—Es cierto —dijo Paula, sentándose junto a ella.
Un sábado por la mañana al mes, el doctor Greenberg, el jefe de Alejandra, abría su oficina al vecindario y ofrecía vacunas a bajo precio a quien las quisiera. Había sido idea de su madre, en su intento por salvar el mundo. Paula siempre había pensado que debía pasar un poco más de tiempo tratando de salvarse a sí misma.
—¿Qué tal están? —preguntó. Sofía y Mariana intercambiaron una mirada y Paula se tensó inmediatamente—. ¿Qué?
—Estábamos hablando de papá —dijo Sofía.
—Han pasado unos meses — dijo Mariana —. Debería regresar en cualquier momento.
—Qué excitante —murmuró Paula, dando un sorbo al café.
—Paula, no —dijo Sofía—. Eso no es justo. Nunca le das un respiro.
—Siento no tener mucho aprecio por un hombre que abandona a su familia una y otra vez y por la madre que se lo permite.
—Eso no es justo —dijo Mariana—. Ella lo ama.
—No me digas que es su destino, por favor. Regresa a nuestras vidas, es encantador y adorable, y entonces se marcha. Se va y nosotras nos quedamos recogiendo las piezas.
La infancia de Paula se había caracterizado por las intermitentes visitas de su padre y los subsiguientes ataques de lágrimas de su madre. Mientras que sus hermanas recordaban siempre lo excitante de las visitas de su padre, ella siempre recordaba el después. Jack Nelson era como una enorme tormenta eléctrica. Mucho ruido y mucha luz, pero, cuando se acababa, alguien tenía que encargarse de limpiar. Ese alguien siempre solía ser ella.
—Todos los hombres son unos bastardos —murmuró.
—Paula, no —dijo Sofía— No todos los hombres son como Garrett.
—Hablando de sabandijas —dijo Paula—. Anoche salí con Fernando.
—¿Qué? —preguntó Mariana, tirándole un cojín a Paula— ¿Estás de broma? ¿Por qué no habías dicho nada hasta ahora?
—Llevo aquí cinco minutos.
—Oh, por favor —dijo Sofía—. Eso hay que decirlo nada más entrar y lo sabes. Bueno, cuéntanoslo todo. Comienza por el principio y habla despacio. No te dejes nada. ¿Estuvo fabuloso? ¿Encantador? ¿Podrías decir que era rico?
—Era...
De camino hacia allí, Paula había intentado encontrar la manera de describir la situación de manera graciosa para no convertirlo en otra experiencia patética más con los hombres. Pero no recordaba una sola cosa de lo que había planeado decir, y se sorprendió a sí misma y, sobre todo, a sus hermanas cuando comenzó a llorar.
—¿Paula?
Mariana la abrazó desde su lado y Sofía se arrodilló frente a ella. Alguien le quitó el café de la mano. Se secó las lágrimas y dijo:
—No era un jorobado de un solo brazo. Era agradable. Encantador y sexy, y bailamos, y me hizo reír.
Ya había decidido no mencionar que se había acostado con él. Lo confesaría más tarde, pero, de momento, no podía admitir que hubiese sido tan tonta.
También había sido tan cuidadosa. Desde Garrett, había evitado a los hombres, y el sexo y los compromisos. Viendo lo que Pedro había resultado ser, le habría ido mejor seguir estando sola.
—¿Qué salió mal? —preguntó Sofía —. ¿Era una mujer en el fondo?
Eso hizo que Paula se riera.
—No, pero eso habría sido interesante. Me mintió... en todo.
Les contó cómo él había fingido ser Fernando para darle una lección.
—Dio por hecho que yo estaba allí por el dinero, así que su plan era hacer que me lo pasara bien, conseguir que me sintiera atraída por él y luego decirme la verdad.
—¿Qué? —Mariana se puso en pie y se colocó las manos en las caderas— Eso es horrible. No lo hiciste por el dinero. Lo hiciste por la abuela. Perdiste. ¿Le dijiste que perdiste porque siempre juegas con las tijeras?
—Lo mencioné.
—Supongo que esto te mantendrá alejada de los hombres durante mucho tiempo, ¿verdad? —dijo Mariana, sentándose a su lado.
Paula asintió, y dijo:
—Creo que tendré una larga recuperación.
—¿Quieres que me encargue de él? —preguntó Sofía.
Paula volvió a reírse. Sofía medía metro sesenta. Era peleona por dentro, pero por fuera se parecía más a una niña que a una culturista.
—No pasa nada —dijo Paula— Gracias por la oferta, pero él es grande y fuerte.
—Pero yo tengo velocidad y el elemento sorpresa de mi parte.
—Las quiero, chicas —dijo Paula.
—Nosotras también te queremos —dijo Mariana—. Pero estoy tan enfadada. Tal vez Sofía y yo podamos con él.
—No lo creo.
—También odio a Fernando—dijo Sofía—. El es parte de esto. ¿Cómo puede querer la abuela que nos casemos con alguien tan horrible?
—Tal vez ella no lo sepa —murmuró Mariana.
—Tal vez sea la razón por la que nos ofreció el dinero —dijo Paula—, No importa. Se acabó. No voy a volver a ver a Pedro jamás.
Ni a pensar en él. Sólo que tenía la sensación de que olvidarse de él le iba a resultar más difícil de lo que pretendía.
—¿Quieres que no se lo digamos a mamá? —preguntó Sofía—. Ya sabes cómo se preocupa.
—Eso sería genial —dijo Paula—. Probablemente tendré que mencionarlo en algún momento, pero, si pudiera esperar un poco, sería más fácil.
—Claro —dijo Mariana—. Lo que tú quieras.
—Así que sienten tanta pena por mí, que podría conseguir que hicieran cualquier cosa, ¿no? —preguntó Paula con una sonrisa.
Sus hermanas asintieron.
Si se hubiera sentido mejor, tal vez hubiera bromeado con ellas pidiéndoles que llevaran a cabo una tarea descabellada. En vez de eso, dejó que la reconfortaran y se dijo a sí misma que, con el tiempo, olvidaría que había conocido a Pedro Alfonso.
Paula miró por la ventana de su despacho y trató por todos los medios de entusiasmarse con la vista. Podía ver principalmente el edificio de al lado, pero a su derecha también podía ver claramente Long Beach.
Había sido ascendida la semana anterior y trasladada a unas oficinas mayores.
Gracias por leer siempre, por favor dejen sus comentarios y mañana subo otra vez.
Qué bolonqui jajajaja. Pedro va a tener que remarla en dulce de leche para que Pau lo perdone jajajaja
ResponderEliminarMuy buenos capítulos! lo que va a tener que remar Pedro!
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