—Correcto —asintió ella—. Muchas gracias.
—El fin de semana siguiente es la visita de Papá Noel al centro Baby Care. ¿Te parece bien, Laura?
—Estupendo —asintió la mujer sentada a la izquierda de Paula—. Y no se olvide de la fiesta de disfraces para los niños en la guardería la semana anterior a Halloween.
El hermoso cabello castaño de Laura brillaba con la luz fluorescente del Ayuntamiento. Pero ello no era nada comparado con el brillo de sus ojos, causado por el hombre que se sentaba a su lado, Pablo Caldwell, el amor de su vida.
Paula suspiró de envidia. Laura y Pablo se habían casado recientemente, y el amor que se profesaba la pareja era muy evidente. Juntos estaban criando a los mellizos que alguien había dejado abandonados en la guardería a los pocos días de que ella conociese a Pedro. Se preguntó cómo sería encontrar un amor que ni el tiempo ni la adversidad matase. Su única experiencia con ese tema no se lo había enseñado. Y era muy improbable que encontrase una segunda oportunidad, aunque quisiese. Su trabajo le impedía conocer hombres solteros y además estaban los trillizos, que serían motivo suficiente para recluir a cualquier hombre en un monasterio. Pero ella los adoraba y eran su máxima prioridad.
—¿Señor presidente?
Paula habría reconocido la profunda voz de Pedro en cualquier lado. El corazón se le aceleró al recordar cuando él le propuso quitarse los pantalones en su encuentro en la calle principal. Bastante espectacular resultaba con los pantalones puestos, ni se imaginaba lo que resultaría sin ellos.
—Se da la venia a Pedro Alfonso.
—Solo quería recordarles le fiesta de disfraces en la casa de los Alfonso el sábado veintiocho de octubre. Mandaremos las invitaciones la semana que viene, pero mis padres quieren que anotéis la fecha en el calendario. Esperamos que venga mucha gente.
—Apuntado, Pedro. ¿Alguien más? —preguntó Ariel, recorriendo con la mirada la habitación. Al ver que nadie más tenía nada que añadir, golpeó con el mazo—. Se declara cerrada la sesión. Estoy que me muero por probar la tarta de cerezas de María y Vicente Feeny. Tuvieron la amabilidad de traer un trozo que les quedó de la cena.
—Yo he traído un poco de mi limonada especial —dijo la tía Gloria, una amable sexagenaria de cabello plateado.
Pronto se hizo una cola junto a la mesa de la comida. Paula no tuvo necesidad de darse la vuelta para saber quién se hallaba detrás de ella. Pedro Alfonso. Recordaba su colonia y se hallaba tan cerca que sentía el calor de su cuerpo. Y qué cuerpo tan alto tenía, pensó, con el corazón acelerado. Se sirvió café y lo miró.
—Hola —dijo, y después de un segundo de indecisión, se dió la vuelta, intentando controlar el temblor de sus rodillas ante la perspectiva de tener que enfrentarse a los efectos del hombre más sexy de Storkville.
—Hola —respondió él—. Veo que no te has servido la limonada de la tía Gloria —añadió, llenándose un vaso—. La hace con agua mineral de Storkville.
—Lo sabía, así como el rumor de que beberla causa el embarazo. Pero veo que no tienes miedo.
—Por obvios motivos —dijo él, sonriendo—. Pero tú tampoco tendrías que tenerlo. La última vez que estudié biología, me enseñaron que hay solo una forma de producir un bebé —dijo, bajando la voz al hacer el comentario—: Y ello no incluye cigüeñas o encontrar hatillos bajo repollos.
—No quiero correr ningún riesgo —dijo ella con firmeza.
—Por tres buenos motivos —rió él.
Por más que Paula intentara controlar el temblor de sus manos, mentiría si no admitiese que encontraba a Pedro muy atractivo. Intentó alejarse con el café sujeto con las dos manos, pero estaba atrapada. La gente le cerraba el paso por detrás y el increíblemente guapo magnate la bloqueaba por delante. Sopló el contenido de su taza mientras buscaba una ruta de escape.
—¿Cómo estás? —le preguntó finalmente.
—Bien, ¿Y tú?
—Ocupada —dijo ella, automáticamente.
—Tienes aspecto de cansada —le dijo él, mirándole el rostro.
—Sólo un poco ansiosa —dijo ella.
—Si alguien más me dijese eso, me imaginaría que lo decía por hablar, pero en tu caso, tienes tres razones para estar ansiosa. ¿Cómo están los niños?
—Genial —respondió.
—¿Ilusionados por las navidades?
—No sabría decírtelo. Recuerdan un poco del año pasado. Pero no fue una época felíz —la expresión del guapo rostro masculino era tan amable y comprensiva que Paula se encontró dándole más detalles—. Su padre perdió la vida en un accidente de coche hace casi un año.
—Lo siento —dijo él automáticamente.
—Estuvo en coma durante una semana antes de morir en Nochebuena. Fue duro para ellos. Gracias a Dios que recuerdan poco. Espero reemplazar aquellos recuerdos con otros más felices este año —pero si su familia política se salía con la suya, no era muy probable. No pudo evitar el estremecimiento de aprehensión que la recorrió.
—¿Tienes algún problema, Paula?
—Nada que no pueda resolver —le respondió.
En ese instante, Ariel Knox, que se encontraba tras Paula, le dió un empujón, haciendo que se moviese hacia delante. La sacudida hizo que el contenido de su taza de café saliese despedido y, describiendo un arco, se vertiese sobre la chaqueta de Pedro, la blanca pechera de su camisa y sus pantalones. Azorada, miró boquiabierta mientras el líquido le chorreaba por el liso estómago.
—Oh, Pedro, cuánto lo siento.
Rápidamente, agarró las servilletas de papel y comenzó a secarlo. Al menos el café se había enfriado y no quemaba. Ojalá pudiese decir que a ella le sucedía lo mismo, pero se sentía acalorada y molesta. Intentó no prestar atención a su reacción al tocarle el plano abdomen que tanto admiraba. Pero sentía que tenía un nudo de emoción en el estómago.
Muy buen comienzo! Me encantó!
ResponderEliminarMuy buenos,se ve que va a ser una linda historia @rociibell23
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