domingo, 12 de abril de 2015

Herencia de Amor: Capítulo 23

Fernando regresó a la sala de conferencias con una mujer china. Pedro emitió un gemido.
—Estás de broma, ¿verdad? —preguntó.
Fernando lo ignoró.
—Señorita Lee, ésta es Paula Chaves.
La señorita Lee se inclinó y comenzó a hablar en lo que Pedro suponía que era mandarín.
—¿Es que no puedes confiar en ella? —le preguntó a Fernando en voz baja.
—Tú no habrías confiado en nadie. Si vamos en serio a la hora de darle el negocio, entonces será mejor que sea la persona correcta —dijo Fernando— Antes eras un cínico bastardo como yo. No me digas que esa parte de ti se ha esfumado.
—No se ha esfumado —dijo Pedro mientras Paula y la señorita Lee charlaban—. Ha cambiado.
—¿Por una mujer?
Por suerte, la señorita Lee se giró hacia él en ese instante.
—Su mandarín es bueno y lo entiende todo —dijo—. Aunque necesita trabajar el acento.
—Lo sé —dijo Paula, riéndose—. Lo intento.
—Lo hace muy bien.
Fernando se encogió de hombros, y dijo:
—De acuerdo, entonces supongo que tenemos algunas cosas de las que hablar.
La puerta de la sala se abrió y apareció la secretaria de Pedro.
—Pedro, la llamada del banco que estabas esperando.
—Gracias.
Miró a Fernando y a Paula.
—Tengo que contestar. Volveré en cinco minutos. Traten de no matarse.
—No lo haremos —dijo Paula.
Pedro le dio las gracias a la señorita Lee por su ayuda y la acompañó fuera.
Paula miró a Fernando.
—Hablar mandarín no es algo sobre lo que se deba mentir —dijo.
—Son negocios.
—Lo comprendo —en su posición, probablemente ella habría hecho lo mismo. Aunque no pensaba decírselo—. Tengo una pregunta.
—¿Cuál?
—Tu tía nos ofreció un millón de dólares por casarnos contigo. ¿Qué tienes de malo para que quisiera hacer eso? Aparte de lo evidente.
Había esperado que Fernando se enfadase. Simplemente se rió.
—Estoy empezando a entender lo que ve Pedro en tí —dijo.
—Lo cual es encantador, pero no contesta a mi pregunta.
—Mi tía tiene algunas ideas interesantes sobre las relaciones. Esta es una de ellas. Sé que sigues enfadada por lo de la primera cita, Paula, pero no es todo culpa de Pedro.
—Oh, ya sé que la culpa es tuya.
—Qué agradable. Pero no me refería a eso —miró hacia la puerta y luego otra vez a ella—. Pedro  lo pasó mal hace unos meses. Una relación complicada.
Dado que Paula también había tenido una así, comprendía perfectamente por qué ocurrían esas cosas.
—Pedro siempre ha sido cauteloso —continuó Fernando— Los dos lo hemos sido. Pero conoció a esa mujer y parecía perfecta. No estaba interesada en su dinero. Era madre soltera y él lo respetaba. Y estaba loco por la niña.
Paula sintió un pinchazo en su interior que nada tenía que ver con estar encandilada por Pedro; en vez del calor, sintió frío y algo pesado en el estómago.
Podía traducir perfectamente lo que Fernando estaba insinuando. Pedro se había enamorado perdidamente de aquella mujer y adoraba a su hija.
Intentó decir que no le importaba. Apenas le importaba Pedro. Pero, por alguna razón, no logró articular palabra.
—Yo la conocí y también me pareció estupenda —dijo Fernando— Estaba un poco preocupado porque Pedro parecía estar más excitado por ser padre que por ser marido, pero imaginé que todo se igualaría. Las cosas se pusieron serias cuando Pedro la oyó hablando con una amiga. Dijo que, al quedarse embarazada, todo había sido un desastre, pero, después de nacer su hija, había descubierto que a los ricos les encantaban los bebés. Todos se imaginaban siendo padres. La relación en sí misma era aburrida, pero se casaría con Pedro, esperaría dos años y luego se marcharía, llevándose una importante suma de dinero consigo. Después de todo, él se habría encariñado con la niña y no querría que sufriera.
El frío aumentó. Paulase sentía mareada y, por una vez, no tenía nada que ver con el embarazo.
—Eso es horrible —murmuró.
—Y mucho más. Pedroestaba bien. Se escapó a tiempo. Pero la experiencia hizo que se sintiera *beep*. Eso no le gusta a nadie.
—Puedo imaginarme el resto —dijo ella—. Pocos meses después, vuestra tía explicó sus planes. Y nos visteis a mis hermanas y a mí como más de lo mismo.
—Eso es. Le conté a Pedro la situación y se ofreció a ocupar mi lugar.
—Para enseñarme una lección.
—No era nada personal —dijo Fernando—. Sólo quería que supieras por qué lo hizo. Vas a tener un bebé con él. Pedro es un buen tipo. Cometió un error y lo lamenta. Eso debería servir de algo.
—Y sirve —dijo ella—. Pero aun así me mintió. Aunque entiendo la situación en la que estáis metidos, eso no os da derecho a atacar a inocentes. Yo no hice nada malo. No era ella.
—La fastidió. Dale un respiro. Si él hubiera sabido que iba a colgarse de tí, no lo habría hecho.
¿Colgarse? ¿De ella?
Paula quería que aquellas palabras no significaran nada, pero sí significaban. Quería gustar a Pedro y que él la respetara, aunque no entendía por qué su opinión le importaba. Pedro regresó en ese preciso momento.
—Lo siento. ¿Qué me he perdido?
—Sólo estábamos hablando —dijo Fernando.
Volvieron a centrarse en los negocios y lo zanjaron todo en una hora. Pedro acompañó a Paula al ascensor.
—Los socios estarán contentos —dijo él.
—Creo que incluso bailarán. Soy buena en mi trabajo. No te decepcionaré.
—Lo sé. ¿Cómo te sientes?
—Bien. Sigo teniendo náuseas casi todo el día, pero estoy aprendiendo a vivir con ello.
La conversación trivial la volvía loca. Realmente quería preguntarle por lo que Fernando había dicho. ¿Pedro tenía verdaderamente sentimientos hacia ella? ¿Sería real o seguiría intentando convencerla para casarse con él? ¿Y acaso sería tan horrible casarse con el padre de su hijo?
—¿Se lo has dicho a tu familia? —preguntó él.
—A todos salvo a mi padre. No tengo ni idea de dónde está —y tampoco iba a perder el tiempo localizándolo.
—Yo no se lo he dicho a mis padres. Están en Europa. No vienen mucho por Estados Unidos, pero, cuando lo hagan, los conocerás.
—Genial —murmuró ella.
—Yo también debería conocer a tu familia.
—¿Qué?
—¿Acaso no quieres?
Era una pregunta con truco. No, realmente no quería que los conociera. Sería extraño. ¿Pero negarse cuando iban a tener un bebé juntos?
—Sería divertido —dijo finalmente.
—Estoy libre este fin de semana.
Qué afortunada.
—De acuerdo, claro. Yo eh... lo organizaré todo.
—Bien.
Pedro se inclinó hacia delante y le dio un beso.
No había pasión ni poder como en otras ocasiones, pero aun así la desestabilizó.
—Hasta el fin de semana entonces —dijo él.
—Claro. Seré yo la que tenga antojo de pepinillos.

2 comentarios:

  1. Espectaculares los 4 caps!!!!!!!!!! Me encantaron.

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  2. muy buenos capitulos, la verdad q es una historia diferente, me gusta !!!

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