jueves, 16 de marzo de 2017

Protegerte: Capítulo 17

—¿Y si cometemos un tremendo error? —le dijo a Pedro.

—No veo por qué. Hemos acordado que esto es lo correcto para ambos. Y hemos tomado todas las medidas pertinentes: tu acuerdo prenupcial y mi contrato para… —titubeó, mirando a los niños mientras buscaba las palabras adecuadas— … para ayudarte con los niños.

Era la segunda vez ese día que le demostraba delicadeza. Más temprano se habían reunido con el abogado y firmado los papeles que especificaban los términos de su contrato. Ambos estaban protegidos… legalmente. Pero emocionalmente no había ningún tipo de protección, aunque eso era inevitable. Lo que importaba eran sus hijos.

Paula asintió con la cabeza y le tembló la boca al sonreír.

—Te lo agradezco, Pedro —dijo, haciendo una profunda inspiración—. De acuerdo. Estoy lista —añadió.

—¡Viva, nos vamos a casar con el señor Alf! —exclamó Benjamín.

—¡Hurra! —aplaudieron Isabella y Melina, haciendo un corro alrededor de ellos.

—Qué grupo más feliz —dijo Ana, entrando al vestíbulo con su esposo. Los acompañaba un caballero mayor de traje oscuro y discreta corbata.

—Pedro, te acuerdas del juez. Paula , este es Arturo Claybourne, un querido amigo nuestro. Está encantado de poder casarlos.

Benja corrió hacia la madre de Pedro.

—Nosotros nos casaremos con el señor Alf también.

—Ya lo sé, cielo —dijo ella, inclinándose hacia él y apretándole las manos con cariño—. Y ello me hace muy felíz. Si tuviese tu edad, también saltaría de contento — miró a Paula—. Estás fantástica, querida.

—Gracias —se ruborizó ella, recordando que Pedro había dicho lo mismo.

Sin embargo, no podía evitar dejar de pensar cómo él les habría explicado la premura de esa boda. Cuando su mirada se cruzó con la de él, Pedro pareció adivinar la pregunta, porque asintió ligeramente, señal de que todo iba bien en ese aspecto. Suerte que no estaban solos, porque le habría echado los brazos al cuello para besarlo, algo no demasiado sensato si lo que quería era mantener las distancias.

—Tu vestido es exquisito —le decía la señora Ana—. Te sienta de maravilla.

—Era de mi abuela —explicó ella. No se lo había puesto antes porque a Francisco no le había parecido suficiente para una novia Martínez—. Siempre me ha encantado. Me hace sentir que mi familia me acompaña en espíritu.

—Pepe me ha dicho que no tienes familia que te represente —le dijo Horacio, acercándose a ella y sonriendo—. Si me lo permites, sería un honor para mí ser quien te entregase.

—Me encantaría —respondió ella, sonriendo al guapo caballero.

La delicadeza de sus futuros suegros la hacía sentir que era un fraude. De no ser por el bienestar de sus hijos, habría dicho la verdad. Pero ella y Pedro habían acordado mantener en secreto los detalles del acuerdo. Por el bien de la batalla legal que se aproximaba, todos tenían que creer que era un matrimonio genuino y que estaban enamorados.

Otra vez Pedro pareció leerle los pensamientos, porque se acercó y le pasó el brazo por la cintura, como si fuesen una pareja de verdad que se adoraba. Cuando lo miró a los ojos, sintió un escalofrío de emoción al ver la compresión en su mirada.

—¿Están  listos para comenzar? —dijo el juez—. ¿Dónde quieren que me ponga?

 —Por aquí, señor —dijo Pedro señalando la puerta al salón.

—Ven conmigo, Arturo—dijo la señora Ana, guiándolo—. Todo el mundo a su sitio. Pepe, ven tú también —añadió, organizando a todos—. Horacio, tú y Paula quédense aquí hasta que estemos listos. Benjamín, Isabella y Melina, vengan conmigo.

—Casi me olvidaba —dijo Pedro, volviendo al vestíbulo para agarrar un ramo de rosas blancas semi escondido por el impresionante arreglo floral de la mesa—, esto es para tí.

—¡Qué bonito! —dijo ella, agarrándolo. Lo miró entre el velo de lágrimas que le invadieron los ojos. A pesar de lo ocupado que estaba, había tenido tiempo de encargar el ramo de novia. Su consideración era demasiada—. Ni siquiera me acordé de las flores. Gracias.

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