Lo miró; era un metro ochenta de sólidos músculos y sofisticado atractivo. Tembló en su interior recordando el breve tiempo que había sido suyo.
—¿Tratarás de romper mi contrato por lo que pasó entre nosotros?
Él apoyó las manos en la cintura y dijo:
—¿No acabamos de tener una reunión sobre un evento que espero que prepares?
—Ya lo sé. ¿Pero vas a cambiar de opinión? Vamos a tener que trabajar estrechamente y no te reprocharía que no quisieses trabajar conmigo —si la liberaba del contrato sería la ruptura limpia que necesitaba para evitar aquella complicación emocional y mantener su reputación profesional.
—Eso implicaría que no te he perdonado.
—¿Y lo has hecho?
Pedro cruzó los brazos y sonrió con aquella hermosa sonrisa que arruinaba sus defensas.
—Siempre digo que hay que perdonar a los enemigos. Eso los confunde.
Eso no era nada nuevo. Durante el último año, los pensamientos sobre él la habían confundido incluso sin haberlo visto. Ahora de nuevo aparecía en su vida y eso significaba que él podría confundirla aún más a menos que descubriera la forma de resistirse.
—Paula, necesito...
¿Necesito? La palabra lo detuvo. Él no necesitaba nada de ella. No podía permitirse necesitar nada de ella. Al menos no personalmente. Las necesidades profesionales eran otra cosa.
—Tenemos que hablar.
Pedro se había preparado previamente para volverla a ver. Ya lo había hecho una semana antes, cuando se habían vuelto a encontrar. Había creído que estaba preparado para aquellos ojos tan grandes, tan verdes que podía caerse uno dentro de ellos; para el brillante pelo castaño que le pedía que enterrara los dedos entre sus sedosos mechones; para los profundos hoyuelos que podían hacer caer a un hombre de rodillas cuando sonreía; para aquel cuerpo tentador. Pero había creído mal. Había pasado un año y cuando había entrado en su despacho había querido dar por terminado su contrato en ese mismo instante. El problema era que todavía estaba resolviendo la financiación del proyecto. Su pasado con Paula no era un secreto, y despedirla podía ser un desastre. La imagen lo era todo. Si no podía manejar a una antigua novia, ¿Cómo iba a soportar el estrés de un proyecto de mil millones de dólares? O peor, podía parecer que reaccionaba de forma emocional y eso podía dar lugar a rumores de que no era capaz de manejar la empresa con mano firme y cabeza fría.
Cualquier asomo de debilidad podía ser suficiente para sembrar la duda entre los inversores y, sin ellos, el proyecto moriría antes de nacer. Aquello era inaceptable. Estaba atascado con ella, y se había dado cuenta cuando había decidido seguir adelante con el negocio. Había tenido un año para prepararse, pero no había sido suficiente. Esperaba no sentir nada y no había estado preparado para la punzada de deseo que había sentido sólo con ver a Paula. No podía volver a cometer el mismo error. Había esperado una semana para verla, así daba tiempo a que ella se preguntara qué pasaría. La reunión con su equipo operativo acababa de terminar y se había dado cuenta de que ella se había sentado en la silla más cercana a la puerta, lo más lejos posible de él. ¿Qué más había de nuevo? Lo había dejado plantado en el altar. Como un idiota, había llegado a pensar en correr tras ella. Pero antes de quedar como un imbécil, se había dado cuenta de que no había nada que hablar. Había dicho que no podía casarse con él. Fin de la historia.
En ese momento, viéndola caminar hacia él, su mirada se perdió en la boca de Paula. ¿También había terminado la atracción? Parecía que no. Se detuvo a menos de un metro de él, junto a la cabecera de la larga mesa de reuniones de caoba.
—¿Sí?
—Hay algunas cosas... —empezó él.
—No me lo digas, has cambiado de opinión.
—¿Sobre qué?
—Despedirme —bajó la voz y miró por encima del hombro a un grupo de ejecutivos que charlaban un poco más allá—. Querías más testigos cuando me lo anunciaras.
—¿Por qué iba a querer hacer algo así? —se enfadó al darse cuenta de que estaba mirando su boca de nuevo.
—Ojo por ojo.
—Todavía crees que quiero venganza.
—Una inferencia natural si consideramos que alguna vez me explicaste tu filosofía. Y no precisamente la del perdón a los enemigos.
Ella se encogió de hombros y trató de aparentar que no le importaba. No lo consiguió. Una de las cosas que más le había gustado a Pedro de ella era que todo lo que pensaba se le notaba en la cara al instante. No podía ocultar sus sentimientos. El día que lo había plantado había sido el segundo peor de su vida, sólo superado por el día que se había enterado de que sus padres habían muerto en un accidente de avión.
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