jueves, 2 de marzo de 2017

Juegos Peligrosos: Capítulo 37

Enrique Leonate organizó un baile para todos «los notables» como él los llamaba. Entre sus invitados se contaba la mayoría de los miembros del Consejo de Nápoles, antiguas familias napolitanas y muchos de sus colaboradores. También logró persuadir a los padres de Paula de que postergaran unos días su vuelta a Inglaterra y asistieran a la fiesta. Aquella noche, Alejandra y Miguel, junto a Lucas y Paula, se dirigieron a uno de los palazzos donde Leonate había alquilado el salón de baile.

Era una gran ocasión. La familia Alfonso en pleno se encontraba allí; entre ellos, Francisco con una joven que Fabián no dejaba de observar con ojos esperanzados y Pedro, que escoltaba a la joven Giuliana, que parecía una modelo con su traje blanco de seda.  Paula también estaba muy elegante con su traje de seda azul, aunque nunca se le habría ocurrido competir con la deliciosa Giuliana.

Enrique se mostró exultante cuando hizo un aparte con Pedro y Paula.

-Será una velada maravillosa que culminará cuando abráis el baile con un vals.

 -Realmente no es necesario -dijo Paula.

-Sí que lo es. Estamos celebrando la fusión de las dos empresas, el comienzo de una convivencia pacífica, fructífera...

-Solamente son dos empresas, no dos reinos -señaló Paula-. Hay que guardar las proporciones, Enrique.

-Estoy de acuerdo con ella -convino Pedro, con los dientes apretados-. Será mejor que te olvides de la idea.

-¿Qué tontería es ésta? Les ordeno que bailen juntos -explotó.

Con el propósito de calmarlo, Pedro y Paula accedieron al instante y abrieron el baile.

-Lo siento -rezongó Pedro.

-No te preocupes. Empiezo a conocer a Enrique. No le hace daño a nadie. Sólo tenemos que sonreír, ser amables y luego marcharnos cada cual por su lado.

-¿Te das cuenta de que suena muy melancólico?

-Los nuevos caminos siempre conducen a un sitio diferente -dijo ella.

-¿Y si no fuera ése el sitio donde queremos ir?

-No olvides que tienes a Giuliana esperando en tu camino. Probablemente te llevará a algún lugar interesante.

-Calla -dijo con suavidad-. No digas eso, ¿Me oyes?

-¿Por qué no?

 -Hablas como si te hubiera traicionado. Aunque si tú nombras a Giuliana, yo puedo nombrar a Lucas. Dime que no estás enamorada de él.

 -¿No te dije una vez que nunca me volvería a enamorar de hombres inadecuados?

-Bruja -dijo con amargura-. Strega.

-Sí, deberías tener cuidado conmigo.

La boca de Pedro estaba muy cerca de la suya, de modo que podía sentir el susurro de su respiración en los labios. El placer que sintió fue tan dulce e intenso que creyó que iba a desfallecer. Anhelaba con tanta intensidad que la besara que nada le importaba en ese instante. El deseo le hizo olvidar la prudencia hasta el extremo de decidir que ella lo besaría primero. Lo haría en cualquier momento, y el mundo podría pensar lo que quisiera. Y en ese instante, el vals llegó a su fin.

En medio de los aplausos de los invitados, Pedro  la condujo donde se encontraba Lucas y, con una ligera inclinación de cabeza en señal de saludo, fue a reunirse con Giuliana.

Y a la mañana siguiente, cada uno tomó su propio camino.

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