le gustaban las visitas. La soledad era su amiga y no necesitaba más. ¿Por qué tenía la sensación de que todo iba a cambiar?
Entró en su casa y encontró a Paula hablando por teléfono.
—Entendido —dijo ella al auricular—. Pedro  acaba de volver con los gatos. Ya. No, estupendo. Gracias, Mariana, te lo agradezco.
—¿Ha llamado a alguien? —preguntó Pedro  mientras dejaba la caja junto a la chimenea.
—Usted me ha dejado el teléfono. ¿Lo ha hecho para que no lo usara?
—Sólo para algo urgente.
—No me dijo eso. Además, ha sido una llamada local. He llamado a mi hermana. Va a traer comida de gato y una caja para los gatos. Ah, y también va a traer unos platos para la comida y la bebida para los animales, ya que supongo que no querrá que coman y beban en sus propios platos. Por otra parte, estoy segura de que mi hermana va a llamar a mi madre para contarle lo que me ha pasado, lo que significa que el doctor Greenberg va a venir a examinarme el pie antes de que me mueva.
—¿Tiene un médico que hace visitas a domicilio?
—Mi madre trabajó con él durante años. Es un médico magnífico —Paula se miró el reloj—. Calculo que acabaremos a eso de las dos o las tres. En serio. Pero si tiene que marcharse a hacer algo, por mí no se preocupe.
Como si fuera a dejarla allí sola, en su casa.
—Hoy puedo trabajar desde casa.
—Estupendo.
Paula le sonrió y lo miró como si todo fuera normal. Como si ella fuera normal.
—No puede invadir mi casa y mi vida así como así —la informó Pedro.
—Yo no lo he invadido. Simplemente, me he tropezado. Literalmente.
Volvió a sonreír. Fue una sonrisa que la transformó de chica mona en mujer hermosa y le confirió brillo a sus ojos. Era como si se hubiera contado un chiste a sí misma y sólo ella lo entendiera. Lo que, dado su sentido de la realidad, debía de ser cierto.
—¿Quién demonios es usted? —preguntó Pedro.
—Ya se lo he dicho, soy la hermana de Julia.
—¿Por qué no está trabajando?
—Yo también trabajo desde casa. Soy dibujante de cómics. ¿Tiene algo de comer? Estoy muerta de hambre.
Pedro nunca tenía mucha comida en casa. Le resultaba más fácil comprarla fuera y llevársela a casa a la vuelta del trabajo. No obstante, debía haber algo.
—Iré a ver —Pedro se dirigió a la cocina.
—No como carne, soy vegetariana.
—Sí, claro, era de esperar —murmuró él.
La gata lo siguió a la cocina. Pedro examinó la despensa y encontró una lata de atún. Después de abrirla, derramó el contenido en un plato y lo dejó en el suelo. La gata empezó a tragar.
—Debía de estar muerta de hambre.
Pedro alzó los ojos y vio a Paula junto a la puerta, apoyada sólo sobre un pie, agarrándose al marco y con la mirada fija en la gata.
—Pobrecita. Sola en el mundo y preñada. El gato que la dejó preñada no se ha molestado en quedarse a su lado por si necesitaba algo. Típico. Un reflejo perfecto de nuestra sociedad actual.
Pedro se frotó las sienes, notaba el principio de una jaqueca.
—Debería quedarse sentada —dijo él—. Necesita hielo en el tobillo.
—El hielo me está dando frío. ¿Tiene té?
Pedro tuvo ganas de responder que aquello no era un restaurante y que no, que no tenía té. Esa mujer debería estarle agradecida de que él no los hubiera dejado a ella y a los gatos ahí fuera, congelándose.

2 comentarios:

  1. Me encantaron los 3 caps Naty!!!!!!!!!!!! Me parece que esta parte va a ser re divertida jaja

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  2. Muy buen comienzo! Como habla esta paula, por favor! A mi también se me hace que nos vamos a divertir mucho, este Pedro va a tener que tener una paciencia!

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