sábado, 25 de marzo de 2017

Protegerte: Capítulo 36

—Listo Benja. Vete abajo con las niñas —dijo Pedro, y el niño salió corriendo.

 Varias horas más tarde, Pedro  se hallaba con Paula preparando a los niños para el juicio. Lo miró, una roca, apoyándola aunque hubiese tensión entre los dos. ¿Cómo se le había ocurrido aunque fuese por un instante que él había hecho lo que insinuaban las historias de los periódicos? Y, más importante todavía, ¿cómo habría logrado arreglárselas sin él antes? Un hombre corriente le hubiese retirado el saludo después de su comportamiento, pero Pedro le había demostrado que estaba por encima de la media, hasta besando. ¿Podría contar con él para que la apoyase una última vez frente al juez?

—Tenemos que lograr que los niños estén allí sin una mancha —dijo, sintiendo que la invadía el pánico—. ¿Y si llegamos tarde? ¿Y si Benja parece que ha sido criado por lobos? ¿Qué vamos a hacer?

—¿Qué quieres decir? —la miró a los ojos—. ¿Que no quieres que te acompañe?

—Creo que no podría sobrellevar esto sin tu apoyo —le dijo, poniendo su corazón en cada palabra. Sabía que la confianza era la mejor forma de demostrarle que no tenía dudas. A ella no le iban las cosas exageradas y no sonaría convincente— . Y tú, ¿Quieres venir?

Quizás él había cambiado de opinión. ¿Su indecisión se habría cobrado su apoyo además de su amor? Se le hizo un nudo en el estómago mientras contenía la respiración.

—No me lo perdería por nada del mundo —dijo él con sencillez. Señaló la chaqueta de Benja—. No te preocupes, apenas si se nota la mancha.

—Eso quiere decir que se nota. El juez pensará que soy una madre horrible, dejando que mi hijo vaya manchado.

Pedro la agarró de los hombros y la miró a los ojos.

—Eso quiere decir que Benja es un niño normal y que tú dejas que lo sea. Pero, al ver la ansiedad en sus ojos, sonrió levemente. —Pero si ello te hace sentir mejor —añadió— en el lavadero hay un quitamanchas fantástico. Lo sé por experiencia —le dió un apretón para tranquilizarla—. Yo iré metiendo a los niños en el coche mientras tú le quitas la mancha a la chaqueta.

—De acuerdo.

Cuando se marchó, echó en falta su presencia tranquilizadora. En cuanto acabase el tema de la custodia, a su favor, esperaba, encontraría la forma de convencerlo de que lo amaba. Cuando volvió del lavadero, después de quitarle la mancha a la chaquetita, una de las empleadas de la casa la detuvo.

—¿Señora Alfonso? —dijo, con un sobre en la mano—. Ha llegado este sobre por mensajero para el señor. ¿Se lo puede dar?

—Por supuesto, Silvia —dijo, mirando distraída el remitente.  Los resultados de la prueba de ADN.

El corazón le dió un vuelco. Comenzó a abrir la carta, aunque estaba segura de que dirían que Pedro no era el padre de los mellizos. Luego tuvo una idea. Su suerte ya estaba cambiando para mejor. Ya tenía la forma de demostrar su inquebrantable fe en él. Tomó la carta sin abrir y la guardó en su bolso.  Cuando subió al coche, miró a los trillizos como si fuese la última vez.

—¿Veremos a la Grandma Bea y G.G.? —preguntó Bneja.

—¿Quién es G.G.? —preguntó Pedro.

—Grandpa George. —Una vez fui a pescar con G.G. —dijo Benja.

—Eras tan pequeño, que me sorprende que lo recuerdes —dijo Paula.

Con el tema de la custodia, se había olvidado de lo bueno que tenían los Martínez, de todo lo que habían hecho por los trillizos.

Pedro  la miró desde su sitio frente al volante del lujoso coche.

—¿Ha salido bien? —preguntó, lanzándole una mirada a la chaqueta que ella llevaba en el regazo.

Ella tragó el nudo que tenía en la garganta.

—Perfecto. Pero mejor me la quedo yo hasta que lleguemos. No quiero correr ningún riesgo.

—Todo saldrá bien —dijo él, alargando la mano para darle un apretón.

 —Lo sé —respondió ella, devolviéndole la presión.

Intentaba decirle con ese gesto que le confiaba todo: sus hijos y su corazón. Se hallaban con los Martínez y la juez Susana Warner, que parecía demasiado joven para tomar una decisión tan salomónica. Pedro no sabía si el hecho de que fuese mujer era positivo o no. Los niños y los abogados esperaban fuera.

—Esta es una sesión informal para evitar un juicio dentro de lo posible. Necesito saber por qué quieren la custodia de estos niños —le preguntó a los Martínez.

—Mi esposo y yo creemos que seríamos más adecuados para criar nuestros nietos —dijo Beatríz Martínez, después de lanzarle una rápida mirada al hombre mayor a su lado.

Pedro  vió una profunda tristeza en los ojos de los dos.

—¿Y por qué piensa que los niños estarían mejor con ustedes? —preguntó la juez.

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