El lunes por la mañana, Pedro entró muy animado en el despacho. El fin de semana había sido fabuloso, y lo que recordaba como más importante era haber besado a Paula en el vivero. Lo bueno era que ella le había agradecido el que hubiera pensado rápidamente en cómo proteger a sus hijos. Pero no lo había hecho solo por ellos, a pesar de que los adoraba. Había disfrutado de ese beso al máximo. Y, a juzgar por el resto del fin de semana, Paula también. Se estaban acercando. Lo sentía. La vida era maravillosa.
—¿No es un día maravilloso, Daniela?
—¿Lo cree de verdad realmente? —le preguntó ella, dudosa.
—La verdad es que sí. ¿Usted no? —le preguntó al ver su expresión tensa—. ¿Por qué no iba a creerlo?
Antes de que ella pudiese responder, llamaron al teléfono.
—Oficina del señor Alfonso. Un momento, por favor —dijo, apretando un botón. Miró a su jefe—. Parece que no ha visto el periódico.
—No he tenido tiempo —confesó.
—Le llevará un minuto leer los titulares —le dijo, alcanzándole el periódico—. Eso será suficiente para arruinarle la mañana.
Tenía razón. Una mirada fue suficiente para arruinarle la mañana y probablemente toda la vida con Paula. Desgraciadamente todo lo que decía el artículo era cierto. Nunca se había sentido tan frustrado y furioso en su vida. Y preocupado. Necesitaría un milagro para salvar su imagen ante ella.
—Daniela, defienda el fuerte. Tengo que hablar con Paula.
—Pedro —dijo ella, tensa—, tengo dos llamadas externas retenidas. Una es de su abogado y la otra de su jefe de relaciones públicas.
—De acuerdo. Pásemelas al despacho. Luego tengo que hablar con Paula.
Cuando volvió a su casa esa noche, no había podido hablar en todo el día con ella. El teléfono del despacho había sonado prácticamente sin parar todo el día y su jefe de relaciones públicas le había aconsejado que hablase. Guardar silencio era sinónimo de admitir la culpabilidad. Su abogado le había dicho que no dijera nada más que lo que decía el artículo era verdad, pero tergiversado de tal modo que él pareciese culpable. Tenía que negar la paternidad y decir que pronto recibiría la prueba de ADN, que aclararía la cuestión de una vez por todas. Cada vez que había intentado marcharse del despacho había habido una llamada importante. Intentó llamarla varias veces al trabajo, pero le habían dicho que estaba ocupada. Tenía la esperanza de que ella no se hubiese enterado y poder decírselo él mismo. Entró al vestíbulo y se asomó al gran salón. Sus padres se hallaban sentados junto al fuego tomando una copa. Mala señal, ya que lo más fuerte que se tomaba en su casa era zumo de naranja.
—Hola —dijo—. ¿Está Paula en casa?
—Está arriba, metiendo a los niños en cama —asintió su madre con la cabeza.
—Gracias —dijo, comenzando a darse la vuelta.
—Pepe, ¿Qué es toda esta tontería? —le preguntó Horacio, preocupado.
Pedro lanzó un suspiro. Aunque estuviese ansioso por aclarar las cosas con su mujer, les debía a sus padres una explicación.
—No es verdad —dijo, entrando en el salón.
—Ya lo sabemos —dijo Ana, poniéndose de pie y dándole un fuerte abrazo—. Pero, ¿Qué pasa?
—Hace unas semanas el sheriff vino a verme por lo del sonajero que habían encontrado con los mellizos. Reconoció el escudo de los Alfonso me preguntó si sabía algo de ello.
—¿Y por qué ibas a saberlo? Pertenecía a una de las exhibiciones que hay arriba en uno de los dormitorios de huéspedes.
—Exacto —confirmó—. No les dije nada porque me pareció que no tenía importancia y no quise preocuparte innecesariamente.
—El sonajero solo no es nada, pero sumado a la donación que hiciste a Baby Care, donde abandonaron a los niños…
—Quiero que sepan que yo no soy el padre de esos niños. Si lo fuese, me haría responsable de ellos.
—No es necesario que nos lo digas, hijo —aseguró Horacio—. Lo que nos gustaría saber es qué papel juega Paula en todo esto.
—¿A qué te refieres?
—¿Es coincidencia el que la historia aparezca en los periódicos y que hoy haya recibido por mensajero una carta de una firma de abogados de Omaha?
—¿Lo que me preguntas es por qué nos hemos casado precipitadamente? —preguntó Pedro y lanzó un largo suspiro—. Le propuse matrimonio el día en que ella se enteró de que sus suegros la demandaban por la custodia de los trillizos.
—Me parecía que había más de lo que nos habías dicho —dijo Ana, asintiendo con la cabeza.
—Lo siento si te he desilusionado, mamá —dijo Pedro, mirándola a los ojos.
—No seas ridículo —dijo ella con ternura, acariciándole la mejilla—. Jamás me has desilusionado. Ni un instante de tu vida. Y ahora me siento orgullosa de tí —dijo, y una expresión de rabia reemplazó la de ternura—. Me indigna que una buena acción pueda ser tergiversada para que parezca algo sucio y feo. Y hay algo más. Por más que me digas que os habéis casado por conveniencia, sé que hay algo más profundo que eso.
—¿Sabías que tu madre tiene percepciones extrasensoriales? —preguntó Horacio, besándola y rodeándole los hombros con el brazo.
—Hace años que lo dice —dijo Pedro.
—Ríanse si quieren. Nunca he dicho nada por el estilo. Pero tengo ojos en la cara —dijo Ana—. Y ahora, vete a hablar con tu mujer. Cuando llegó tenía mal aspecto. Siento que te hayamos retenido tanto.
Pedro la besó, le dirigió una mirada agradecida a su padre y subió las escaleras de dos en dos. Cuando llegó a la suite de Paula, ella se encontraba dándoles las buenas noches a los niños.
—Quiero ver al señor Alf —decía Benja.
—Todavía no ha vuelto del trabajo, cielo —le respondió Paula.
—Ya he vuelto —dijo Pedro.
—No te había oído —dijo ella, dándose la vuelta con la mano en el pecho—. Qué susto.
—Lo siento —dijo él, deseando tomarla en sus brazos para hacer que desapareciese esa pesadilla. Pero lo único que dijo fue—: Me despediré de los niños y luego quiero hablar contigo.
Deseó oírle decir que no había nada de lo que hablar, que ella no creía que pudiese dar la espalda a sus propios hijos.
Quiero leer otro yaaaa. Que Pau confie en él!
ResponderEliminarQué capítulos!!! Quiero el resultado del ADN ya!!!
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