—Entiendo.
—¿Me estás preguntando si todavía siento algo por tí? —dijo Pedro entornando los ojos.
—Te estoy preguntando si pretendes conseguir tus objetivos aunque eso signifique pasar por encima de mí.
—Mentiría si te dijera que ese pensamiento no se me ha pasado por la cabeza. No soy de los que ponen la otra mejilla.
No. Era un hombre de acción. Después de todo ese tiempo separados, sólo unos minutos con él le habían demostrado que seguía siendo vulnerable al encanto de Pedro Alfonso. Y eso que no estaba siendo encantador.
Todavía de pie delante del escritorio, Paula cuadró los hombros y juntó los dedos para que él no pudiera ver que le temblaban las manos.
—¿Me has llamado para pedirme que dimita?
—Te he llamado porque tú eres la organizadora de eventos del hotel —algo peligroso llameó en sus ojos—. Quiero que organices algo —señaló con la mano las silla que había delante de su mesa—¿Por qué no te sientas?
¿Tenía otra elección? Necesitaba el trabajo. Todavía le quedaba un año de contrato y, si se marchaba, él podría demandarla por incumplirlo, y estaba segura de que lo haría porque, como bien había dicho, no era de los que ponían la otra mejilla. Enfrentarse a un proceso sería caro y arruinaría la reputación profesional que a Paula tanto le había costado levantar. Además, había hipotecado su apartamento y pedido algo más de dinero para devolverle a Pedro parte de la boda.
—De acuerdo —si no podía marcharse, se sentaría.
—Como sabes, tengo propiedades y hoteles en el este y éste es mi segundo hotel en Las Vegas.
—Sí.
Pedro apoyó las manos en el escritorio y la miró.
—Estoy planeando construir un bloque de pisos de lujo en el solar adyacente a este hotel. Es algo nuevo en Las Vegas y dará una nueva imagen al perfil del Valle. La torre residencial más alta al oeste del Mississippi. Será el buque insignia de la marca Alfonso.
—Muy ambicioso.
—Soy un hombre ambicioso. Esta es la única ciudad del mundo que se reinventa a sí misma cada día. Y ahora es mi ciudad, con todas sus posibilidades.., y riesgos.
Ella lo sabía todo sobre el riesgo. Había descubierto que no era muy arriesgada, pero eso no la había liberado de los remordimientos. Hizo un esfuerzo y acalló sus pensamientos para prestar atención a lo que él decía.
—Tiene una buena situación, con vistas espectaculares a las luces del Strip y cerca de los restaurantes, espectáculos y tiendas del centro.
—Suena como el West de Nueva York.
—Ésa es la idea. Pero necesitamos mantener la atención hasta la gran inauguración.
—¿Tienes alguna idea sobre el tono que quieres darle? —ella era la organizadora, pero el evento era de él.
—Deslumbrante como un circo de tres pistas. El mayor espectáculo de perros y caballos que puedas contratar.
—Yo puedo contratar cualquier cosa que quieras.
Él no respondió, pero los músculos de la mandíbula se le tensaron y Paula se preguntó si estaría pensando en el día que ella se había ido. Ya no le importaba lo que pensara, pero era su jefe y todo lo que tenía era aquel trabajo. Así que haría mejor en centrarse en el presente y olvidarse del pasado.
—Deslumbrante incluiría gente de Hollywood de primer nivel. Personalidades del mundo del espectáculo con mucho dinero para gastar y gente rica pero desconocida. Sería sólo por invitación, y las enviaríamos a cualquiera que conozcas o esperes conocer.
—Tú eres la experta. ¿De verdad pensaba eso? ¿O la estaba preparando para la caída?
—Entonces pensaré en alguna promoción. Nada atrae a la gente como un espectáculo gratis. ¿Tienes algún lema en mente? —preguntó.
—De nuevo ése es tu campo como experta.
—«Torres Alfonso, el cielo es el límite» —dijo señalando por encima de la cabeza—. O «el más alto nivel de vida».
—No está mal —sus ojos brillaron con aprobación.
Paula sintió el poder de aquella involuntaria reacción positiva muy dentro de ella, presionando en un lugar que había cerrado un año antes. Era una caja de Pandora de sentimientos: desorden, confusión, alteración y vergüenza.
Sí, había suspendido la boda. Su error había estado en esperar hasta justo antes de decir «sí, quiero». Pero hasta ese momento había tratado de convencerse de que Pedro realmente la quería. Si hubiera seguido adelante con la ceremonia sabiendo que no la amaba, se habría destruido. Y a él también. Pero nunca le había dado la oportunidad de explicarle que le había hecho un favor.
—¿Hemos terminado? —preguntó.
—Por ahora.
—Elaboraré una propuesta —se puso de pie—, pero antes de empezar, Pedro, necesito una respuesta a mi pregunta.
—¿A cuál? —preguntó él también levantándose.
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