—No tengo nada que decir —dijo.
—Bien hecho —dijo Pedro, tomándola del brazo para entrar—. Has hablado como la esposa de un magnate —le susurró al oído.
Por poco tiempo, pensó, y la idea de la vida sin Pedro la hizo sentirse increíblemente triste.
—Me alegro de que hayan podido venir —los recibió Laura en el salón, decorado con brujas, guirnaldas y calabazas—. Las sillas para los padres están allá, Pedro. Tenemos algo especial preparado.
Paula y Pedro encontraron un sitio y se sentaron. Ella no pudo evitar darse cuenta de que la sillita no era adecuada para su sólido metro ochenta y pico de estatura, pero él parecía totalmente ajeno a ello y tan adorable que la emoción le agarrotó la garganta. Melina e Isabella estaban adorables con sus trajes del Mago de Oz, Dorothy y el hada, y había brujas, gitanas y fantasmas. Laura le dió un pergamino atado con una cinta a Benjamín.
—Ya sabes lo que tienes que hacer, Benja.
Benja, vestido con un traje azul con chaleco idéntico al que llevaba Pedro, se acercó a ellos. Se empujó las gafas sin cristales sobre la naríz.
—Para tí —dijo, dándole el pergamino a Pedro—. Gracias de la escuela.
—De nada, campeón —dijo Pedro.
Intrigado, miró a Paula, pero ella no sabía de qué se trataba.
—Léelo —le ordenó Benja.
—Sí, señor —dijo. Le quitó la cinta y lo abrió—: A Pedro Alfonso con aprecio. Gracias a tu donación, tenemos un sitio seguro para jugar y crecer mientras nuestros padres trabajan. Está firmado por todos los niños —dijo, con un nudo en la garganta, mostrándoselo a Paula para que lo pudiese leer.
Mientras los niños cantaban una canción de gracias que Laura les había enseñado, Paula, con lágrimas en los ojos, deseó que los medios de comunicación estuviesen allí. Había llegado el momento de que se enterasen del bien que había hecho, en vez de crucificarlo. Lo miró, sentado a su lado, percibiendo la fuerte mandíbula, y la forma en que él tragó varias veces, lo único que indicaba su emoción. «Es un buen hombre», pensó. Lo amaba. ¿Por qué no se había dado cuenta de ello antes? La infidelidad y la traición habían destruido el amor que ella sentía por su primer marido, pero a pesar de las feas sospechas que rodeaban a Pedro, lo amaba. Esta vez tenía la terrible sospecha de que nada mataría su amor. Si la traicionaba de la misma forma en que lo había hecho Francisco, no lo podría soportar.
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