martes, 24 de enero de 2017

Novio Por Conveniencia: Capítulo 13

—Tengo que pensármelo hasta mañana. Volveré a primera hora. ¿Vas a estar aquí?

—Pero en Gun Hill me has dicho que no.

—He cambiado de opinión.

Paula pareció asustada.

—Si tú puedes cambiar de opinión, yo también.

—Ya es tarde para eso. Si no querías casarte conmigo, no debías habérmelo pedido.

De pronto, ella parecía aterrada por tan impetuosa respuesta.

—Mañana por la mañana vendré a darte mi respuesta —sin más, se dirigió a la puerta. Ella lo siguió.

—Tu coche está al pie de la montaña —le recordó.

—Bien. Necesito ejercicio —dijo él—. Ponte manos a la obra. Recuerda que los de la mudanza llegarán mañana a primera hora.

Sin decir más, se marchó. Pero no fue a recoger su coche, sino que se marchó directamente al motel. Una vez allí, escribió unas cuantas notas y se dispuso a llamar por teléfono.

Los de la mudanza llegaron a las nueve en punto de la mañana. Paula tenía un aspecto lamentable y se sentía bastante mal. El ojo se le había puesto de varios colores, todos ellos en la gama de los morados y rosas, con alguna que otra incursión en el verde. Pero aquella misma noche, a eso de las cinco de la mañana, había tomado la decisión de que si Pedro decía que sí, seguiría con su plan de un matrimonio fingido. Había llamado a su padre después de que él se marchara y había notado que Miguel se había alegrado de oírla. Le quedaba poco tiempo para reparar su relación y, si el matrimonio era el elixir mágico, matrimonio habría. Juan y José, los mozos de la mudanza, la miraron con curiosidad cuando les abrió la puerta. Pronto se pusieron manos a la obra y se despreocuparon de ella. Se pasó toda la mañana ocupada pero, a pesar de todo, el tiempo pasaba demasiado despacio. No le gustaba el suspense y lo único que deseaba era que Pedro se presentara en su casa. A eso de las doce menos cuarto, llegó a la conclusión de que su tácita respuesta era negativa y de que se habría marchado en el primer vuelo de la mañana. En principio, no supo si sentirse aliviada o dolida. Después de todo, aquel hombre era peligroso, lo había sabido desde el instante mismo en que lo había visto en el monitor del televisor. Y era sexy, tremendamente sexy y masculino. Sabía muy poco de él y se había dejado llevar por un ciego impulso cuando le había pedido que se casara con ella. En realidad, debería haberle pedido a su abogado que averiguara de quién se trataba antes de nada. No había problema, lo haría de inmediato. En ese instante, sonó el timbre de la entrada. Se sobresaltó y se apresuró abrir.

—Hola, Pedro—le dijo—. Pensé que ya no vendrías.

Llevaba una camiseta azul de algodón con las mangas subidas y unos vaqueros gastados. Le brillaba el pelo, aquel pelo espeso, rizado y abundante, oscuro como el ébano.

—Me llevó más tiempo de lo que pensaba hacer unas cuantas averiguaciones sobre quién eres. Vámonos a comer. Micaela quería despedirse de tí.

—¿A comer? No puedo... estoy hecha un desastre.

Pedro la miró de arriba abajo. Efectivamente, estaba hecha un desastre y, a pesar de todo, estaba preciosa. El modo en que se lo dijo hizo que se ruborizara. Juan, uno de los mozos, intervino en la conversación.

—Váyase a comer, señorita. Nosotros nos íbamos ahora.

—Bien —dijo Pedro.

 Pronto llegaron al restaurante. Por suerte, el aire acondicionado estaba puesto pues, a pesar de ser septiembre, hacía un calor insoportable. Micaela los atendió de inmediato.

—Yo quiero un sándwich club y una Coca Cola con hielo.

—Yo una hamburguesa y una jarra de cerveza. Gracias, Micaela —dijo Pedro y esperó a que la camarera se fuera—. Me gustaría que te pusieras mi apellido después de la boda: Paula Alfonso. Estoy un poco chapado a la antigua.

Paula lo miró y dejó el vaso de agua que tenía en la mano sobre la mesa.

—¿Quieres decir que aceptas el trato?

—Sí, para lo bueno y para lo malo.

Ella lo miró como si fuera la primera vez que lo veía. Era un hombre, nada más que un hombre. Sí, tenía un bonito y espeso pelo negro, y un rostro hermoso y bien esculpido, eso sin contar el efecto que le causaban sus labios. Después de todo, quizás no fuera el hombre adecuado.

—¿Estás de acuerdo con todas mis condiciones?

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