jueves, 23 de marzo de 2017

Protegerte: Capítulo 31

Pedro entró a la cocina el sábado al amanecer. Llevaba una camiseta y vaqueros desgastados. Puso en marcha la cafetera eléctrica, que la cocinera dejaba preparada la noche anterior y mientras escuchaba chorrear el café, miró por la ventana el extenso  césped del fondo, con su piscina rodeada de un borde de ladrillos. En el verano les podría enseñar a los trillizos a nadar, harían barbacoas al aire libre…  Luego un pensamiento lo asaltó, como un mazazo en el pecho. Paula  y los niños se habrían ido entonces.

—Te has levantado pronto.

Cerró los ojos un instante, preparándose, y luego se dio la vuelta. Los rizos color caoba le enmarcaban el rostro desordenados, como si hubiese pasado la noche con un hombre. Pero ese hombre no era él ni probablemente lo fuese nunca, a juzgar por la expresión preocupada de sus ojos.

—No podía dormir —confesó.

—Yo tampoco.

Se miraron un segundo. Pedro echó en falta la intimidad que había comenzado a crecer entre ellos antes del escándalo. ¿La echaría en falta ella también? ¿Por qué no podía dormir? ¿Habría pensado en él? Parecía cansada. La cafetera dejó de hacer ruido, y se hizo un silencio en la cocina.

—¿Quieres café? —preguntó él.

—Por favor —asintió ella.

Él le alargó una taza, aliviado de tener algo que hacer.

—Gracias —le dijo ella.

—De nada. Eran tan endiabladamente educados. Hubiese deseado tomarla en sus brazos y decirle lo mucho que la quería. Se moría por besarla y pasarle la mano por el pelo hasta hacerla perder la cabeza.

—Llevaré a los niños a elegir sus disfraces para Halloween esta tarde —dijo ella, soplando el café.

—Estaban tan ilusionados anoche —dijo él, consciente de que parte de su insomnio la noche anterior se debía a no ir con ellos—. Será divertido.

—¿Te gustaría venir con nosotros? —le preguntó ella, tomando un sorbo dé café.

La miró a los ojos. Su expresión era inescrutable.

—Claro que me gustaría, pero, ¿Estás segura?

—Me… me vendría bien que me echases una mano —dijo ella, mirándoselas—. Y significaría mucho para los niños —añadió apresuradamente.

Pedro se alegró, pero al mirarla a los ojos no pudo evitar pensar que ella no creía que él lo hiciese por ella.

—Haré todo lo que pueda para que a los trillizos no les falte nada —dijo, con todo su corazón.

Los niños habían sentido la tensión aunque no comprendiesen de lo que se trataba. Medio Storkville lo consideraba un asesino en serie y la otra mitad lo defendía a capa y espada. Le hubiese gustado saber de qué lado estaba Paula.

—Pensaba ir temprano, antes de que se llenasen las tiendas —dijo ella.

Allí estaba su respuesta. Cuanta menos gente los viese juntos, mejor.

—Como te parezca.

—Te aviso que nos puede llevar todo el día. Te sorprenderá ver lo decididos que pueden ser los niños de tres años con respecto al disfraz que quieren.

Sus palabras le levantaron el ánimo. ¿Todo el día? ¿Quería decir que no la preocupaba que la viesen con él?

—Nos tomaremos todo el tiempo que sea necesario.

—Aprovecharé para arreglarme mientras duermen —dijo ella, dirigiéndole una dulce sonrisa antes de irse.

Antes de que Paula y los niños llegasen, su vida había estado vacía. Sabía que lo volvería a estar cuando se fuesen. Pero agradecía tener otro recuerdo para añadir a los que ya atesoraba.

A eso del mediodía, Paula se desplomó en un asiento en el centro comercial. Pedro lo hizo a su lado. Había estado maravilloso con los niños. Si era una actuación, era muy buena. Tenía una paciencia de santo y una tenacidad comparable a la de cualquier enano de tres años.

—Las chicas ya están —dijo ella, dando un suspiro mientras miraba a los niños que se perseguían a unos metros de ellos—. El único que nos falta es Benja —lo llamó—: Ven aquí, cielo. ¿De qué quieres disfrazarte para Halloween? ¿De bombero o astronauta?

—Quiero ser el señor Alf —dijo el niño, mirando a Pedro y asintiendo enfáticamente con la cabeza.

Ojalá pudiese ella pensar que él era su héroe también. Así podría considerar que la idea de que fuese el padre de los mellizos era ridícula. Pero se había equivocado una vez con un hombre. ¿Y si equivocaba de nuevo?

—¿Quieres ponerte traje y corbata para ir a pedir dulces? —preguntó y el niño volvió a asentir con solemnidad.

Cuando miró a Pedro a los ojos, vió su expresión de placer y la chispa en sus ojos.

—Es realmente genial, campeón —dijo él, pero sus siguientes palabras la sorprendieron—: Pero vimos ese casco de bombero fantástico en la tienda y también tenían la manguera, el hacha y la identificación. ¿No te parece que eso sería mejor?

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