—Porque sería una situación en la que ambos saldríamos ganando. No tiene peligros ocultos.
Le resultaba fácil decir eso porque nunca se había casado. Pero su matrimonio le había quitado a ella la ilusión para siempre.
—Sigo sin comprender qué ganarías tú con ello. Me parece una forma increíblemente drástica de conseguir a alguien que te sirva de anfitriona en las funciones sociales.
—Las situaciones drásticas requieren medidas drásticas —dijo él, retirándose el cabello de la frente con la mano—. De acuerdo, ¿Qué te parece esto? Podrías evitar que se acercasen a mí las mujeres que solo están interesadas en mi dinero.
—¿Es algo que te causa problemas?
—¡Ni te lo imaginas!
Antes de que ella pudiese responder, llamaron al intercomunicador.
—¿Sí, Daniela? —dijo él, dirigiéndose a la mesa y apretando el botón.
—El laboratorio del hospital ha llamado para confirmar su cita para mañana a las ocho.
—Gracias. ¿Están bien los niños?
—Comiéndose la pizza y portándose como santos.
—¿Y usted?
—Pasándomelo genial con ellos —respondió la secretaria antes de cortar.
—No estarás enfermo, ¿No? —preguntó Paula, preocupada.
—No, una prueba del ADN —murmuró él.
—¿ADN, por qué? —preguntó ella, alterándose.
—Igual que todos los demás hombres del pueblo, para descartar que sea el padre de los mellizos.
Ella no supo a qué atribuirlo, pero le dió la sensación de que había algo más que él no le quería decir.
—Entonces, ¿Qué dices de casarnos? Para proteger mi virtud —añadió antes de que ella pudiese volver a preguntarle nada.
—¿Cómo sabes que no lo haría por tu dinero? Después de todo, ya me han acusado de ello antes.
—¿Tus suegros?
—No tienen pelos en la lengua —respondió ella, asintiendo con la cabeza.
—Yo tampoco, así que, en respuesta a lo que dices, no tengo ni idea si estás interesada o no en mi dinero. Pero he podido comprobar lo mucho que quieres a tus niños. Y, como yo he sido quien ha hecho la propuesta, soy yo quien controla la situación.
Paula hizo una mueca al oírlo. Control. Ya había tenido suficiente. Primero de Francisco y luego de sus padres. Le gustaba Pedro, más de lo que debiese. Y no estaba dispuesta a volver a sentirse vulnerable. Otra vez no. Antes de responderle, inspiró profundamente.
—Gracias, Pedro. Tu oferta es muy generosa. Y nueve de cada diez mujeres pensarían que he perdido la cabeza, pero mi respuesta tiene que ser negativa. Incluso con un acuerdo prenupcial para demostrarte que no estoy tras tu dinero, creo que cometeríamos un error ambos.
—¿Cómo lo sabes?
—Por un motivo muy simple: no me quiero volver a casar.
—Lamento oírlo.
—Yo también —dijo, mirando el reloj—. Mira la hora que es. No era mi intención ocupar tanto de tu tiempo. Tengo que llevar a los niños a casa —se dirigió a la puerta y lo miró desde allí.
—¿No reconsiderarás la posibilidad?
—No es por tí, Pedro —le respondió ella, sabiendo que se refería a su proposición de matrimonio—. Es por el amor. Ese es el único motivo para casarse. Y a mí no me volverá a suceder nunca.
Paula se encontraba en la oficina de Baberos y Botines a la hora de la comida. Mientras se comía su sándwich de atún, pensaba en la conversación con Pedro. Normalmente el corazón se le aceleraba cuando imágenes del guapo «Señor Alf» le venían a la mente, así que intentaba no pensar en él. Pero después de su proposición, eso era como intentar detener una locomotora parándose en las vías. Llamaron a la puerta.
—Adelante —dijo.
—Paula, perdona que te moleste durante la comida —dijo Aldana Smith, una de las vendedoras—, pero hay una señora que insiste en verte.
—No importa —dijo, dejando el sándwich. Daba igual, no tenía hambre— . Que pase.
—Por aquí —dijo la vendedora, haciéndose a un lado para que la visita pasase.
—¿La señora Paula Chaves Martínez? —preguntó una morena al entrar.
—Sí. ¿Qué puedo hacer por usted?
La mujer sacó un sobre del bolso, lo dejó sobre la mesa y se retiró rápidamente.
—Es una citación.
Paula se quedó helada y las manos le comenzaron a temblar.
—¿De qué se trata? —preguntó. Como si no supiese. El pánico comenzó a invadirla.
—Mi trabajo es entregarla —dijo la mujer, encogiéndose de hombros—. Pero sería mejor que se consiguiese un abogado. Buenos días.
Cuando levantó la vista, la mujer se había ido. Temblando de la cabeza a los pies, abrió el sobre. Las palabras: Chaves Martínez contra Martínez, juicio por custodia, y una fecha a finales de enero le bailaron ante los ojos.
—Dios santo, lo han hecho —dijo, sin aliento—. Me llevan a juicio para quitarme la custodia de los niños.
Necesitaba el mejor abogado que pudiese encontrar. Pero no tenía ni siquiera lo suficiente para pagarle a un estudiante de leyes, pensó desesperada. ¿Qué podría hacer? Recordó que Pedro le había dicho que sus abogados tenían poco trabajo y le haría un favor si les diese algo que hacer. ¿Por qué habría rechazado su propuesta? Supo por qué. No pensaba que los Martínez llegasen a los tribunales. Entonces, ¿Por qué iba a ayudarla ahora? Hasta los hombres encantadores tenían su límite. Pero no tenía a nadie más a quien recurrir.
Muy buenos capítulos!!! Que maldad tienen los suegros de Paula!
ResponderEliminar