sábado, 25 de marzo de 2017

Protegerte: Capítulo 35

—No me sorprende que desconfiara de las mujeres. Él y yo tenemos más en común de lo que pensaba.

—Es una pena que los demás influyan tanto en nuestras vidas. La confianza de Pepe recibió un buen vapuleo cuando era niño.

—¿Cómo es posible que Pepe no sepa que es tan guapo? Créeme, lo es, y no importa que lleve ropa de marca o harapos. Además, la belleza no es lo que importa. Es también encantador y divertido y dulce y cariñoso. Y… ¿qué? —preguntó, cuando la otra mujer sonrió.

—Estás enamorada de él —afirmó Ana—. A pesar de todas las porquerías que pone el periódico—. Y él te quiere también.

Ella estaba segura de su amor, pero lo que le llamó la atención fue lo del amor de Pedro.

—¿Cómo lo sabes?

—Por más que diga que se casó contigo para proteger su imagen, lo conozco, y sé que está enamorado de tí.

Antes de que Paula pudiese preguntarle cómo lo sabía, el hombre en cuestión entró al saloncito por la puerta de conexión.

—¿Qué pasa? —preguntó, lanzándoles una mirada de curiosidad al verles la expresión del rostro—. No pretendía interrumpiros, pero necesito hablar con Paula sobre la audiencia de esta tarde por la custodia de los niños. Ha habido cambios.

—¿Cuáles? —preguntó Paula, con una opresión en el pecho.

—Los dejo solos, entonces —dijo Ana, poniéndose de pie. Le dió un apretón en la mano a Paula—. Cualquier cosa que necesites, dímelo.

—He recibido una llamada de los abogados —dijo Pedro, una vez que su madre se hubo ido, sin acercarse.

A pesar de desear que él la abrazase y la apoyase como antes,  no lo culpaba por no acercarse. En vez de defenderlo, ella había estado indecisa, dejando qué creyese que ella creía en lo que se sospechaba de él. Ella le había dicho que los actos eran más importantes que las palabras. Desgraciadamente, sus actos ya habían hablado por ella, y ahora no había palabras para paliar el daño.

—¿Qué te han dicho?

—El juez designado al caso quiere hablar con las dos partes esta tarde.

—¿Es eso bueno o malo? —preguntó ella.

—No sé qué decirte —reconoció él—. Puede que sea bueno, pero quién sabe.

—¿Qué puede pasar?

—Si su abogado es bueno, sacará a relucir las sospechas sobre mí. Mencionará la prensa de hoy y dirá que os estoy usando a tí y a los mellizos para limpiar mi imagen pública. Al igual que la reportera del Sentinel, un buen abogado puede escarbar en mi vida y llegar a la conclusión de que te casaste conmigo para no perder a los trillizos.

—Pero ahora…

—Quizás no debería ir yo —dijo Pedro—. Podrías perder a los niños por mi culpa. Piénsalo, Pau, si ni siquiera tú puedes decir que no crees en lo que se dice de mí.

—No creo en lo que se dice de tí.

—De acuerdo —dijo él, dirigiéndole una mirada escéptica.

 ¿Cómo iba a convencerlo de que decía la verdad? Porque sabía perfectamente, antes de hablar con su madre, que él era incapaz de darle la espalda a un niño, especialmente suyo.

—Si quieres que vaya, dímelo —dijo Pedro—. Piénsalo bien. Lo comprenderé, digas lo que digas.

Antes de que pudiese decirle que no tenía nada que pensar, se había ido. Llena de horror, Dana se dio cuenta de que si los Martínez conseguían la custodia de los niños, perdería todo lo que tenía, ya que no había forma de demostrarle a Pedro que creía en él y lo amaba de veras.

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