Al ver a Paula salir de la habitación de los niños, Pedro sintió que su vida por fin tenía sentido, que se hallaba completa. Pero eso no lo hacía olvidarse del deseo, por el contrario, contribuía a que la desease más.
Ella lanzó una última mirada de protección y amor antes de darse la vuelta. Vió a Pedro en el gran salón de estar de esa suite. Estaba sentado en un sofá floreado que hacía juego con otro en tonos de crema, verde cazador y coral. Pequeñas mesas de roble se distribuían entre el mobiliario y el televisor, en una esquina junto con el aparato de música, completaba la sala de estar. Pedro esperaba que a ella le gustase, pero no tanto como para que no pudiese ser persuadida a que compartiese la suite de él, que era contigua. Cuando estuviese preparada.
—No me lo puedo creer —dijo ella.
Oh, Dios. ¿No habría hablado en voz alta, verdad? Pero al ver que ella continuaba sonriendo, se dio cuenta de que se refería a otra cosa.
—¿Como te las has ingeniado para ocuparte de todo? —aclaró ella—. Las flores, mi ramo, los anillos —hizo una pausa para tomar aire—. Y las tres camas iguales para los niños. No intentes convencerme de que ya estaban en esa habitación, porque he visto las marcas de una cama de matrimonio en la alfombra.
—Mamá me ayudó. Y también puedo levantar el teléfono y delegar —dijo con un encogimiento de hombros—. Nada especial.
—Sí que es especial.
—Comparado con lo tuyo, no es nada —dijo, lanzando una mirada a la puerta tras la cual los tres niños dormían plácidamente—. No intentes decirme que meterlos en cama no es nada —dijo, dándose unos golpecitos en el pecho—. Yo estaba allí.
—¿Recuerdas el chubasquero del que hablábamos? Será mejor que lo tengas a mano —rió, al verlo todo salpicado por el agua del baño de los niños.
—Lo recordaré —dijo, devolviéndole la sonrisa—. Eso sí que es trabajo. Bañarlos, secarlos, pijamas, peinarlos, que se laven los dientes, el cuento, las oraciones… y eso sin contar la huelga de brazos caídos por triplicado.
—Por suerte tú has subido a dos, yo solo tuve que subir a uno. Eso redujo las negociaciones a un tercio.
—No seas modesta. Cada noche ha de ser una tarea titánica, casi como la invasión de Normandía el día D.
—¡Exagerado!
—Un poco solamente. No me explico cómo te las has ingeniado sin tu esposo. Has de echarlo de menos, en muchos aspectos.
Deseó no haber abierto la boca al ver que una expresión indefinible reemplazaba la alegría de sus ojos. Podría haber sido rabia o dolor, o una terrible tristeza. Cuanto más la conocía, más deseaba ser el único hombre de su vida. No quería compartir con ella el recuerdo de otro hombre.
—La verdad es que me acostumbré a ocuparme de los trillizos sola. Él estaba siempre ocupado —dijo ella vagamente.
Pedro se dió cuenta de que había más que ella no le decía, probablemente porque le causaba demasiado dolor. ¿Lograría en algún momento superar el amor que sentía por el esposo que había perdido, lo suficiente para dejar sitio a alguien más en su corazón? Lo que más rabia le daba era no poder confiar en ella plenamente antes de esperar los resultados del test del ADN. Añoraba tener una compañera, una mujer con quien compartir todo, una esposa que confiase en él totalmente, aunque hubiese evidencia en su contra. Deseaba que llegase el momento de poderle aclarar a la vez todo lo que demostraba su inocencia. Si había justicia en el mundo, así sería como sucedería. Mientras tanto, esperaba que el sheriff cumpliese su palabra de llevar a cabo la investigación discretamente. No quería mortificarla. Esperaba que ella nunca tuviese motivos para perder su confianza en él. Y aunque no deseaba en absoluto saber lo mucho que amaba a su anterior esposo, tenía la sensación de que ella necesitaba hablar de ello. Para superar la terrible pérdida, compartir ese peso era el primer paso. Quizás luego pudiese dejarlo atrás y seguir su camino.
—No puedo creer lo maravillosos que son tus padres —dijo ella—. En serio, no podrían haber sido más encantadores con los niños y conmigo, a pesar de que se sorprenderían bastante cuando se lo dijiste.
—Yo diría que están aliviados de que finalmente haya sentado cabeza.
—¿Te habrías vuelto atrás si hubieses sabido la trabajoso que resulta preparar a los trillizos para irse a la cama?
—No.
¿Cómo podía un monosílabo despejarle a Paula la cara como un rayo de sol después de una tormenta? Su negativa hizo que desapareciera su gesto adusto y volvió a sonreír dulcemente.
—Buena respuesta —dijo. Luego se le acercó, se puso de puntillas y lo besó en la mejilla. Retrocedió rápidamente y dijo—: No es necesario que ayudes, sabes.
El calor del beso en su mejilla le dio deseos de seguir la exploración que había iniciado en la boda, después de decir: «Sí, quiero».
—Todo lo contrario —dijo, en vez de besarla—. Me gustó —especialmente su agradecimiento—. Y me atrevo a decir que no rechazarías un par de manos extra — añadió.
Lo que quería en realidad era comprobar si ella sentía algo por él. La impresión que le había dado su respuesta al tradicional beso de boda no podía estar tan equivocada. Y había sido frente a los niños y casi extraños. Ella se había olvidado de todo y le había devuelto el beso. Y hacía un minuto le había dado un beso en la mejilla, de motus propio. Dió un paso hacia ella.
—Pau, yo…
Ella se cruzó de brazos, alejándose de él lo más posible.
—Pepe, quiero agradecerte algo más —dijo, con voz trémula.
—¿Sí?
—Por las habitaciones separadas.
—Comprendo —dijo él, pasándose una temblorosa mano por el cabello.
—Esta suite es muy agradable y te agradezco que nos hagas sentir tan cómodos. Pero… ¿Qué pasa con la puerta de intercomunicación? —se enderezó un poco, como preparándose para lo peor.
—Quedamos en que simularíamos estar enamorados, así que elegí esta suite para tí y los niños por lo de la puerta, ¿Sabes? Los sirvientes siempre chismorrean.
—Ah —dijo ella, llevándose la mano a la boca—. ¿Y si dejo algo de ropa mía desparramada en tu dormitorio, no ayudará un poco también?
—De acuerdo. Y yo me ocuparé del resto de los rastros.
Un favorecedor rubor le coloreó las mejillas al darse cuenta de que él se refería a sábanas enredadas.
—Has pensado en todo —dijo—. Nueve de cada diez nombres habrían exigido sus derechos. Te agradezco que hayas respetado nuestro acuerdo al pie de la letra.
Lo frustraba no tener la intimidad que quería con ella, el sentirse unidos como pareja. Algo que se daba cuenta que deseaba más y más. Pero no era aquel momento de presionar. Sentía que, con un poco de suerte, podrían lograr algo si se tomaban suficiente tiempo como para que creciese. Ella no se hallaba preparada para acelerar el paso en su relación. Le concedería un poco más de tiempo antes de presionarla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario