sábado, 18 de marzo de 2017

Protegerte: Capítulo 23

—Prosigue —dijo él, aunque no quería saberlo.

—Me dí cuenta de que me era infiel. Quizás con más de una mujer. Las mujeres lo llamaban por teléfono, y a veces tenía olor, a perfume que no era el mío, o venía con manchas de carmín —dijo, lanzando una amarga carcajada—. Los signos habituales, como sí quisiese que yo me enterara.

—¿Qué sucedió? —preguntó Pedro. La rabia le carcomía las entrañas al pensar en ese hombre que lo tenía todo y no había sabido apreciarlo.

—Me enfrenté a él y le sugerí que fuésemos a un consejero matrimonial —dijo ella, con el cuerpo rígido. Alargó la mano para tomar la copa, pero le temblaba tanto que la volvió a dejar sobre la mesa—. Nunca lo había visto tan furioso. Se marchó y nunca lo volví a ver. Se mató en un accidente de coche a una milla de distancia.

—Pau, lo siento, pero…

—No te lo he contado para que me tengas lástima, Pepe. Pero quiero que comprendas que no seré víctima otra vez.

Era tan fuerte, que le costaba trabajo imaginársela pisoteada.

—Después de su muerte, todo lo que me quedaba era el título de la universidad, pero como no tenía experiencia laboral, no conseguía ganar lo suficiente para mantenernos. Y esa era mi situación porque había invertido toda mi energía en el hombre que amaba y en mis hijos.

—Lo dices como si fuese malo.

—Solo que fui estúpida. Sus padres rehusaron ayudarme. No tenía a quién recurrir.

—Es obvio que son personas egoístas, pero no te veo como una víctima. Te recuperaste bien rápido, señorita. A pesar de no tener nada a tu favor, encontraste un trabajo aquí en Storkville y mantienes a tus hijos sin ayuda.

—Exactamente —sonrió ella tristemente—. Y no puedo permitirme rechazar ese empleo. No volveré a correr semejante riesgo nunca más. Yo lo quería y él sistemáticamente mató el amor que le tenía.

—Yo nunca te haría algo similar.

—¿Y por qué iba a creerte?

—Pau—dijo Pedro aturdido—. No sé qué decirte.

—Francisco decía muchas cosas, pero luego actuaba de forma completamente opuesta.

Pedro se levantó del sofá para pararse frente a ella.

—Lamento que hayas tenido que pasar por eso, pero yo no soy como Francisco. No hay forma de demostrártelo salvo con el día a día -tomándola de los brazos, la acercó suavemente hacia él. —Pensándolo bien, sí hay algo que puedo hacer.

Concentrándose en el pulso que le latía en la base del cuello y que le indicaba que ella se sentía como él, acercó lentamente su boca a la de ella. Sintió su conflicto, su titubear y su necesidad. Movió sus labios sobre los de ella suavemente, mordisqueándoselos con dulzura. Ella levantó los brazos y le rodeó el cuello con ellos. Sus senos le quemaron el pecho cuando ella amoldó sus curvas a las de su cuerpo. Era todavía más maravillosa de lo que él había imaginado. Suaves gemidos se escaparon de sus labios, incitándolo a que prosiguiese. Se le hizo difícil respirar, y no era el único.

—Pau, déjame que…

Ella se quedó rígida un momento, luego bajó las manos y lanzó un entrecortado suspiro.

—Pepe, no puedo hacerlo.

—No me dirás que no me has devuelto el beso.

—Eso sería una mentira —le dijo, rogándole con los ojos que la comprendiese— Odio el engaño. Y sería una tontería pretender que no te encuentro atractivo, pero no te quiero engañar. Ya no me interesa más casarme, gracias a mi esposo. Lo único bueno que me dio fueron los trillizos. Cuando me asegure la custodia, tú y yo nos separáremos. Desde el principio ha sido una transacción de negocios. ¿Besarías a un socio, Pedro?

—Probablemente no —respondió él, sonriendo.

—Entonces, por favor, no compliques nuestras relaciones besándome otra vez. Los negocios son los negocios —frunció el ceño—. Por cierto, ¿Cuándo necesitas que cumpla con mi parte del contrato y te ayude con las cuestiones sociales de la empresa?

En ese momento no había nada más lejos de su mente, pero era uno de los argumentos que había utilizado para convencerla de que se casase con él.

—Hay una fiesta de disfraces en la casa el sábado anterior a Halloween.

—¡Faltan dos semanas y media! ¿Cuándo pensabas decírmelo?

—Se me pasó —como muchas otras cosas, ya que ella y sus trillizos habían irrumpido en su vida como un tornado—. Supongo que no estoy acostumbrado a tener una esposa que se ocupe de eso.

—Hablaré con Daniela y tu madre y averiguaré de qué forma puedo ayudar.

—Perfecto —dijo, mirándole los labios llenos. Cuando estaba solo con ella, de lo último que quería hablar era de fiestas—. Pero Pau, con respecto a los besos, tenemos que simular que somos una pareja que se quiere y se entrega, por la cuestión de la custodia de los niños.

—Podemos hacerlo sin necesidad de besarnos. Es algo muy importante para mí. Prométeme que no me volverás a besar.

—No te puedo mentir —negó él con la cabeza—. No te puedo dar mi palabra.

—Al menos eres sincero —suspiró ella—. Pero es tarde y estoy cansada. Será mejor que nos vayamos a dormir.

—De acuerdo —lo mejor era no presionarla. Dió un paso atrás y se pasó la mano por el pelo—. Que duermas bien, Pau.

—Lo dudo —dijo ella irónicamente—. Igualmente —susurró cuando él se retiró por la puerta de conexión.

Por fin se había enterado de lo que había sucedido, y lo único positivo que sacaba de ello era que Paula no era una cazafortunas. Pero había pocas probabilidades de que ella volviese a confiar en alguien, especialmente en un hombre rodeado de sospechas. Sabía que tarde o temprano la prueba del ADN lo aclararía todo, pero si ella se enteraba de que se sospechaba de él cuando le propuso matrimonio, nunca creería que no lo había hecho por sus propios intereses egoístas, proteger su reputación para que no cayesen las acciones de la empresa. La única posibilidad que tenía de que ella cambiase su actitud era si todo se mantenía en secreto hasta que pudiese demostrar su inocencia.

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