—Quiero ser el señor Alf —volvió a decir, antes de salir corriendo hacia sus hermanas.
—Si supiese leer, probablemente no se sentiría así.
—Los niños no comprenden, son impresionables —dijo ella.
—Los adultos también —dijo él, a propósito, con los ojos azules relucientes.
—Pedro, no sé…
—No removamos el tema —dijo él, tendiéndole la mano—. No hay nada más que decir. Además, tengo una idea genial para el traje de Benja.
—¿Qué?
—Comprémosle un traje. A menos que ya tenga uno, necesitará uno para la audiencia.
—No tiene —dijo ella, con el estómago tenso nuevamente al recordar la batalla legal con sus suegros.
—Perdona, no pretendía arruinarte el día —dijo Pedro, leyéndole la expresión. La tomó de la mano y apoyó ambas en su sólido muslo—. Estaremos listos. Mis abogados estarán allí. Todo saldrá bien, no te preocupes.
—Lo sé —dijo ella, intentando controlar el escalofrío que le recorrió el cuerpo ante su contacto, tan masculino. Haciendo un esfuerzo, se concentró en el problema que tenían que resolver: el disfraz de Benja—. ¿Y si le compramos un traje y luego cambia de opinión? Parece ser que ha heredado mi indecisión. ¿Y si cuando llegue Halloween…?
—¿Y si cuando llega Halloween resulta que la prueba del ADN indica que yo soy el padre de los mellizos y él se desilusiona? —concluyó él equivocadamente, con los ojos oscurecidos por la rabia.
—No quería decir eso.
—Seguro que sí. No te culpo. Considerando las circunstancias, una fe incondicional es pedir demasiado.
—Pedro, no es justo, yo…
—Mira, lo siento. Supongo que no puedo quitármelo de la mente. Vayamos a lo que importa ahora, el traje de Benja. Mejor será que le compremos el traje y el disfraz de bombero —dijo él, cambiando de tema.
—No me puedo permitir dos trajes.
—Yo sí. No te lo ofrecería si no pudiese.
—Si quieres…
—Por supuesto —dijo él, ayudándola a levantarse de un tirón—. Vamos.
—¿Te importaría ocuparte de Benja solo? —dijo ella, soltando la mano—. Quiero llevar a las niñas a la papelería para que elijan una tarjeta para sus abuelos.
—¿Los Martínez?
—Siempre les mandamos una tarjeta para Navidad y Laura Caldwell dijo algo que me hizo pensar.
—¿Qué?
—Que los niños necesitan a su familia, de ambos lados. No puedo cambiar a su padre. Alguna vez tendrán preguntas que solo Gerardo y Beatríz Martínez pueden responder. No creo que sea una buena idea quemar los puentes.
—Crees lo peor de mí, basándote en evidencias circunstanciales —dijo él, con el ceño fruncido—, pero, sin embargo, estás dispuesta a tender la mano a quienes sin duda intentan quitarte a los niños —era evidente que se sentía traicionado.
—No sé lo que siento —dijo ella con sinceridad—, pero, ¿Qué daño puede hacer una tarjeta navideña?
—Mucho.
—Pedro, es solo una felicitación.
—Y yo soy culpable hasta que demuestre mi inocencia —respondió, dándose la vuelta—. Benja, vamos a buscar tu traje.
Paula se odió por hacerle daño de esa manera, pero no podía mentirle. Ya no estaba segura de lo que sentía, excepto que le habían tomado el pelo una vez y no estaba dispuesta a que le volviese a suceder.
—Pedro, no es necesario que vayas a la fiesta de disfraces —dijo Paula, sentada junto a él en el coche.
La noticia había acaparado la atención de los medios de comunicación de todo el país y la puerta de entrada de la guardería estaba custodiada por equipos de televisión y periodistas, los mismos que los asediaban en la puerta de su casa y el trabajo. Los buitres se habían reunido ahora con la esperanza de verlo en la fiesta de Halloween de los niños.
—Si tienes miedo de que me vean contigo, dilo —dijo él, lanzándole una mirada helada.
—Ya sabes que no es por eso —protestó ella.
—¿De veras? —se rió él amargamente—. Comprendo que quieras mantener las distancias.
—Me preocupas. Te agradezco que me hayas pasado a buscar por la tienda para la fiesta, pero si no vas, los niños lo comprenderán.
—¡Qué va! Lo único que comprenderán es que he roto mi promesa de estar allí hoy. Lo único que me impediría ir es que se produjera un terremoto. No me importa que haya un montón de periodistas que quieran un titular para las noticias de las seis.
—Eres muy bueno —dijo ella, tocándole el hombro.
—¿De veras? —su expresión perdió un poco del frío que tenía hacía unos instantes.
—No lo habría dicho si no lo creyese.
—Vamos, entonces —sonrió él.
Se bajaron del coche y se dirigieron a la guardería, cruzando la calle. La horda de reporteros los rodeó, acercándoles los micrófonos y grabadoras.
—Señor, Alfonso, ¿Qué se sabe de la prueba del ADN?
—¿Es el padre de los mellizos?
—¿Tiene algo que declarar, señor Alfonso?
—No ha cambiado nada desde la última declaración. Eso es todo lo que tengo que decir.
—Señora Alfonso, ¿Es verdad que usted se casó con Pedro para paliar el efecto de que él le diese la espalda a sus propios hijos?
Paula comenzó a temblar por dentro. No se le había ocurrido eso. ¿La estaba usando, junto con los trillizos? Nunca había dicho que la amaba, ni ella lo habría creído si lo hubiera hecho. Al fin y al cabo, ella también lo estaba usando, o mejor dicho, sus considerables recursos, para la batalla por la custodia de sus hijos. No podía decirles eso a los reporteros, porque la haría perder ante sus suegros.
Tan bueno Pedro y qué pena que Pau no confíe en él!!
ResponderEliminarQue bronca que por culpa de otro Paula no confíe en Pedro!
ResponderEliminar