Se sentía estúpida por haber tenido la esperanza de que su esfuerzo por verla todos los días fuera una buena señal. No se había dado cuenta de lo inútil de esa esperanza hasta que él la había aplastado con su fría y calculada desconfianza. Tenía que admitir que Pedro tenía sus razones, pero ella era muy buena en lo que hacía. Su trabajo era lo único de su vida en lo que confiaba.
Pedro apretó el botón del ascensor y recorrió el vestíbulo con la mirada mientras esperaba. El suelo de mármol era lo suficientemente resistente como para soportar el tráfico de gente pero, al mismo tiempo, elegante. Había arañas de cristal que colgaban sobre los sillones de cuero y mesas de cerezo con flores naturales inteligentemente distribuidas a lo largo de la sala. Un lugar al que se sentiría orgulloso de poner el nombre de sus padres cuando se hiciera la dedicatoria de las torres. Entonces, atravesando despreocupada el vestíbulo, vió a Paula. La mujer que había rechazado el apellido Alfonso. Sonrió a alguien y sintió una punzada en el estómago, la misma sensación de tensión muscular que había experimentado la primera vez que la vió y supo que tenía que ser suya. Su sonrisa podía hacer bajar el cociente intelectual de un hombre hasta el rango de idiota y él no había sido una excepción. El vestido blanco sin mangas acariciaba cada curva de su cuerpo como él lo había hecho alguna vez, el cuerpo que había tenido y perdido a su hijo. Todavía arrastraba ese dolor. Siempre lo haría. Estaba acostumbrado al éxito y Paula había sido su primer fracaso. Nunca se había preguntado por aquella atracción que le había dado la vuelta por dentro, pero en su vida sucedían muchas cosas por las que nunca se preguntaba. Pero no había llegado donde estaba cometiendo dos veces los mismos errores. Si ella no fuera tan guapa... Si no se hubiera marchado... Si no la deseara con la misma fuerza que la primera vez que la había visto... Pero estaba trabajando en ello. El proyecto de las torres le había obligado a mantenerla cerca de él, pero intentaría sacarle provecho a la situación. Tendrían que pasar mucho tiempo junto y, cuando el polvo se aposentara, ya no sentiría nada por ella. Se abrieron las puertas del ascensor y se cerraron de nuevo sin que entrara. Vió que Paula se detenía a estudiar la maqueta de su proyecto de torre residencial. Atravesó el vestíbulo y se colocó a su lado.
—Te he estado buscando.
—Aquí estoy —dijo mirándolo—. ¿Estás controlándome?
—¿Hace falta?
—Sólo tú puedes responder a esa pregunta —entornó los ojos— Lo siento, se me olvidó comentarte que tenía una comida de trabajo.
—Ah.
—Sí, he estado buscando capillas.
—¿Y?
—He tomado una decisión ejecutiva y he excluido la Elvis Chapel, el Museo Liberase, una casa barco en el Lago Mead y un globo aerostático en el Strip — dijo con sarcasmo.
—Buena decisión. El globo habría supuesto algunos retos de logística —dijo Pedro.
—Ninguno, sólo mi miedo a las alturas.
Cuando sus labios se curvaron en una sonrisa que hizo surgir los hoyuelos, Pedro sintió cómo la sangre se le escapaba del cerebro hacia lugares más inferiores.
—No sabía que tuvieras miedo a las alturas.
—Sí —ella se encogió de hombros—. Da lo mismo, de todos modos todavía tengo una larga lista de lugares que comprobar. Cuando la haya reducido un poco se la daré a Luciana. Y a tí, por supuesto.
—Bien.
Paula lo miró un momento antes de apartar la mirada.
—Bueno, se acabó la hora de comer —dijo ella y empezó a cruzar el vestíbulo.
Pedro la siguió hasta el ascensor y ella se volvió a mirarlo.
—Has dicho que me estabas buscando.
Asintió con la cabeza y se metió las manos en los bolsillos del pantalón.
—Luciana me habló de tu devolución de los gastos de la boda.
Pareció sorprendida.
—¿No lo sabías?
—Nan sólo se lo dijo a ella. Es el tipo del dinero y conserva el rencor.
—¿Y es el único?
—Si me estás preguntando si estoy resentido, la respuesta es no.
Era una mentira, claro. Paula lo sabía por la satisfacción que sentía al mantenerla en la duda. ¿Y tendría otros sentimientos? Definitivamente, sí resentimiento, rechazo, venganza.., en los primeros puestos de la lista.
Ella lo miró con cuidado, como si estuviera buscando una señal de sinceridad.
—Bien —dijo ella asintiendo— Nada de malos sentimientos.
Sonó la campana del ascensor y las puertas se abrieron. Paula entró y Pedro se unió a ella. ¿Por qué meterse solo en el ascensor con esa mujer hacía que deseara abrazarla? ¿Y por qué a esa mujer? Podía oler su perfume y recordar el aroma que siempre hacía que deseara saborear el hueco que había justo debajo de su oreja. Era un pensamiento arriesgado y que no se ajustaba exactamente al plan de trabajo que se había trazado.
Muy buenos capítulos!!! Que incómodo todo para los 2!
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