—No sabía el hambre que tenía hasta oler esto —dijo, comenzando a comer.
Él sirvió vino en las dos copas de cristal y le puso una sobre la bandeja.
—Perdona que sea pesado, pero realmente necesitas comer para mantener tus fuerzas. La madre de los trillizos no puede ser vencida.
—Especialmente si quiere conservar la custodia de los mencionados trillizos.
—Mis abogados están trabajando en el tema. ¿Se han vuelto a comunicar contigo los Martínez?
Ella negó con la cabeza.
—Pero… —dijo.
Pedro se sentó junto a ella. Ya que estaba sentada en el medio del sofá, no tuvo más remedio que rozarla con el muslo. Aunque ella intentó disimularlo, no le pasó desapercibido que contuvo el aliento cuando se produjo el contacto. Y tampoco el rápido trago que le dió a su copa.
—¿Qué? Dime lo que te tiene preocupada, Pau. Puede que te ayude decírmelo. Y de paso, sentar un precedente de confianza.
—De acuerdo, ahí va —dijo ella, lanzándole una mirada escéptica—. Los niños están en la guardería desde que sale el sol hasta que se pone. Después hay que hacer todo de prisa, porque si no duermen lo suficiente, no hay quien los soporte al día siguiente. Tú lo sabes, porque te han bautizado todos los días con los baños.
—Aja —dijo él, mirando las manchas de sus vaqueros, que ya estaban casi secas—. Es mi momento favorito.
—A veces pienso que estarían mejor con los Martínez.
—No lo dirás en serio.
—Al menos estarían más tiempo con una pareja que los quiere.
—¿Y nosotros qué somos? ¿Estamos dibujados? —estaba cumpliendo el papel de padre, pero no lo hacía por actuar. Cada día los quería más. Eran adorables—. Tú eres su madre. Nadie puede quererlos más que tú ni darles tiempo de calidad como tú.
—La pena es que es tan poco. El trabajo me exige mucho. Con las fiestas a la vuelta de la esquina, se pondrá cada vez peor. Son las vacaciones de los niños y tendría que ser una época felíz, pero la veo acercarse con temor.
¿Se debería ello porque le recordaba el amor que había perdido hacía casi un año? Desde luego que no se lo podía preguntar.
—Deja el trabajo —le dijo en vez de ello.
—¿Qué? —preguntó ella, mirándolo.
—¿Por qué no? —le dijo, entusiasmándose con la idea—. Ahora que estamos casados, no estás sola. No necesitas el dinero. Yo tengo mucho.
—No puedo hacer una cosa así.
—A mí me parece la solución perfecta. Y piensa en la demanda judicial. ¿Cómo podría el juez quitarle los hijos a una mujer capaz de dejar su carrera profesional por ellos?
—¿Y qué pasaría cuando nos separásemos dentro de seis meses? ¿Cómo mantendría a los niños entonces?
Había comenzado a tener la esperanza de que ella se olvidase de esa parte del acuerdo. Era evidente que se había equivocado.
—Ya cruzaremos el puente cuando llegue el momento. Podría darte…
—Pensé que te había dejado claro que solo quería tu ayuda en lo que concernía a la custodia de los niños. Nada más, según lo establecimos en el acuerdo prenupcial.
—Me creas o no, Pau, me he encariñado mucho con los niños. A la porra con el acuerdo prenupcial. A esos niños nunca les faltará de nada. Jamás —añadió.
—Palabras. Como la mayoría de los hombres.
—¿La mayoría de los hombres? ¿Así que has conocido a muchos? —preguntó, con rabia porque lo hubiese incluido en la generalización.
—No muchos —admitió ella—. Pero con uno, me basta y me sobra.
—¿Quién era?
—Mi marido.
Se quedó de una pieza. Esa no era la respuesta que se esperaba.
—¿Tu marido? Pero yo creí…
—Sabía que esto no podía durar —dijo ella, negando con la cabeza. Dejó la copa y se puso de pie, dando la vuelta a la mesa para mantenerla entre los dos—. Había comenzado a creer que eras diferente, que tu familia era diferente.
—¿Diferente en qué sentido?
—A los Martínez nunca les gusté. Me acusaron de estar interesada en Francisco por su dinero. Pero estaban equivocados. Yo estaba enamorada de él.
Pedro tuvo la sensación de que ella iba a abrirse a él por fin. Y, por algún motivo, se dió cuenta de que no le gustaría lo que iba a oír.
—Sigue —le dijo, a pesar de sus sospechas.
—Aunque ellos no aprobaban nuestro matrimonio, nos casamos. Luego él cambió. Fue como si se hubiese casado conmigo por llevarle la contraria a sus padres. Me quedé embarazada enseguida. Él no toleraba que yo me sintiese mal por las mañanas. Y al principio, incluso antes de que tuviese que ponerme ropa que parecía una carpa de circo, no quería saber nada de mí. No me tocaba ni me besaba —dijo, antes de que se le hiciese un nudo en la garganta. Después de varios minutos, logró continuar— Cuando nacieron tres niños, me dijo que ni siquiera quería uno, así que mucho menos tres. Ésa fue la primera vez que me enteré de cómo se sentía. Antes de casarnos, él sabía cuánto quería yo tener niños y estaba de acuerdo conmigo. Pero las exigencias de tres niños le coartaban la libertad. Y eso no es todo.
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