—¿Qué te hace pensar que sucede algo? —intentó desviar su atención mientras se separaba de él y metía la mano en un bolsillo en busca de un pañuelo de papel. Una madre de trillizos siempre tiene pañuelos de papel.
—No eres el tipo de mujer que se echa a llorar así como así. No es tu estilo.
Tenía razón. Pero, ¿Cómo lo sabía? Había vivido con su esposo tres años y él nunca se había dado cuenta de ello. La última vez que hablaron, le había dicho que se dejase de lágrimas. Se había referido a ellas como a una clásica manipulación femenina, aunque nunca la había visto llorar más de una o dos veces.
—¿Cómo sabes cuál es mi estilo? —preguntó con curiosidad—. Después de todo, apenas nos conocemos.
—El día que se perdió Benja, estabas ansiosa y preocupada —la miró a los ojos—, pero no histérica. Estoy seguro de que este no es tu comportamiento normal.
Por más que intentase decirse a sí misma que no se sentía atraída por él, bastaba una sonrisa, una palabra o una mirada de él para que ella ardiese ante su atractivo. Pero era un problema solamente suyo y no excusaba en absoluto su comportamiento. Se merecía una explicación.
—Tienes razón, Pedro. Tengo un problema.
—Sentémonos aquí y así me hablas de ello —dijo él, alargando la mano para tomarla del codo y llevarla hasta el sofá.
Su contacto hizo que un calor le subiese por el brazo y las rodillas le temblaran. Logró recobrar la compostura haciendo un esfuerzo. No se humillaría más aún cayéndose a sus pies. Al sentarse en el cómodo sillón lo miró a los ojos y se preguntó por dónde empezar. Lo mejor sería no irse por las ramas. Se sentó derecha.
—Los padres de mi esposo me han amenazado con quitarme a los niños.
—¿Qué? —preguntó él con la profunda voz llena de enfado—. ¿Por qué?
—Para empezar, nunca les he caído bien. Francisco tenía dinero y posición social. Yo crecí en una familia obrera donde había mucho amor pero poco dinero.
—Eso no tiene nada de malo —dijo él.
A Paula le pareció ver un brillo de preocupación en los ojos de él que desapareció instantáneamente.
—Yo estoy orgullosa de mi origen —prosiguió—. Me entristece que mis padres no viviesen lo suficiente para conocer a mis hijos, especialmente ya que los Martínez nunca me han aceptado.
—Ellos se lo pierden.
—Quien perderá seré yo, a menos que pueda convencerlos de que nos dejen a mí y a los niños en paz.
—Ahora comprendo varias cosas, como por ejemplo, por qué te afecta tanto lo de los mellizos que han abandonado.
—Me enfrento a la posibilidad de perder a mis niños —asintió con la cabeza—, son mi vida —susurró.
—No comprendo cómo tus suegros puedan lograrlo. Ningún juez te separaría de los trillizos. Eres una madre cariñosa y responsable.
—Gracias —dijo ella, sintiendo que se le llenaba un vacío dentro del pecho—. Pero ellos son ricos. Me temo que si invierten suficiente dinero, podrán lograr lo que se les antoje. Yo no tengo suficiente dinero ni para contratar a un abogado y, por supuesto, menos todavía, defenderme como debiese. Por ahora solo son palabras, pero… —se interrumpió, mordiéndose el labio.
—Dime lo que te dicen.
—Que soy una madre sola con tres niños. Que provengo de la nada y que eso no ha cambiado.
—¿Y el seguro de tu marido?
—No tenía. Mejor no me preguntes por qué —añadió al verle el gesto—. El tema es que no tengo demasiado dinero.
—Muchas personas crían niños con presupuestos reducidos. Ese no es un fundamento para quitarte a los trillizos.
—Lo que argumentan es que tengo que trabajar todo el día para mantenernos, que los niños están con extraños que no les pueden dedicar el tiempo que necesitan, ni educarlos como se debe educar a un Martínez.
—Pero muchas familias están en las mismas circunstancias porque ambos padres trabajan. Por eso las guarderías como la de Laura son tan importantes.
—Exacto —dijo ella, intentando controlar infructuosamente el estremecimiento de excitación que le produjo su apasionada defensa. La forma en que hablaba de los niños era tan adorable, que la hizo desear que la abrazase nuevamente. Se le ocurrió el absurdo deseo de saber cómo se sentirían sus labios contra los suyos. Hizo un esfuerzo para decir—: Pero lo único que los Martínez pueden ver es que sus nietos están siendo educados por gente inferior a ellos.
—Eso es ridículo.
—Intenté que viniesen a Storkville para que comprobasen por sí mismos lo que es la ciudad. Les pedí que conociesen a Laura y a sus ayudantes, así como a los voluntarios de Baby Care, para que se asegurasen de que el entorno donde se hallan los niños es seguro y estimulante. Les dije que la situación es buena, que conocer a distinta gente los convertirá en individuos más completos. Hay muchas personas que les pueden brindar cantidad de cosas.
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