—¿Y?
—Me cortaron la comunicación telefónica. Lo último que dijeron fue que su abogado se pondría en contacto conmigo.
—Lo siento de veras, Paula—dijo él, tomándole la mano con la suya, firme y cálida—. ¿Qué puedo ha…?
—Ah, y antes de amenazarme con el abogado me dijeron que no es seguro que una mujer críe a tres niños sin esposo. Que es peligroso porque son demasiados.
—Es casi lo que te acabo de decir —dijo Pedro, moviendo la cabeza—. No me extraña que perdieses el control. Lo siento. Intentaba que te sintieses mejor, pero en vez de ello, te repetí casi lo mismo que tu familia política.
—¿Cómo ibas a saberlo? Insisten en que los niños estarán mejor con ellos. Es una casa donde el dinero no es obstáculo y habría una madre y un padre.
—¿Un padre? —dijo él. Lo dijo casi como pensando en voz alta. Los ojos le brillaban de excitación.
Paula le miró la expresión del rostro. ¿Qué infiernos estaría pensando? Tendría que haberle soltado la mano, pero no se podía resignar a separarse del calor, el apoyo, la conexión con él. Era maravilloso, como si no estuviese sola. Aunque sabía que era una tontería, porque esa era su propia batalla y no tenía quien la apoyase. Se sentía tremendamente agradecida porque al menos él la hubiese escuchado.
—Pedro, si pensase por un momento que los niños iban a ser felices con ellos y crecer bien en ese medio, se los daría con mis bendiciones. Pero los conozco. Gerardo y Beatríz Martínez son egoístas y cerrados. Dejarían a los niños en manos de sirvientes. Los trillizos se sentirían tan solos en esa atmósfera adulta y sofisticada… No es sitio para niños, es demasiado adulto.
—No puedes permitir que te ganen, entonces —dijo él.
—Ya lo sé —dijo ella con determinación—. Pero una parte de mí se preocupa porque tienen razón. Si uno no profundiza demasiado, parece que son la sal de la tierra. Peor, son algo que yo no puedo ser madre y padre.
Él se puso de pie, metiéndose las manos en los bolsillos del pantalón antes de comenzar a pasearse por el despacho.
—¿Pedro?
Pareció que él no la oía. Continuó caminando y ocasionalmente se pasó los dedos por el cabello.
—¿Pedro? ¿Qué te pasa?
Él se giró hacia ella y había tal intensidad en su expresión que ella se quedó sin aliento.
—Pedro, dí algo. No sé qué hacer.
—Cásate conmigo.
Paula se quedó boquiabierta, incapaz de articular palabra. Con las manos en la cintura, él se acercó a ella y la miró.
—¿Qué dices?
Ella se encogió de hombros, sacudiendo la cabeza con incredulidad.
—Venga, Paula. Es muy sencillo. Solo tienes que decir que sí.
—¿Por qué? —preguntó ella en un susurro.
—Sería una solución para ambos.
—Pensaba que yo era la única que tenía problemas.
—¿Quieres que te hable de mis problemas? —preguntó él, sacudiendo la cabeza—. Para empezar, me vendría bien tener una esposa. Soy el presidente de la compañía y sería sensato para toda la cuestión social. Un gerente general con una familia sirve para que se estabilicen las acciones. A nuestros inversores no les gusta la inseguridad.
Una expresión extraña se le reflejó en el rostro, como si algo más lo preocupase.
—No me parece un buen motivo, Pedro, pero supongamos por el momento que te creo. ¿Y a mí, qué diferencia me supondría casarme?
—Podría darte a tí y a los niños seguridad.
—No necesito tu caridad, Pedro —dijo ella, poniéndose de pie—. Puedo ocuparme de mis niños sola.
—En circunstancias normales, sí. Pero tú misma has dicho que los Martínez tienen suficiente dinero para ganar un caso de custodia legal. Te estoy ofreciendo poner a tu disposición todos mis recursos, que son considerables.
—Y, permíteme que te repita, ¿Qué lograrías con ello? —dijo ella, mirándolo a los ojos—. Un hombre que tiene un aspecto que… quiero decir, un hombre como tú podría hacer que cualquier mujer que él quisiese lo acompañase en sus funciones sociales. ¿Por qué te ibas a comprometer? Me refiero a legalmente, ¿para qué atarte a una mujer con trillizos?
—Me gustan los niños. Y me gustas tú. Si quieres que te diga la verdad sin fiorituras ni romanticismos, me gustas desde el primer día en que te ví.
Ella le analizó la expresión, los ojos. Y lo único que vió fue sinceridad. Pero Francisco también le había parecido sincero hasta el día en que le encontró lápiz de labios en el cuello. Su desilusión había sido terriblemente dolorosa.
—Me gusta que me digas la verdad, pero, ¿Por qué matrimonio?
—Piénsatelo. Tengo contratada una empresa de abogados que la mayoría del tiempo no tienen nada que hacer. Mira el lado positivo: por fin le sacaría provecho a mi inversión.
—¿Pero, Por qué matrimonio?
—Si hay que ir a juicio, tendrías lo mejor. Tendrías un esposo y un padre para los niños. ¿Qué mejor le puede parecer a un juez que la madre y su esposo para ocuparse de unos niños?
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