Aprovechando el buen tiempo, bastante gente se había acercado a la tienda montada en el aparcamiento del vivero. La mayoría de los habitantes de Storkvillesabían que Paula y él se habían casado y desde que habían llegado, amigos y conocidos los habían parado para felicitarlos. Ellos se habían comportado como una feliz pareja, pero esa cercanía le hacía más difícil a él, el no besarla entre las calabazas. Y todavía más recordar que su matrimonio era solo por poco tiempo. En cuanto entraron en la tienda, la luz de un flash los iluminó. Cuando pudo recobrarse de la momentánea ceguera, Pedro vió quien había tomado la fotografía. Era Brenda Kyle, la reportera de eventos sociales de Storkville. Era una joven entusiasta y ambiciosa, que buscaba una buena noticia para que la pasasen a una sección más importante del periódico.
—Hola, Pedro —dijo Brenda, dirigiéndole una mirada a Paula—. He oído que se ha casado. ¿No me va a presentar a su esposa?
Pedro hizo las presentaciones y Paula estrechó la mano que se le tendía.
—Encantada de conocerla.
—Hola. ¿Por qué no dejaron que informase sobre su boda? —preguntó Brenda, mirando a Pedro—. Cuando el soltero de oro de Storkville se casa, es una gran noticia.
—Mi esposa y yo preferíamos una ceremonia íntima, solo la familia —dijo Pedro.
Hablar en plural y referirse a Paula de esa forma le causó a ella una gran satisfacción.
—¿Porqué?
—Porque las bodas por todo lo alto no son nuestro estilo —respondió él—. Era para nosotros, no las páginas de sociedad.
—Sigue siendo una noticia. La gente tiene curiosidad —dijo ella, lanzándole una mirada de escepticismo—. ¿Usted es la gerente de Baberos y Botines? ¿Y tiene trillizos?
—La respuesta es sí a ambas preguntas —dijo Paula—. ¿Cómo se ha enterado?
—He hecho unas cuantas preguntas. Ya sabe usted que la leyenda dice que la cigüeña que visita a Storkville concede muchos paquetes a aquellos cuyo amor es ilimitado.
—Eso es lo que tengo entendido —dijo Paula.
—Los trillizos no han nacido aquí —dijo Pedro, intentando protegerla de esa piraña de la información.
—La boda fue precipitada —dijo Brenda, mirando el abdomen de Paula—. Según tengo entendido, no se conocían antes de la apertura de la guardería.
Sintió que Paula le apretaba el brazo y cuando la miró a los ojos, se dóo cuenta de que ella estaba tramando algo cuando lo miró con adoración.
—No se puede imaginar lo romántico que fue para Pepe y para mí —dijo ella, haciéndole ojitos—. Amor a primera vista.
—Me parece que aquí hay gato encerrado —dijo Brenda, señalándolos con el dedo.
—¿Y por qué iba a haber más que el romance? —le preguntó Pedro en tono ligero, pero con un peso enorme en el pecho.
—En un solterón como usted, el cuento del amor a primera vista es un poco difícil de creer. Sea sincero, Pedro, ¿Qué sucede?
Tenía un buen olfato para las noticias. Si seguía así, estaría a cargo de las noticias de la tarde en un periódico neoyorquino antes de cumplir veinticinco años.
Paula lo miró con expresión preocupada. Sabía que ella tenía miedo de que si se revelase la verdad sobre su matrimonio, afectase a el juicio por la custodia fuese afectado.
—Le demostraré lo que sucede —dijo, seguro de que la acción era mejor que las palabras.
Abrazó a Paula, acercándosela al pecho, echándosela sobre el brazo y besándola en la boca al estilo Valentino. La gente que los rodeaba rió, silbando y aplaudiendo. Eso no fue impedimento para que ella reaccionase instantáneamente a su caricia. Deseó que estuviesen en la intimidad de su dormitorio, totalmente solos. A regañadientes, la soltó y vió la mirada borrosa y sensual en los ojos grises de Paula. La sujetó con un brazo y miró a la periodista.
—Ahí tiene. Supongo que esto le aclarará la situación.
Más tarde se disculparía por romper la promesa, pero si con ello lograba que el bulldog soltase el hueso, habría valido la pena. Era difícil guardar un secreto en Storkville. No le llevaría demasiado trabajo a un reportero decidido enterarse de las sospechas que lo rodeaban. Mirandola, se dió cuenta de todo lo que podía perder. El precio de las acciones volvería a subir, pero se temía que la confianza de ella nunca lo haría.
El lunes por la mañana, Paula llevó a los trillizos a la guardería. Todavía le duraba la felicidad del fin de semana, con su momento cúspide: el beso de Pedro. Se había dado cuenta de su intención y entregado a él con cuerpo y alma. Instantáneamente se olvidó de que los miraban. Cuando él se había separado de ella, estuvo a punto de decirle que se olvidase de la estúpida promesa y la volviese a besar. Al entrar, los niños corrieron a jugar con sus compañeros, y fue a saludar a una nueva voluntaria, llamada Emma, que estaba jugando con Santiago y Estefanía, los mellizos abandonados. Eran adorables, rubios, con ojos azules, y ya podían dar unos pasos temblorosos bajo la vigilante mirada de la voluntaria. Paula la conocía de ir a buscar a los niños todas las noches.
No hay comentarios:
Publicar un comentario