—¿Por qué me devolviste el dinero de la boda? No llegó a celebrarse.
—Ese es el porqué.
—No lo entiendo —dijo irritado.
Ella suspiró.
—Fue un error mío, Pedro. Tenía dudas y salieron a la superficie justo el día de la ceremonia. Debería haberlas planteado antes... —se detuvo y se mordió el labio—. Antes de que perdiéramos algo más que las fianzas.
—No me hace falta el dinero.
—Pero yo sí necesito dártelo.
—Así que es por tí.
—Si quieres mirarlo así, sí. Fui yo la que no siguió adelante. Hubo mucha gente que lo vió y los periodistas nos acosaron sin piedad para averiguar la causa. Lo siento, y de ninguna manera iba a permitir que pagaras la factura por mi error y que alguien lo usara en mi contra.
Le resultaba increíble que ella pudiera pensar algo así
—¿Te dí yo alguna vez alguna razón para que pensaras así?
—No estuvimos juntos todo ese tiempo, Pedro. No sabía si lo harías. De todos modos, sé que algunas personas lo habrían hecho.
—¿A qué te refieres?
—No importa —el bolso se deslizó por su brazo y se lo volvió a colocar en el hombro —. La cuestión es que decidí suspender la boda y hubo una auténtica tormenta por mi decisión.
—Las decisiones a veces se vuelven contra uno.
—Sí, las decisiones —sus miradas se encontraron y la de ella se llenó de un dolor que intentó ocultar con rabia— Y te digo por qué no incumpliré mis responsabilidades contigo hipotequé mi departamento para pagarte. Necesito el trabajo. Y no suelo echarme atrás en los momentos difíciles.
—Yo tampoco.
—No te estoy acusando de nada.
—No con tus palabras, pero con lo que sugieres...
—No quería sugerir nada. Nadie sabe mejor que yo que tú hiciste lo correcto— el ascensor se detuvo en el piso de las oficinas de los ejecutivos y ella se bajó— Pero algunas veces, Pedro, lo correcto puede ser un error.
La miró marcharse aturdido por lo que le había dicho ¿Cómo hacer lo correcto podía ser un error? ¿No estaba trabajando con ella por el bien del proyecto? La verdad era que esa decisión lo estaba alterando. Hacer lo correcto estaba poniendo su libido por las nubes.
Paula colgó el bolso del cajón superior de su escritorio y salió al despacho de su asistente.
—Vanina.
—Sí, jefa —Vanina Milton era una pelirroja de ojos azules con la nariz llena de pecas.
—Voy a estar fuera de la oficina esta tarde —le informó Paula.
—Ya he visto tu nota.
Aquello sólo ocurría cuando Pedro estaba cerca, pensó Paula. Quería escabullirse antes de que se dejara caer para preguntar si las capillas tenían bancos, sillas o mesas de campo. No lo había visto en una semana, desde que le había dicho que lo correcto podía ser un error. Y el cambio de hábitos de sus visitas diarias la hacía sentirse incómoda.
—He dejado un recado a Melina St. George de Nueva York —dijo a su asistente—. Quiero hablar con ella para que prepare la comida de la inauguración de la oficina de ventas de las Torres Alfonso.
—No es ésa la cocinera que preparó aquel famoso evento en Santa Bárbara?
—La misma —confirmó Paula—. Si llama dímelo y le devolveré la llamada.
—Lo haré, jefa.
—Hasta mañana. No volveré antes de que te hayas ido.
Vanina abrió los ojos azules con sorpresa.
—Tu nota decía sólo que estabas recorriendo capillas. Supongo que no estarás buscando una experiencia religiosa.
—En absoluto —suspiró.
Parecía que todos los pensamientos conducían a Pedro. No sabía cómo detenerlos.
—¿Quién se casa? —Preguntó Vanina—¿Alguien que conozca?
—Luciana Alfonso.
—¿Y, te ha pedido que lo organices? —Vanina no se habría mostrado más asombrada si Paula se hubiera desnudado y saltado a la pista de baile del Bellagio.
—Me lo ha pedido Pedro.
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