jueves, 23 de marzo de 2017

Protegerte: Capítulo 30

—Tendré los resultados en una semana y media. Mi empresa ha mandado ya una nota de prensa. Algunas personas me creerán —rogaba para que ella se encontrara dentro de esa categoría—, otros no. A pesar de lo que diga la ley, no siempre se considera a una persona inocente hasta que se demuestre lo contrario. La prensa puede ser terrible. Y se puede hacer mucho daño antes de que tenga pruebas de mi inocencia.

Y no solo a los inversores, pensó, mientras la miraba. Si ella estuviese enfadada, sería buen signo. Si demostraba algún tipo de emoción, sabría que le importaba. Pero su ausencia de emociones lo preocupaba. Porque estaba enamorado de ella. Más que nunca. Qué pena que justamente la mujer que era perfecta para él hubiera perdido la confianza por culpa de un hombre sin honor.

—Me da rabia porque estoy pagando el precio de lo que hizo tu esposo —le dijo.

—No tiene nada que ver con Francisco—dijo ella, mirando hacia otro lado y apretando los dientes.

—Claro que sí. Te ha convertido en una escéptica que no confía ni en su propia sombra.

—El artículo presenta un montón de interrogantes con respecto a tí.

—Por la forma en que está escrito, hasta Teresa de Calcuta parecería culpable.

Esperó que ella le dijese que creía en él, que tenía fe incondicional en él. Cuando la conoció, se dio cuenta de que ella era diferente de todas las demás mujeres. Pensó que ella sería quien lo viese, como en realidad era, no solo por su dinero. Mientras el silencio se hacía eterno, se dio cuenta de que nunca había pensado que equivocarse doliese tanto.

—Pedro, no sé qué creer —fue lo único que dijo ella.

—Esperaba que creyeras que no había posibilidad de que yo fuese el padre de esos niños.

—¿No intentarás convencerme?

—¿Qué ganaría con eso, Paula? Ya me has dicho que las palabras no valen nada para tí. Y no parece que te importe demasiado mi forma de actuar. Sigues creyendo lo peor.

—Yo no he dicho que…

—No era necesario que dijeses nada. Ya me has demostrado lo que crees —dijo, dirigiéndose a la puerta y apoyando la mano en el picaporte—. A veces, Paula, las palabras y las acciones no son suficientes. A veces, hay que dar los paso guiados solo por la fe —esperó un instante—. Supongo que no hay nada más que decir.


Al día siguiente en el trabajo, Paula se debatía en un mar de confusiones. Su instinto le decía que Pedro no era el padre de los mellizos, mientras que su cabeza le indicaba que sería tonta si creyese en él, dadas las circunstancias. Estaba en la tienda cuando se abrió la puerta y Laura Caldwell entró.

—Hola, Paula —dijo, aproximándose con una sonrisa.

—Hola, Laura, ¿Qué necesitas? —le preguntó, preparándose para las preguntas que sabía que la otra mujer le haría. Todo el día los clientes le habían lanzado miradas curiosas.

—Pañales desechables y camisetas de todos los tamaños. Para emergencias, cuando se vuelcan cosas encima. Espero que tengas alguna oferta —dijo Laura.

—Ya veo que Benja ha hecho de las suyas —rió Paula, recordando con ganas de llorar que ese motivo había conocido a Quentin. Día tras día, lo que sentía por él se había ido fortaleciendo y no podía creer que se conociesen hacía tan poco tiempo. Creyó haber tocado el cielo con las manos y ahora su mundo se había destruido totalmente—. Allí tienes los saldos, sobre esa mesa.

—¿Cómo están Pedro y tú? —le preguntó Laura con naturalidad mientras revolvía la mesa.

—Bien —dijo Paula, sin intentar disimular nada.

—No sabía que él era el benefactor misterioso —dijo Laura, mirándola a los ojos—. Pero me alegro de haberme enterado.

—¿Porqué?

—Para poder agradecérselo. Gracias a su generosidad, pude inaugurar la guardería mucho antes de lo que pensaba. Es un servicio que Storkville necesitaba desesperadamente, las madres en especial.

—¿No crees que sea el padre de los mellizos?

Laura sacudió su rubio cabello para negar enfáticamente y sus ojos castaños brillaron con intensidad.

—En absoluto. Por empezar, recibí el dinero antes de que abriese Baby Care, es decir antes de que me dejasen allí a los mellizos. No tiene sentido que me diese el dinero para la guardería como pago por los mellizos. Podría habérselos entregado al condado. ¿Cómo iba a saber Pedro que Pablo y yo nos llevaríamos a los niños a casa?

—¿Durante cuánto tiempo?

—Nos los quedaremos cuanto podamos —dijo Laura, y una dulce sonrisa le iluminó el rostro.

—¿Y si el sheriff encuentra a la persona que los abandonó? ¿Cómo te sentirás? —preguntó Paula.

—No lo sé. Eso es algo que no puedo responder antes de que suceda. A pesar de la leyenda de la cigüeña de Storkville, creo que los niños tienen padre y madre, tíos, abuelos. Creo que es importante que conozcan a su familia, saber de dónde proceden —suspiró, moviendo la cabeza—. Es tan complicado. Prefiero vivir el presente y no preocuparme innecesariamente.

—Sé a lo que te refieres —dijo Paula, asintiendo.

Se dirigieron a la caja con lo que Laura había elegido.

—Si necesitas algo más… —dijo Paula, después de cobrarle y meter todo en las bolsas.

—Gracias, Paula. Saluda a Pedro de mi parte. Y no te preocupes por esas sospechas estúpidas, ya pasará. No permitas que destruyan lo que tú has logrado con él.

—Se lo diré.

A pesar de lo que Laura había dicho, la evidencia del periódico era cierta. Tendría que haber tenido más cuidado en lo que pedía. Casi había deseado que hubiese algo que le impidiese enamorarse de él. ¿Era ya demasiado tarde para volverse atrás?

Pero Laura había suscitado la cuestión más importante: ¿Qué era lo que ella había logrado con Pedro?

No hay comentarios:

Publicar un comentario