La mañana siguiente a la fiesta de la guardería, Paula estaba sentada en el sofá de su saloncito, con ganas de estrangular a la reportera del Storkville Sentinel.
—Adelante —dijo, cuando llamaron a la puerta.
—Hola —dijo Ana, al entrar.
—Hola —respondió, disimulando su sorpresa.
Era la primera vez desde que se casaron hacía tres semanas, que la madre de Pedro acudía a sus habitaciones. Siempre habían respetado su vida privada, como si viviesen en una casa diferente. Sabía que, después de que la historia saltase a la prensa, Pedro les había explicado a sus padres las circunstancias de su boda. Pero ella no había detectado ningún cambio en la actitud cariñosa que le habían demostrado desde el principio.
—Siéntate —invitó a Ana, señalándole un sitio a su lado.
—Gracias —dijo Ana, uniendo las manos en la falda—. ¿Puedo hacerte una pregunta sobre Pepe y tú?
Miró a su suegra. La cariñosa expresión de su rostro suavizaba la pregunta.
—¿Qué quieres saber?
—¿Por qué te casaste con él? Quiero saber la verdad. ¿Qué tiene mi hijo que te convenció para volver a hacer votos, que estoy segura de que te has tomado en serio? —preguntó, y no había crítica ni sospecha en su expresión. Parecía meramente curiosa y preocupada por su hijo, como cualquier madre.
—Porque fue amable con un niño que le manchó los pantalones.
—¿Algo más?
—Logró sacar tiempo para asistir a una fiesta de Halloween en la guardería a pesar de que sabía que la prensa haría su agosto con ello —dijo con rabia, arrojando el periódico sobre la mesa—. «EL LOBO CON PIEL DE CORDERO SE ESCONDE TRAS LAS FALDAS DE SU MUJER» —se burló—. Se creen que sus titulares son tan ingeniosos, me pone de los nervios.
—A mí también.
—Me dieron ganas de mostrarles el pergamino que le hicieron los niños, pero él no me dejó, porque sabe que cualquier cosa que digamos, ya se ocuparán ellos de tergiversarla.
—No es necesario que me lo digas. Me gustaría arrancarle a Brenda Kyle el corazón.
Les dió la risa.
—Nunca subestimes la furia de una madre —dijo Paula —. Si no fuese por el sonajero y su donación… Después de todo, es la verdad.
—¿Tienes dudas? —preguntó Ana bruscamente.
—No —dijo Paula, mirándola a los ojos—. No sé —dijo, haciendo un gesto de frustración con las manos—. ¿Y el sonajero?
—No estaba bajo llave. Cualquiera se lo podría haber llevado. Además, eso no quiere decir nada.
—Lleva grabado el escudo de los Alfonso —dijo Paula.
—Pero Pepe no es un Alfonso —añadió Ana.
—Pero usa ese apellido —dijo Paula, aturdida.
—Legalmente, es suyo. Horacio lo adoptó cuando me casé con él.
—Nunca se me ocurrió. Pensaba que Horacio era su padre. Lo llama papá.
—Lo es, en lo que importa —dijo Ana—. Pero el sonajero no es suyo. Aunque fuese el padre de los mellizos no les habría dado como recuerdo algo que no le pertenece. Y en cuanto a la donación —añadió, los ojos velados por el dolor—, él sabe lo que es tener una madre que trabaja. Antes de que me casara con Horacio, Pepe era un niño solo que tenía que quedarse en casa esperando que yo llegase de mi trabajo. Sabe perfectamente lo necesario que resultaba la guardería y su deseo de ayudar a Laura era genuino.
—Es típico de Pepe no buscar el reconocimiento de nadie —dijo Paula, mareada ante la nueva información—. ¿Cómo se conocieron Horacio y tú?
—Parece de novela —dijo Ana, con expresión soñadora—. Yo era la secretaria y él el jefe.
—Qué romántico.
—No te creas. Yo tenía un hijo y era pobre. Su familia pensaba que lo que yo quería era su dinero.
—Te comprendo —dijo Paula—. Por eso Pepe hablaba de las caza fortunas.
—No, habla por su propia experiencia. Cuando me casé con Horacio, él tenía trece años y fue muy duro para él ver que las chicas que se burlaban de él porque no llevaba ropa de marca y esas cosas, comenzaron a prestarle atención al día siguiente de mi boda.
—Qué brujas. Así aprendió que a las mujeres lo único que les interesa es el dinero y lo que este puede comprar.
—Siempre ha intentado evitar que yo sufriese, así que supongo que no ha dicho nada del sonajero a la prensa para protegernos a Horacio y a mí, su familia.
—Todo lo ha hecho por proteger a su familia.
—Así es como se comportan las verdaderas familias, uniéndose ante una agresión externa.
Así era exactamente como él los trataba a ella y a los niños. Una familia desde el principio. Algo que ella no había sentido nunca con Francisco, en todo el tiempo que estuvieron juntos.
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