martes, 3 de enero de 2017

Tiempo Después: Capítulo 32

—No tanto como lo estuve yo de Karina Standish cuando saliste con ella. Era rubia y llena de curvas mientras yo era lisa como una tabla y con este pelo rojo...

—Nunca besé a Karina. Yo le gustaba sólo porque era una estrella del hockey —sonrió Pedro—. ¿Sentiste celos de Marina, la mujer con la que me viste en la revista?

—¡Claro que no!

—Tampoco la besé. Estaba demasiado interesada en gastarse mi dinero.

—Ah, ya. Oye, Pedro, deja a Pablo en paz... es un buen amigo. Me ha llevado a galerías en Toronto, me ha prestado libros de arte que yo no podía comprar y ha vendido mis vidrieras por todo el país.

—Y se ha enamorado de tí.

—Eso no es culpa mía, no le he animado nunca.

Pedro le creyó. Pero tenía que seguir adelante con su plan.

—La otra vez que estuve aquí me fijé en los patines de Benja. Debería tener unos mejores, de última tecnología.

Paula levantó la cabeza, orgullosa.

—No puedo comprarle unos más caros.

—Pero yo sí. Si me das su número de pie...

—Le gustan sus patines.

—Pero también le gustarán los que yo le compre. A lo mejor lo invito a ir conmigo a Nueva York para comprarlos juntos...

—No iría contigo.

—Si tú vinieras, él vendría también. Pablo te presta libros, pero yo puedo llevarte a Barcelona, a Praga y a Bangkok. Te llevaré a una selva tropical, a los atolones del Pacífico, a la gran barrera de coral... a ver cactus en el desierto de Arizona, mariposas monarca en México... sus alas tienen los colores del arco iris.

—No seas cruel, Pedro. Sabes que no puedo ir contigo, no me atormentes así. Oh, no, aquí llega Pablo.

—No hemos terminado con esto, Pau—dijo él en voz baja.

De alguna forma, tenía que sacar a Paula y a Benja de Cranberry Cove. Lo que pudiera pasar después... no tenía ni idea.

La superficie helada de la pista brillaba como el cristal. Los equipos salieron para calentarse y el partido empezó poco después. Pablo, con su chaqueta azul marino, hacía lo imposible para no parecer aburrido. Benja jugaba sin preocuparse por su propia seguridad, pero siempre para el equipo, no para lucirse. Quizá Paula tenía razón, y aquél era su sitio. Quizá no estaría bien ampliar sus horizontes y hacer que se sintiera insatisfecho con su propia vida. Que él arriesgase dinero en la bolsa era una cosa, arriesgar la felicidad de su hijo, otra muy diferente.  ¿Cuándo había tenido tantas dudas sobre algo?, se preguntó.

Cuando acabó el primer tiempo, los dos equipos estaban empatados. A mitad del segundo tiempo, seguían igual. Entonces, en una fiera pelea por el disco detrás de la portería, Benja salió despedido y quedó tirado sobre la pista, encogido de dolor. A Pedro se le paró el corazón. Asustado como no lo había estado nunca, saltó a la pista y se arrodilló delante de su hijo.

—Benja, ¿Te has hecho daño?

—Ha sido un golpe sin importancia —dijo el árbitro, quitándole importancia—. Estará bien en cinco minutos.

—Pasa todos los días. Venga, Pedro, tú has pasado por esto muchas veces.

Cierto. Pero siendo su hijo era diferente. Entonces Benja abrió los ojos e intentó apartarse.

—Déjame en paz. No te necesito.

Como si le hubieran clavado un puñal en el corazón, Pedro se levantó. Iba resbalando por el hielo, mareado, mientras buscaba su sitio en las gradas. A lo lejos, como si se tratara de una película, vió que los compañeros ayudaban a Benja a levantarse y que el entrenador lo sustituía por otro chico.

—Pedro —lo llamó Paula, apretando su brazo—. Ya se le pasará. Tienes que darle tiempo.

Estaba soltando clichés cuando lo único que él deseaba era marcharse de allí. Volver a Nueva York para lamer sus heridas en privado. ¿Como había hecho trece años antes? ¿No había aprendido nada?

—Te equivocas, pero gracias por intentarlo. Será mejor que vuelvas con Pablo.

—¿Por qué no le preguntas a Benja si quiere ir contigo a Nueva York? Tarde o temprano tendrá que ver cómo y dónde vives.

La generosidad de la oferta, tan inesperada, dejó a Pedro sorprendido.

—Pero tienes miedo de que se sienta deslumbrado por mi forma de vida... Sólo tiene doce años, sería normal.

—Tengo que confiar en él, ¿No? Confiar en los valores que le he inculcado durante todos estos años. Y tengo que confiar en tí también.

Emocionado. Pedro asintió.

—Ahora entiendo que me gustases tanto. Eres muy valiente, Paula. Y muy honesta.

—¿Seguro?—preguntó Paula, con voz ronca. No soy siempre honesta y tengo miedo. Pero has vuelto a Cranberry Cove y tenemos que solucionar esto... las cosas cambian.

Él también tenía miedo. Miedo de que Benja no quisiera ir con él a Nueva York.

—Gracias.

—Al menos, con Pablo aquí, en la última media hora nadie me ha preguntado cuándo voy a casarme contigo.

—Ahora que me has dado calabazas tendrás que inventar una nueva respuesta.

Paula soltó una risita.

—Si hubiera dicho que sí, estarías al otro lado del planeta ahora mismo.

—Probemos.

 Ella sonrió.

—No te pases, Pedro Alfonso. Pablo podría empezar a gustarme.

—Me asustas —dijo él.

Después del partido. Pedro fue a casa de Tomás Bank para tomar un té con bollos y luego volvió al hotel. Donde, de nuevo, soñó con Paula. No volvió al pueblo hasta que Pablo se marchó.

1 comentario:

  1. Muy buenos capítulos! Ojalá Benja ceda ya un poco. Pedro no tiene toda la culpa!

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