martes, 7 de marzo de 2017

Protegerte: Capítulo 6

La mañana siguiente a la reunión de la Cámara de Comercio, Pedro entró en su despacho y se sentó detrás del escritorio justo cuando sonaba el intercomunicador.

—¿Sí, Daniela?

—El sheriff Malone ha venido a verlo, señor Alfonso.

—Que pase.

 Pedro supuso que vendría a pedir una donación para la fiesta de Halloween de la policía. Todos los años montaban una «Casa del Terror» para mantener a los niños entretenidos y vigilados. Al pensar en niños, la imagen de Paula y sus tres hijos le vino a la mente. Era algo que le sucedía con alarmante frecuencia desde que la había conocido, aunque había hecho todo lo posible por olvidarla. Quizás fuese más fácil si pudiese darse cuenta de qué era lo que la hacía tan inolvidable. Después de verla la noche anterior, le había costado trabajo dormirse. Cuando finalmente logró conciliar el sueño, había soñado con Paula. Nunca había conocido a una mujer que lo cautivase tan rápido y tan completamente.

Cuando se abrió la puerta, notó la cara seria del sheriff. Pedro no lo conocía demasiado, pero le caía bien y lo respetaba. Alargó la mano.

—Buenos días, Alberto.

—Hola, Pedro—respondió el sheriff, estrechándole la mano con firmeza.

—Siéntese —le dijo, indicando una de los sillones de piel frente a su mesa, luego se sentó enfrente.

—Gracias. Pero esta no es una visita social —respondió el sheriff, sentándose—. Es sobre los mellizos que abandonaron en la guardería.

Pedro había oído que llamaron al sheriff después de que nadie reclamase a los bebés. Desde entonces,  Alberto investigaba todas las pistas posibles. Pero no tenía idea de por qué lo había ido a ver, ya que él no tenía información que añadir a la investigación.

—Había —se aclaró Alberto la garganta— un sonajero entre la ropa de los mellizos cuando los dejaron en casa de Laura.

—No lo sabía.

—Bien —asintió con la cabeza—. He intentado que nadie se enterase. Así resultará menos complicada la investigación.

—¿El sonajero le ha dado pistas de quién es la madre?

—No, pero quizás del padre —dijo el sheriff, sin quitarle de encima la penetrante mirada.

Pedro se puso tenso y un frío lo invadió.

—¿Qué quiere decir con eso?

Alberto sacó del bolsillo de su camisa un antiguo sonajero de largo mango.

—Creo que esto puede ser suyo. Es de plata. Caro. Tiene el escudo de armas de los Alfonso.

—¿Está seguro? —preguntó Pedro, totalmente azorado.

—El escudo está muy gastado, así que me llevó un rato identificarlo. Pero usted mismo podrá verlo —dijo, alargándoselo.

—¿No le arruinaré alguna huella digital? —preguntó Pedro, titubeando un instante.

—Me parece que ha estado viendo muchas series en la tele —dijo el sheriff, esbozando una media sonrisa—. Le hemos tomado las huellas, pero no hemos conseguido ninguna entera.

Pedro tomó el sonajero y lo examinó. La rabia lo invadió unos minutos más tarde al reconocer, casi totalmente borrado, el escudo de la familia. ¿Qué infiernos sucedía?

—Es cierto, pertenece a la familia Alfonso.

—¿Tiene alguna idea de por qué estaba con los mellizos?

 —En absoluto —dijo, negando con la cabeza.

—¿Tendrá algo que ver con que usted sea el padre? —preguntó Alberto, serio.

—No.

—¿No tiene nada más que decir?

—Podría montar un número, demostrando indignación como cualquier hijo de vecino. Podría dar voces y golpear la mesa con el puño, pero no por ello haría que mi respuesta fuese menos honesta. Estoy seguro de no haber engendrado ningún niño, y mucho menos un bebé abandonado en la guardería.

—Me gustaría quedarme con el sonajero, sigue siendo una prueba —explicó Alberto. Pedro se lo devolvió. El sheriff pareció relajarse al tomarlo y volver a metérselo en el bolsillo—. ¿No le ha dado usted el sonajero a nadie?

—No.

—¿Tiene idea de cómo fue a dar a la canastilla de los mellizos?

—¿Podría haber tenido alguien acceso a él?

—Cualquiera que entrase a la casa. Hay algunas antigüedades de la familia expuestas en uno de los salones. Y usted lleva suficiente tiempo en el pueblo para saber que en la propiedad de los Alfonso tienen lugar numerosas funciones sociales y de caridad. Hablaré con mi madre para ver si ella ha echado algo en falta.

—Hágalo —asintió Malone con la cabeza—. Mientras tanto, quizás quiera hacerse la prueba del ADN.

—Pero yo…

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