Poco tiempo después de que sus padres se fuesen, Pedro observaba a Paula dar las buenas noches a los niños con un beso. Sabía que aquella vida que tanto le comenzaba a gustar podía desaparecer en un abrir y cerrar de ojos. Ella sabía ahora quién era el benefactor de la guardería. ¿Quién habría pensado que su simple deseo de evitar la publicidad haría que ahora pareciese culpable de algo? Aunque ella no sabía todavía que habían encontrado el sonajero de los Alfonso con los bebés. Nuevamente se preguntó cuándo estaría lista la prueba del ADN. Si se enterase antes de que… Ella se detuvo junto a él en el umbral de la puerta y se despidió nuevamente. contuvo el deseo de abrazarla. Esa no era la forma de ganarse a una esposa.
—Buenas noches, niños —saludó Paula.
—Buenas noches, mami. Buenas noches, señor Alf —dijo Benja y le lanzó un beso.
—Buenas noches Benja, Meli e Isa —respondió, lanzándoles tres besos imaginarios.
—¿Mami?
—¿Sí, Meli?
Pedro se preguntó cómo sabría Paula cuál de las niñas había hablado. Estaba demasiado oscuro para verle el lunar.
—¿Por qué no le das al señor Alf un beso de buenas noches?
Sobresaltada, le lanzó a él una mirada nerviosa y luego se volvió a su hija.
—Porque todavía no nos vamos a la cama.
—Ah.
Se hizo un silencio en el que parecía oírse cómo carburaban las mentes de los trillizos. No tardaron en volver a hablar.
—Señor Alf, ¿Después le darás un beso?
La miró. Claro que lo deseaba. Todas las noches, solo en su cama, en lo único que pensaba era en tenerla junto a sí, calentándole la cama, la sangre, el corazón. Y en besarla y llevarla al siguiente nivel, que era la liberación que los esperaba a ambos. Con un beso no le alcanzaría. Pero ella no le había dado ninguna señal de que estuviese lista para acelerar el paso de su relación.
—Ya basta de preguntas. Es hora de dormir para ustedes, chicos.
Juntos, salieron de la habitación y ella dejó la puerta entreabierta. Tenía una expresión cansada y los hombros tensos.
—Todavía no has comido nada, señorita —la regañó.
—No sé qué es más importante, si comer o dormir —suspiró—. Ya que estoy demasiado cansada para comer, creo que optaré por lo segundo.
—Ven para aquí un momento —le dijo, llevándola hacia el sofá y haciéndola sentarse en los blandos almohadones. Luego le levantó las piernas y se las apoyó sobre la mesa de café—. No te muevas hasta que vuelva.
Se fue a la cocina y, para no molestar a la cocinera a esa hora, buscó en la nevera y encontró un estofado de carne, puré y guisantes de la cena del día anterior. Mientras los calentaba en el microondas, sacó una bandeja y puso en ella cubiertos, servilleta, vino y dos copas. Le hubiera gustado tener una rosa roja, pero no había. Cuando todo estuvo listo, llevó la bandeja arriba y se encontró a Paula exactamente donde la había dejado.
—La cena está servida —le dijo suavemente, viendo cómo ella abría los ojos parpadeando.
¿Sabría lo sexy que resultaba ese movimiento? ¿O lo mucho que deseaba tenerla junto a sí cada mañana? Apartó el pensamiento de su mente. De ningún modo se aprovecharía de la cansada madre de trillizos, a pesar de desearla con todo su corazón.
Ella se enderezó y puso los pies en el suelo mientras él le colocaba la bandeja enfrente, sobre la mesa.
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