Paula se acercó un poco más y le colocó los dedos en los hombros. Por suerte, su bolso tenía una correa larga, de modo que no tenía que perder tiempo en sujetarlo. Quería tener la libertad de explorar sus brazos y su espalda.
Deseaba que el beso continuara. A pesar de que Fernando no lo intensificara, sintió cosquilleos en todas las partes de su cuerpo, incluyendo algunas que le sorprendieron. Sentía presión en el pecho, las piernas temblorosas y tuvo la sensación de que jamás podría recuperar el aliento.
Fernando se giró levemente, le besó la mejilla y bajó por la mandíbula, Le mordisqueó el lóbulo de la oreja, lo que hizo que diera un respingo y se estremeciera. Luego deslizó la lengua por su cuello.
Paula sintió cómo el vello se le erizaba y supo que no podría sobrevivir un segundo más si no la besaba. Besarla de verdad.
Por suerte, Fernando parecía ser bueno adivinando el pensamiento. La besó de nuevo en la boca, Paula separó los labios y él introdujo la lengua en su boca, como si su deseo se equiparase al de ella.
Paula recibió su lengua, saboreando la pasión entre ellos. Mientras exploraba su boca con la lengua, Fernando bajó las manos hasta sus caderas y la acercó más.
Paula pensó dos cosas en ese momento. Que la presión de sus pechos contra su torso era una tortura maravillosa, y que Fernando estaba tremendamente excitado.
Se los imaginó a los dos desnudos, tocándose. Se moría de deseo, y ese deseo la volvía loca. Trató de controlar el deseo que sentía hacia un hombre al que apenas conocía, pero era como tratar de agrupar gatos; sin sentido y un poco absurdo.
Fernando se apartó un poco y le tomó la cara entre las manos.
—Ahora es cuando se supone que yo digo que debería irme —dijo él mientras la miraba a los ojos—. Es como me educaron y lo correcto.
—Las buenas maneras son importantes —murmuró ella.
—Estoy de acuerdo. Aunque hay una opción alternativa.
—¿Las malas maneras?
Fernando sonrió y la besó suavemente.
—Te deseo, Paula. Puedo darte una lista de buenas razones por las que esto es una mala idea, pero te deseo. Desesperadamente.
—Buenas maneras, un conversador inteligente y unos besos fantásticos —susurró ella—. ¿Quién podría negarse a eso?
—Yo no.
—Yo tampoco.
Paula sacó las llaves del bolso y condujo a Fernando hacia la puerta principal. Una vez dentro, dejó las llaves y el bolso en la mesa que había junto a la entrada.
Fernando se quitó lo que parecía ser una chaqueta muy cara y la dejó caer al suelo. Luego la acercó a su cuerpo y la besó con tal pasión, que hizo que se preguntara con qué intensidad podría hacer otras cosas.
Ella le devolvió los besos con la misma intensidad, deslizando las manos por su pecho, acariciando la suavidad de su corbata de seda y el algodón de su camisa. El deslizó una mano por sus nalgas, apretando con fuerza y levantando otra vez la mano para acariciarle un pecho.
Incluso a través del tejido del vestido y del sujetador, Paula sintió sus dedos fuertes explorando, torturando, acariciando. Se detuvo en el pezón, estimulándolo suavemente y dándole ganas de desnudarse por completo para que pudiera acariciar su piel desnuda.
Fernando la echó hacia atrás. Ella agarró su corbata y consiguió quitársela antes de comenzar a desabrocharle los botones de la camisa mientras él se encargaba de la cremallera del vestido.
Llegaron al pasillo. Paula había dejado la luz del salón encendida, pero allí estaba oscuro. El la besó por el cuello, haciéndola gemir, llegando hasta el escote del vestido y hundiendo la boca entre sus pechos. Al mismo tiempo, Paula encontró el interruptor de la luz y él le bajó la cremallera. La luz se encendió a tiempo para ver cómo el vestido caía al suelo.
—Eres preciosa —dijo él mientras le acariciaba los pechos—. Caliente y suave, y no me importa que sea tóner de fotocopiadora; hueles muy bien.
Ella se rió mientras él le frotaba los pezones. Todo su cuerpo se tensó, mientras su parte más húmeda clamaba atención.
Sin dejar de tocarle los pechos, Fernando se inclinó para besarla de nuevo. Ella cerró los labios alrededor de su lengua y absorbió hasta que él también se estremeció.
De pronto, aquello no era suficiente. Paula deseaba más; lo deseaba todo. Deseaba sentir su peso encima de ella. Deseaba que la penetrara una y otra vez hasta hacerle sentir el placer del orgasmo.
—La ropa —dijo ella—. Llevas demasiada.
—Buena observación.
Mientras Fernando se quitaba la camisa, ella terminó de zafarse del vestido y lo condujo hasta su pequeño dormitorio. La luz del pasillo era más que suficiente para lo que iban a hacer. Se giró para mirarlo y vio que Fernando la estaba contemplando.
—¿Qué?
—¿Estás intentando matarme? Eres una fantasía andante. ¿Saben tus compañeros del bufete lo que llevas debajo de tus trajes?
Paula observó su ropa interior de color rosa. Eran un tanto provocativos, pero nada especial. Los había comprado de rebajas.
—Probablemente sospechen que llevo ropa interior —murmuró ella mientras se quitaba los zapatos—. Prefiero que piensen eso a que no llevo nada en absoluto. Eso sería asqueroso —entonces se quitó uno de los tirantes del sujetador—. ¿Querías que me quitara esto?
Fernando ya se había quitado los zapatos y estaba bajándose los pantalones. Mientras ella hablaba, pudo apreciar su erección palpitante bajo los calzoncillos.
—Eso sería fantástico —contestó él.
Sus pantalones cayeron al suelo, deteniéndose en sus tobillos. No pareció darse cuenta. En vez de eso, se quedó mirando sus pechos.
Ella se desabrochó el sujetador y lo lanzó sobre la cómoda.
Realmente no supo si lo había lanzado bien, pues estaba demasiado concentrada en la expresión de Fernando. El deseo y la sorpresa se mezclaban en una mirada tan apasionada y masculina, que hacía que le costase trabajo respirar.
Había estado antes con hombres y había estado razonablemente segura de que la deseaban. Pero Fernando la miraba como si fuese su última comida. Su apreciación hizo que se sintiera especial y exótica, y más que ansiosa por hacer sus sueños realidad.
Fernando se movió hacia ella y estuvo a punto de caerse al tropezar con los pantalones.
Epaaaaaaaa, qué intensa empezó esta historia Naty. Genial.
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